Por Armando Casimiro Guzmán
Considerada como una sorpresa en la pasada entrega de los premios de la Academia, Invierno profundo (Winter’s bone, 2010) segundo largometraje de la norteamericana Debra Granik, resultó una agradable alternativa ante la avalancha de grandilocuentes e insulsos productos de Hollywood. Si bien se puede considerar inscrita dentro del circuito de cine independiente, aquel de los bajos presupuestos y actores no muy conocidos, la nominación a los premios Oscar le sirvió para llegar a mayores audiencias y de paso obtener mayores ingresos.
Invierno profundo (basada en la novela Winter’s bone, de Daniel Woodrell, aún sin traducir al español), retrata una comunidad rural sucia, deforestada, de colores grises, henchida de ignorancia, pobreza y tráfico de drogas. En ese oscuro mundo, una adolescente debe encontrar a su padre, un ex convicto fabricante de drogas sintéticas, para salvar la casa que habita con su madre, mentalmente incapacitada y un par de hermanos pequeños. Para lograr su propósito, la chica debe enfrentarse a una sociedad cerrada sobre sí misma y sujeta a la ley del silencio. Su tono remite en cierta forma al clásico fordiano Las uvas de la ira (The grapes of wrath, 1940) y más recientemente a otra cinta independiente: Río helado (Frozen river, 2008).
Prácticamente el peso de la película recae en la joven protagonista Jennifer Lawrence (a quien pudimos ver previamente en Fuego de Guillermo Arriaga), si bien, firmemente apoyada en el destacado trabajo de John Hawkes, a pesar de su corto tiempo en pantalla. La directora Debra Granik logra un precario equilibrio entre los aspectos más humanos de la historia con una atmósfera de espesura anímica reflejo de un crudo ambiente invernal que priva en la zona.
Hay que decir también que el filme parece estancarse por breves momentos, esto debido quizás a su tratamiento casi documental y que no resiste a la tentación de conceder un final más o menos feliz. No obstante, la cinta tiene el gran mérito de no regodearse en las desgracias de los protagonistas, sino que se enfoca en la actitud extraordinaria de una joven ante una situación completamente adversa. No hay en Invierno profundo segundas lecturas ni reinvenciones, solamente una narrativa sólida sin alardes estéticos, en resumen, un imperdible e intenso drama familiar.
Extraño caso resulta Sin límites (Limitless, 2011), una película que no venía precedida por una gran campaña publicitaria y que sin embargo, logró recaudar una cantidad importante en taquilla antes de perder su impulso hace unos pocos días.
Sin Límites está basada en la novela The dark fields, del irlandés Alan Glynn (la novela está editada en español con el título de Campos oscuros, editorial Norma); en ella encontramos a un escritor pobre y frustrado, que encuentra la solución a sus problemas en una droga experimental que le permite utilizar al cien por ciento su capacidad cerebral. Con ello el protagonista recibe un torrente de información que puede utilizar a su antojo, para saber prácticamente todo de cualquier tema que le pongan enfrente. El meteórico ascenso económico y social pronto meterá en problemas al protagonista, en parte debido a los terribles efectos secundarios de la droga.
El filme es dirigido por Neil Burger, cuyo trabajo más conocido hasta ahora ha sido El ilusionista (2006), cinta de alcances medianos. A pesar que la historia se prestaba para imaginar un desarrollo más interesante, lo cierto es que divaga entre géneros por momentos comedia, por momentos thriller y poco, muy poco de ciencia ficción. Burger emplea toda clase de recursos llamativos pero que en poco o nada benefician a la película, además presenta enormes inconsistencias, como la dotación ilimitada de pastillas y la inclusión de unos mafiosos de poca monta que, inexplicablemente, resultan una amenaza desproporcionada. El tramo final de la cinta roza con el desastre, mezclando una serie de situaciones completamente aleatorias y descabelladas.
Al menos, Sin límites tiene el acierto de que no se convierte en la típica película que terminará en un mensaje contra el abuso de drogas o de que la gente debe esforzarse y trabajar para obtener lo que quiere en la vida. Otro punto a favor es la inclusión en el reparto de Abbie Cornish (a quien pudimos ver en Bright star, de Jane Campion), aunque el cabello teñido de rubio no le siente del todo bien.
Lo cierto es que la película de Neil Burger se pierde la oportunidad de ofrecer una entretenida historia de ciencia ficción. No obstante, es posible que pueda hacer pasar un rato entretenido a quienes no tengan nada que hacer un domingo o incluso habrá quien la disfrute, especialmente si no se espera demasiado de ella.
Con cierto retraso llegó a Morelia El gran concierto (Le concert, 2009), cuarta película del realizador francés de origen rumano, Radu Mihaileanu. Una comedia agradable, que debido a su peculiar mezcla de personajes y nacionalidades ofrece un aire diferente, cosa que siempre se agradece.
El gran concierto cuenta la historia de Andrei Filipov, un mítico director de orquesta soviético que es destituido en 1980 por razones políticas. El régimen lo degrada a seguir trabajando como un simple conserje del teatro donde ensaya la prestigiosa orquesta Bolshoi. Filipov encontrará su revancha al interceptar un fax que le permitirá reunir a sus antiguos compañeros de orquesta para emprender un improvisado viaje a París, suplantando a la orquesta original.
En cierta forma El gran concierto remite a todas aquellas películas que retratan con humor la caída del mundo comunista, podríamos decir que algo así como Adiós a Lenin (Good bye, Lenin!, 2003) pero con un ambiente festivo más cercano al cine de Emir Kusturica, sobre todo cuando muestra a los músicos rusos, amantes del alcohol y la juerga prolongada.
La narrativa es convencional y previsible, los flashbacks abundan y en ocasiones resultan confusos. Pero aún así, Mihaileanu acierta al retratar ciertos estereotipos con ironía, el gitano músico, el judío comerciante, el ruso informal y despreocupado… todos ellos conjuntan una caótica orquesta de veteranos maltrechos, producto de la Rusia neoliberal del nuevo milenio. El gran concierto propone una revancha a todos los artistas perseguidos o que fueron silenciados durante la dictadura soviética.
En verdad es digna de mención la gran secuencia musical del concierto para violín de Tchaikovsky (específicamente el Concierto para violín en D mayor op. 35), pieza clave en el desarrollo de la historia, en la que destaca la interpretación de Mélanie Laurent, una de las actrices más prometedoras del actual cine francés. El gran concierto es una obra que divierte y hace reflexionar, sin llegar a ser didáctica, aburrida o superficial. Quizá por eso no será del agrado de quien espere encontrar una simple comedia de pastelazo. Es también una buena oportunidad para darle una ojeada a otro par de películas de Mihaileanu: la agridulce comedia El tren de la vida (Train de vie, 1998) y el peculiar drama judío Camina sin mí (Va, vis et deviens, 2005), que se consiguen sin problema en las tiendas de videos.
Con algunos prejuicios me acerqué al cine para ver la última película de Woody Allen, de Conocerás al hombre tus sueños, cinta que formó parte de la más reciente Muestra Internacional de Cine y que recién por estos días se estrenó en la capital michoacana, y debo decirlo, lo cierto es que me llevé una agradable sorpresa.
Resulta cada vez más difícil para el realizador neoyorquino encontrar apoyo financiero para sus proyectos, de hecho Allen parece más preocupado por satisfacer a sus seguidores europeos, por lo que no extraña que esta película haya sido rodada en Londres y cuente con participación española. No obstante, a pesar de los obstáculos económicos, una legión de actores reconocidos anhela trabajar con él, aunque sea con papeles secundarios. Tan sólo miren el cártel de esta que nos ocupa: Naomi Watts, Anthony Hopkins, Antonio Banderas…
Hay que decirlo, el cine de Woody Allen no ofrece tantas variantes como uno quisiera, de hecho la única referencia posible para uno de sus filmes es otra de sus mismas películas. En este caso, Conocerás al hombre de tus sueños (You will meet a tall dark stranger, 2010) remite por momentos al aire soso y sobrenatural de Amor y muerte (Scoop, 2006), mientras que por otra parte, tiene ciertos giros dramáticos muy al estilo de La provocación (Match Point, 2005), la mejor de sus cintas recientes.
Conocerás al hombre de tus sueños es una tragicomedia de enredos en la que participan un par de parejas, emparentadas entre sí, que terminarán involucrándose en relaciones que invariablemente acabarán mal. La inmadurez, las traiciones y el sexo son ejes alrededor de los cuales los personajes, interpretados con un agradable desenfado, encaminan sus vidas. Abundan en la película las frases ingeniosas, es muy divertida y tiene una fluidez en verdad disfrutable, pero aún así no podemos decir que es del todo memorable, después de todo, Allen parece padecer cierto cansancio creativo, no ha estado a la altura de sus mejores obras desde hace ya muchos años, y sin embargo, el neoyorquino siempre tiene algo que mostrar por muy pobre que sea la película.
Se debe reconocer el oficio de Woody Allen para contar historias, a pesar de que llega a filmar incluso dos películas por año. En Conocerás al hombre de tus sueños se disfruta sobre todo el pesimismo que rodea a los personajes, ninguno tiene remedio, solo hay salvación para aquellos ilusos que se refugian en las falsas promesas de la astrología y el esoterismo.