Me atrevo a asegurar que Deliver Me From Nowhere, la película autobiográfica de Bruce Springsteen, será un fracaso en taquilla. Y la cuestión no es que el trabajo del director Scott Cooper sea malo o la actuación de Jeremy Allen White quede a deber, sino que simplemente la historia que se narra no está construida en el modo convencional al que nos tienen acostumbradas las biopic de las estrellas musicales.
Lo que sí hay en este drama de dos horas es una congruencia absoluta. Así como el álbum Nebraska (1982) de Springsteen -en la cinta se va detallando cuál fue el proceso minucioso que vivió/sufrió para poder ver la luz-, la película es difícil de digerir, oscura, pausada y con momentos en los que da la impresión de que no está sucediendo nada.
Esa característica lineal de la narrativa no es un accidente ni una casualidad. Cualquiera que haya tenido un acercamiento serio a Nebraska podrá haber palpado la depresión absoluta, y por momentos silenciosa, en la que se encontraba el músico estadounidense en ese momento de su vida.
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Asimilar Nebraska, sobre todo después de que su antecesor trabajo (The River) se trató de un éxito comercial poderoso, conlleva su tiempo. Intentar enamorarse por primera vez de Bruce Springsteen a través de este disco sería un error. En este álbum hay acordes sostenidos solamente con la guitarra acústica, una voz sombría, letras desesperanzadoras y diez canciones que nacieron en la habitación del músico.
Detrás de este material también convertido en una especie de capricho personal del “Jefe”, sobrevivían muchas dudas que ya habían comenzado a ser aclaradas en el libro Deliver Me From Nowhere:The Making of Bruce Springsteen´s Nebraska, de Warren Zanes (2023). La película de Scott Cooper es, pues, el complemento brutal y honesto que todos los fans estábamos esperando para intimar más allá de las canciones.
Además de explorar la parte creativa y técnica que siguió la producción del disco, poco a poco el trabajo cinematográfico nos va desmenuzando los fantasmas y demonios con los que Bruce ha venido lidiando desde la infancia y que están personificados en la figura de su padre: Douglas Frederick “Dutch” Springsteen.

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Empatizar con la tormentosa y confusa relación familiar del “Jefe” es comprender la hiriente necesidad que tenía la estrella de rock de crear un disco que representaba todo lo contrario a lo que su disquera y el mundo entero esperaban de él. En esta parte juega un papel clave el manager de Springsteen, Jon Landau, quien es retratado como ese hombre que no solo respaldó la labor artística del músico de New Jersey, sino que la defendió a ultranza frente a productores y todo aquello que forma parte de la industria musical.
Nebraska fue publicado en 1982 y se hizo bajo las condiciones de Bruce: manteniendo los “defectos” auditivos de origen, impidiendo que su rostro apareciera en la portada del álbum, sin singles de promoción para la radio, tampoco giras ni entrevistas con medios de comunicación. “Nosotros no somos así, no somos de singles, nosotros contamos historias”, le dijo Springsteen a Jon en un café de la ciudad.
Ese compromiso artístico sin concesiones ha vuelto a relucir en Deliver Me From Nowhere. La factura de esa filosofía hace altamente probable que con esta película Bruce Springsteen no vaya a conseguir nuevos seguidores. Esto también quiere decir que en los vestíbulos de los cines no veremos a jóvenes coreando en círculo Born in the USA como sucedió con Queen y su Bohemian Rhapsody.
Es más, si no te gusta la música del “Jefe” o no la conoces, seguramente te vas a aburrir. Pero todo eso, estoy convencido, le va importar un comino al hombre que hace apenas cuatro meses atrás sacó un álbum de 70 temas inéditos con los que mandó al diablo estos tiempos en los que, muchas de las personas, prefieren scrollear que escuchar canciones.

