Siempre he dicho que un autor lleva a otro y con los músicos es igual: escuchas a uno, ves sus influencias y sigues escalando la enredadera para ver de dónde viene, y cuando acuerdas ya estás en algo muy distinto a lo inicial.
Por Jorge A. Amaral
Eso me pasó hace como un año cuando, buscando discos de rockabilly, me topé con Twin Tones y de ahí con Sonido Gallo Negro, y de Sonido Gallo Negro me pasé a Los Destellos, hasta que, buscando definiciones de “chicha”, llegué a Chicha Libre.
La cumbia chicha surge, por un lado, del folclor andino de Perú, pero por el otro, de esta necesidad de los jóvenes de ese país de expresarse con algo más de ellos, ya no tan enclavado en lo tradicional. Y es que en 1968, con el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, instaurado por la vía del golpe de Estado protagonizado por Juan Velasco Alvarado, vino una satanización a todo lo que proviniera de Estados Unidos, empezando por el rock, por lo que muchos empresarios y músicos tuvieron que salir del país y otros más agregaron a la cumbia elementos progresivos y psicodélicos del rock, de otra forma no se puede entender lo hecho por Los Shapis, Los Destellos o Los Mirlos, entre muchos otros, o bandas netamente de rock con elementos andinos como Polen, Tarkus o Traffic Sound.
A mediados de 2004, Olivier Conan, músico y promotor francés radicado en Nueva York, visitó Perú, donde se hizo de una basta colección de cumbia chicha, y a su regreso a Estados Unidos editó una recopilación titulada The roots of chicha, lo cual, al reunirse con otros músicos, dio pie a la conformación de Chicha Libre, proyecto que debutó en 2008 con ¡Sonido amazónico!, y en 2013 editó el disco que recomiendo esta semana: Canibalismo.
Con un sonido aún muy peruano pero incorporando elementos de la cumbia colombiana, el disco inicia con “La Plata (en mi carrito de lata)”, para de ahí pasar a “La danza del millonario”, una cumbia chicha neta, y es que, si no tiene guitarra, no es chicha, rezan los ejecutantes de este género. Cumbia psicodélica, aunque los miembros de Chicha Libre se autodefinan como una banda de “psychodelic surf cumbia from Brooklyn”, y es que no hay que olvidar el impacto del surf en este género de cumbia pues como su repertorio es meramente instrumental, sirvió para que esta música netamente californiana se internacionalizara con gran éxito en otros países de idiomas distintos al inglés.
“El carnicero de Chicago” de inmediato me remitió a lo hecho en los 70 por bandas como Malo o El Chicano, incluso Carlos Santana, al dar un toquecito de psicodelia (y, ¿por qué no?, de epazote vacilador) a los ritmos afro antillanos y caribeños. Esta rolita de Chicha Libre no le pide nada a “Oye cómo va”, de Santana, o “Viva Tirado”, de El Chicano.
“Muchachita del Oriente”, iniciando con una magnífica sección de percusiones, es una cumbia vertiginosa, cadenciosa, para bailar rápido, a la vuelta y vuelta hasta perder el aliento en una atmósfera propiciada por los timbales, los sintetizadores y el omnipresente órgano.
Para quienes hayan probado la olla podrida sonará comprensible si les digo que “Depresión tropical” es similar a esa comida michoacana, pues lleva de todo, todos los sabores y olores se mezclan, se funden para dar forma a algo totalmente distinto. No quiero entrar en tantos detalles, pero hagan de cuenta que en una licuadora ponen todas las músicas tradicionales de Hispanoamérica, le dan play y lo vierten en un tarro de cerveza.
“L’Age D’or” y “Los once tejones”, además de las ya mencionadas, dan eclecticismo a este disco, pero la cumbia sigue patente en “Papageno eléctrico”, “Number 17” o “La danza de don Lucho”, incluso en “The ride of the Valkyries”, que con un el órgano y los sintetizadores me hizo trasladarme a la banda sonora de A clock work Orange.
De verdad que esta banda ha sido un verdadero hallazgo y Canibalismo, al finalizar el último track, me ha dejado con cara de asombro pero de satisfacción y las ganas de repetir la sesión.