Por Armando Casimiro Guzmán
El box es uno de los deportes más retratados en el cine, quizás se deba a su carácter violento, así como a su fuerte carga física y emocional. Existen grandes clásicos del género, entre los que destaca Toro salvaje (Raging bull, 1980); sin embargo, la cinta que nos ocupa, El peleador (The fighter, 2010), se aleja del clásico de Scorsese y en cambio se acerca peligrosamente a un referente más inmediato Un sueño posible (The blind side, 2009), película correctamente ejecutada, pero hecha a la medida para el público amante de las historias de superación, en donde el deporte es el único medio para cambiar el estatus económico y social de los protagonistas. La historia se centra en el difícil entorno familiar de Micky Ward, un boxeador de mediano pelo que consigue despuntar gracias a un par de peleas, en las cuales recibe una paliza antes de noquear a sus oponentes. No obstante, El peleador es un poco más que eso, además de las actuaciones destacadas de Mark Walhberg y Christian Bale, la película funciona al retratar un entorno familiar asfixiante, ignorante y disfuncional, todo esto envuelto en una muy creíble atmósfera noventera. El boxeo visto desde Hollywood siempre parece contarnos la misma historia: el boxeador que sufre obstáculos en apariencia infranqueables y aún así logra salir adelante contra todos los pronósticos. Pero aunque El peleador ofrece ligeras variantes, lo cierto es que no deja de ser solamente una sólida, pero muy predecible pieza de entretenimiento.
Clint Eastwood tiene ya muchos años realizando películas interesantes, podríamos mencionar El sustituto (Changeling, 2008) y Gran Torino (Gran Torino, 2008), solo por nombrar un par de las más recientes. Pero resulta complicado mantener un nivel tan elevado de calidad, sobre todo filmando al ritmo que lo hace el señor Eastwood, quien este año nos presenta Más allá de la vida (Hereafter, 2011), melodrama paranormal que nos sumerge en la que quizás sea una obsesión personal del director: la vida después de la muerte. Aquí encontramos tres personajes que viven en igual número de países, todos ellos sufren experiencias muy cercanas a la muerte, lo que obviamente los deja marcados, cada cual a su manera y, cuyos caminos tenderán, un tanto forzadamente, a cruzarse. Más allá de la vida cuenta con una secuencia inicial verdaderamente espectacular, también destaca una peculiar sesión espiritista que termina mal, pero fuera de eso, lo cierto es que película no funciona, peca en su afán totalizador, en su duración excesiva, en sus personajes y situaciones tan dispersos, y, por si fuera poco, en su desenlace cursi y forzado. Si a esto le sumamos un catálogo de catástrofes y tragedias muy obvias, lo cierto es que Más allá de la vida posiblemente será recordada sólo por los seguidores de temas esotéricos o en el mejor de los casos, como una película de transición en la prolífica y muy interesante filmografía del realizador norteamericano.
El western parece tener reglas tan rígidas que resulta en verdad difícil imaginar un enfoque distinto sin salirse del género, pero, si en este momento alguien podría lograrlo, definitivamente debían ser los hermanos Coen. Entre las primeras reseñas que se daban de Temple de acero (True grit, 2010), se mencionaba su violencia implacable y su acercamiento a uno de los clásicos recientes del género: Los imperdonables (Unforgiven, 1992). Al final ni es tan violenta ni se parece mucho a la película de Clint Eastwood. En cambio, tiene más similitudes con ese otro gran western sin caballos que es Sin lugar para los débiles (No country for old men, 2007), de los propios hermanos Coen. Temple de acero se basa en la novela homónima de Charles Portis (cuya obra está editada en español), en donde una vivaz adolescente busca vengar la muerte de su padre con la ayuda de un ebrio consuetudinario que hace las veces de alguacil y un marshall engreído y pasado de peso. Aquí, sí se consuma la venganza o no, es lo de menos. Lo importante es observar como el western es despojado de todos aquellos elementos innecesarios: los disparos son pocos pero efectivos, las secuencias de acción son escasas pero muy violentas, las cuestiones de justicia y honor pasan a segundo plano, y, en pocas palabras encontramos una película de vaqueros en su estado puro. Por si fuera poco, el desenlace, ese epílogo que suele ser el punto débil de la gran mayoría de las producciones cinematográficas, es la cereza del pastel que corona y hace crecer esta historia para llevarla a otro nivel, haciéndola una producción en verdad disfrutable. Definitivamente hay que verla.
Mucho ruido y pocas nueces, así es como podría describir la primera impresión que me causó el debut en la dirección de Tom Hooper. El discurso del rey (The king´s speech, 2010), venía precedida por una cantidad importante de nominaciones en los premios de habla inglesa (BAFTA, Golden Globes, Oscar), gracias a una serie de críticas favorables que alababan la actuación de Colin Firth (que efectivamente está por encima de lo que nos tenía acostumbrados). Las expectativas de ver esta película eran muy altas y finalmente no se cumplen. Situada en la Inglaterra de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, nos muestra la vida del monarca británico Jorge VI, quien casi por accidente accede al trono, y sufre en silencio por una persistente tartamudez. Para empeorar las cosas, vaya lío, debe ofrecer un discurso radial que resultará trascendental para convencer a los británicos de la necesidad de enfrentar a la Alemania de Hitler. Claro es que el rey superará en buena medida su problema y que tras no pocas peripecias y excéntricos tratamientos, logrará su cometido, ayudado por un peculiar doctor, que al final, no es un profesionista sino un actor desempleado. Los ricos también lloran y los tartamudos deben pronunciar un discurso. Su gran ambientación y el trabajo de Colin Firth, hacen de El discurso del rey una cinta entretenida y agradable, pero quizás demasiado, ahí radica su problema.
Con notorio atraso y un gran trabajo publicitario, llegó a las salas de cine el documental mexicano Presunto culpable (2008). Cosa rara, resultó ganadora del Premio del público en el Festival de Cine de Morelia y ha sido presentado con éxito en otros festivales internacionales. Presunto culpable nos muestra el calvario de un mexicano cualquiera que debe enfrentarse al sistema judicial mexicano, se le acusa de un homicidio del que no existe prueba alguna de su culpabilidad y aún así, debe enfrentar una sentencia de 20 años. El documental presenta varias deficiencias narrativas y los datos ofrecidos son escasos, así como poco reveladores, es decir, el valor de Presunto culpable no radica en la película sino en su tema. El caso en particular y su resultado final resultan irrelevantes ante el peso de un asunto que de tan cotidiano se vuelve terrible. La inmensa cantidad de crímenes cometidos en nuestro país quedan impunes, las víctimas (si sobreviven) no denuncian, si denuncian la policía no investiga y si hacen averiguaciones encuentran a cualquiera menos al culpable. Sorprende que aún así las facultades de leyes estén repletas de estudiantes dispuestos a meterse en este mugrero. Además, Presunto culpable llega a las salas de cine en un momento en el que hay un debate importante sobre una posible reforma al sistema judicial y si a esto le sumamos el caso de Florence Cassez, tenemos un caldo de cultivo importante para toda clase de manifestaciones sobre el tema. Para avivar aún más la polémica, mucho se ha cuestionado el apoyo de Cinepolis a este documental ¿Por qué éste sí y otros no? No lo sabemos. Pero sí nos trae a la memoria la gran cantidad de crímenes no resueltos en nuestra ciudad, en donde a pesar de haber presuntos culpables, éstos ni siquiera fueron juzgados.