No eran ni las nueve de la noche cuando una enorme fila de jóvenes (principalmente del sexo femenino) le daba vuelta la calle Benito Juárez del centro histórico moreliano. Ante tal circunstancia, algunos automovilistas preguntaban qué sucedía y la respuesta era simple: está por suceder un concierto de Carla Morrison, la compositora oriunda de Tecate que curiosamente forma parte de Circuito Indio, gira de bandas y solistas mexicanos que tocan en escenarios pequeños con la cercanía de sus fans. Y vaya que Carla los tiene, pues han pagado más de 500 pesos para verla en vivo; incluso uno paga 750 en la reventa y otro pregunta desesperado si a alguien le sobra un boleto, por el que ofrece hasta mil pesos o lo que sea necesario.
Quienes ya conocemos el reducido espacio donde se dará el concierto nos preguntamos cómo diablos se van a acomodar más de 400 seres humanos, pero la magia de la física lo logra: ahí están apretujados, tocando sus cuerpos, sintiendo su respiración mientras Jandro (quien según me entero es novio de Morrison) calienta el escenario con rolas que algunos ya se saben. En otro espacio del recinto (llamado Tezla) se encuentra una barra de cervezas sin mucha demanda, y es que a pesar del éxito taquillero la mayoría opta por no moverse de su lugar y estar al tiro para cuando llegue la creadora del Amor supremo desnudo, una versión acústica al disco de estudio que había publicado años atrás.
Sin mayor especulación, finalmente la diva arriba al escenario con una coronita hipster y una decoración llena de hojas verdes. Llegan los gritos, la histeria colectiva, las lágrimas y las sonrisas cargadas de emoción. “Carla, te amo”, alardean varias mujeres que se sienten identificadas con temas como Un beso, donde Morrison planea un secuestro, un robo, pues “eres la infusión que necesito, eres muy calientito”.
Antes de una segunda interpretación, Carla suplica un favor: sus ojos se están llenando de lágrimas pero no por la tristeza de sus canciones o por la emoción de estar en Morelia, sino porque varios están fumando y el humo ya se convierte en una nube tan negra como la protagonista de Vez Primera, chica abandonada por un gandul que solo la desvirgó para luego irse con otra.
Morelia es una ciudad tan anárquica que se puede fumar en cualquier parte, sin importar que no haya ventilación, sin importar la presencia de mujeres embarazadas, niños o lo que sea. Somos unos adictos de primera, como una reportera que se la ha pasado pidiendo cigarros toda la noche: “lo estoy dejando, ya me fumé los 4 que me tocaban pero se me antojó otro”, le comenta a una de sus colegas, sin embargo, durante todo el concierto camina de un espacio a otro con un cigarrillo en la boca.
El concierto continúa y Carla dice que esta ciudad es la primera del Circuito Indio donde los boletos se agotaron; “estoy pensando si mejor me vengo a vivir aquí”, especula, y el guiño populista surte efecto de inmediato, provoca un “¡sí!” al unísono. ¿Dónde viviría Carla? ¿En Altozano?, ¿en Tres Marías?, ¿en el centro?, ¿en la Obrera porque se trata de una artista independiente? Imposible saberlo.
Apoyada por otros músicos, Morrison continúa con temas desnudos y tristes, termina los del mencionado álbum y ahora recuerda algunos clásicos como Hasta la piel, esa que duele cuando ella se sienta a llorar. Es una noche intensa, feliz pero pesimista a la vez, es un libro con puras historias opacas y amargas, porque Carla quiere dar unos besos, pero el hombre en cuestión, para variar, se ha ido lejos, muy lejos de aquí.
Cuando todo ha terminado, algunos van a la barra a pedir su única cerveza de la velada, pero la mayoría opta por abandonar el Tezla. Se van satisfechos, sonrientes, plenos por compartir tanta película con final depresivo, gris, oscuro, repleto de pesadumbre.
Afuera, alguien podría vender Fluoxetina y se haría millonario.
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