Autor: Jorge Amaral

Morelia, 1980. Melómano, amante de la cocina y poeta rehabilitado. Con grandes dotes para el albur, además es narrador ocasional, cronista y articulista. Anduvo por el rumbo de Filosofía, tuvo un centro botanero, ha sido obrero, carnicero, Godínez, funcionario, grillero y vendedor de micheladas. De oficio periodista, escribe donde se deje. Demasiado joven para vaca sagrada, demasiado viejo para joven promesa.

Corría algún año de la segunda mitad de los 90, quien esto escribe cursaba el bachillerato. Un buen día, un amigo (hoy mi compadre Luis) llegó con un casete en la mano. “Me lo encontré y me dio como miedo, habla de cosas satánicas. A ti te gusta más el rock, te lo regalo”. En ese casete Sony de 60 minutos estaba grabado un álbum icónico en el rock en español: “Matando güeros”, de Brujeria (así, sin acento). El disco apareció en 1993, en una época en que el internet, al menos en la mayor parte de México, era impensable,…

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A finales de septiembre, exponentes del reggaetón dejaron ver su molestia ante la decisión de la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos de dejar un poco de lado a ese género en la entrega de los Grammy Latinos. En medio de la polémica, gente como Daddy Yankee señalaron que sin reggaetón no hay Latin Grammy. Es verdad que ese subgénero acapara gran parte del mercado de la música en América Latina, que sus exponentes son muy cotizados entre los cantantes pop que le quieren dar un nuevo aire a sus carreras para no caer…

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Sería el año 2000 o 2001, no recuerdo bien, pero llegué al Café del Conservatorio huyendo de los precios más elevados de la franquicia moreliana por excelencia. A partir de ese momento, ese lugar enclavado en el Jardín de las Rosas se convertiría en un punto clave de mi vida. A lo largo de prácticamente 18 años, por el Café de las Rosas he visto desfilar de todo: amistades que se vuelven entrañables, relaciones laborales que ahí se fraguan, retroalimentación para el proceso creativo, relaciones amorosas de amigos que ahí vimos sellarse y que también ahí murieron. Por estar en…

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Si fuera posible, se contarían por cientos de miles las víctimas de las máquinas de guerra de este país, en las que víctimas y victimarios se confunden y cambian de rol según sean los intereses del engranaje y de quienes la aceitan con sobornos y utilidades de las actividades ilícitas, pero también con la sangre de sus víctimas, esos sin rostro ni nombre que, inocentes o no, son engullidos por la bestia de esas estructuras paralelas al gobierno, que ante la incapacidad o complacencia de los representantes del Estado suelen también erigirse como gobiernos casi institucionales. En un país que…

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