Después de ver Broker (Beurokeo, 2022), lo más reciente de Hirokazu Koreeda, queda claro que al cineasta japonés le interesa contar historias de familias no convencionales. Aunque de hecho, el concepto de familia es tan amplio y maleable que difícilmente se podría hablar de la existencia de un modelo de “familia convencional”. La película llegó a Morelia vía el Festival de Cannes, en donde se alzó con el Premio del Jurado Ecuménico y el premio a la mejor interpretación masculina para el coreano Song Kang-Ho.
Todo comienza cuando una joven madre lleva a su pequeño hijo a la baby box de una iglesia, es decir, un receptáculo en donde se dejan de manera anónima pequeños no deseados. En ese lugar, uno de los empleados toma al bebé con la intención de darlo en adopción de manera clandestina, previa gratificación económica. Pero un par de policías han seguido atentamente todo el proceso y las cosas se complican con la aparición de integrantes de la mafia local que buscan recuperar al niño.
Para la realización de esta película, el cineasta japonés se trasladó a Corea del Sur, estaba interesado por las similitudes entre los sistemas de adopción, así como por la manera en que se maneja la cuestión de los hijos no deseados en ambos países. Desde hace algunos años, Koreeda tenía en mente llevar a cabo un proyecto que involucrara al actor sudcoreano Song Kang-Ho, uno de los más populares de ese país, y al final, esa fue otra de las razones por las que la producción se llevó a cabo fuera de Japón.
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En cierto sentido, se podría decir que esta es una extensión de los universos creados para dos de sus trabajos anteriores. En De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013), en donde dos parejas se enteran que sus hijos han sido cambiados poco después de su nacimiento. Mientras que en Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018), un grupo de pequeños timadores, sin ninguna relación de parentesco, han forjado lazos tan fuertes como los de cualquier familia que se precie de serlo.
Eso mismo sucede con los personajes de Broker, que al final terminan formando una especie de familia: el dueño de una rumbosa lavandería que tiene deudas de juego, el empleado de iglesia que está metido en el tráfico de personas, la joven prostituta sobre quien pesa un cargo de asesinato y el inquieto niño huérfano que quiere resultar agradable con sus gracejadas. Todos ellos se montan a la furgoneta y van de un lado a otro buscando cliente para el bebé, muy en el estilo de los inadaptados de Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006).
La parte más interesante llega cuando nos damos cuenta de que la detective está tan obsesionada con capturar a los vendedores de niños, que prácticamente ansía que negocien al menor, invirtiendo de esta manera los papeles, como si la criminal fuera ella.
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Para contar esta historia Koreeda eligió un tono ligero, quizás demasiado, tomando en cuenta que están traficando con una persona. Sin embargo, el director se enfoca en mostrar la manera en que se tejen lazos de amistad entre estos seres desarraigados. El final, un tanto enredado y muy por debajo de lo que suele mostrar el cineasta japonés, parece sugerir que ni la distancia ni el tiempo, pueden romper el amor que surge entre estos seres y que los lleva a tantos sacrificios.