Sartre, Chéjov, Flaubert, y sobre todo el joven traficante Rimbaud, entre claro, muchos otros, decían que el escritor era aquel personaje que dedicaba algunos minutos de su vida al registro escrito de algo, lo que fuese, pudiendo ser un poema, un ensayo, alguna misiva, un cuento o novela, que vendría siendo el resultado de la acumulación de ese tiempo dedicado a la manifestación escrita.
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