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CARTELERA RETROSPECTIVA

Por Armando Casimiro Guzmán

La demora (2012), tercer largometraje del uruguayo afincado en México, Rodrigo Plá llegó a la cartelera el pasado fin de semana, la cinta formó parte de la más reciente Muestra Internacional de Cine y ha tenido buen recibimiento en el circuito de festivales, además está nominada a varios Arieles en la ceremonia de premiación que se llevará a cabo el 28 de Mayo del año en curso.

Tomando como punto de partida una serie de notas periodísticas sobre hijos que abandonaban a sus padres, Laura Santullo, guionista de cabecera y pareja del cineasta, escribió el guion de La demora, en donde encontramos a una atribulada madre de tres pequeños, que tiene un trabajo agotador y mal pagado, encima debe cuidar de su anciano padre, quien empieza a padecer los problemas propios de una edad avanzada. Harta de la falta de apoyo de sus familiares y haciendo gala de un corazón de piedra, la mujer abandona a su progenitor en un parque, con la vana esperanza que alguien más se haga cargo de él.

La película se rodó en la capital uruguaya atendiendo a las necesidades de la historia: el clima más frío y una ciudad considerablemente más pequeña, eran elementos imprescindibles para dar más realismo al relato. A eso hay que sumar el hecho de que en Montevideo existen muchos albergues para ancianos en situación de desamparo y que eran importantes para la atmósfera del filme. El protagonista Carlos Vallarino, un arquitecto jubilado de 83 años, llegó al casting de la mano de su hija, quien lo animó a tomar la prueba. El debutante se complementa muy bien con la actriz Roxana Blanco, quien con su rostro adusto representa muy bien el carácter indeciso y desesperado de su personaje.

Filmada con una precisión implacable, La demora retrata con habilidad los conflictos de una familia que está a punto de desmoronarse: la relación tensa de la madre con la hija mayor, el hacinamiento en el hogar, el tedio del trabajo en casa y la naturalidad de las escenas de calle se rematan con un gran trabajo del equipo con los actores, la mayoría de ellos con escasa o nula experiencia ante las cámaras.

Rodrigo Plá es uno de esos raros casos del cine mexicano que tienen la fortuna de la continuidad, pero más importante aún es la diversidad y la calidad de los trabajos que nos ha entregado: La zona (2007), un drama sobre la intolerancia de las comunidades cerradas, con Daniel Giménez Cacho y Maribel Verdú, que a pesar de sus fallas generó interés a nivel internacional. Le siguió Desierto adentro (2008), una especie de drama místico y culposo ambientado en las postrimerías del conflicto cristero, que pasó inadvertida en la cartelera pero logró varios reconocimientos en festivales y fue la máxima ganadora en los deslucidos Arieles.

Puede reclamarse que la anécdota que nos cuentan en La demora es demasiado pequeña y predecible, pero la película tiene la virtud de poner a la vista uno de los mayores problemas que enfrentan las sociedades actuales: la expectativa de vida no está a la par de una mayor calidad de la misma. No estamos preparados para cubrir las necesidades financieras, de asistencia y de salud de una humanidad que envejece a pasos agigantados, hace falta sensibilizar a las personas sobre el cambio de roles que pueden enfrentar quienes tendrán que asumir el papel de padres de sus progenitores.

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En medio de la avalancha de las grandes producciones pre veraniegas llegó sin mucho ruido Último turno (End of the watch, 2012), tercer largometraje del estadounidense David Ayer, quien tiene notoria preferencia por las historias del crimen y las pandillas de la ciudad de Los Angeles. Es un proyecto pequeño, cuyo presupuesto de apenas siete millones de dólares no le impidió obtener, para sorpresa de muchos, buenos resultados en la taquilla norteamericana.

Último turno está rodada en su mayor parte en estilo documental (el famoso found footage, tan socorrido en películas de suspenso y terror actuales), algo que de entrada prendería las alertas entre los muchos espectadores que aborrecemos este tipo de filmes, pero hay que decir que conforme avanza el metraje se va acoplando el formato con la historia: la vida diaria de dos policías de Los Angeles, que en sus ansias de lograr un ascenso deciden enfrentarse sin muchos elementos a una inescrupulosa mafia mexicana.

Con elementos tomados de sus anteriores trabajos, las medianas cintas de acción Dueños de la calle (Street kings, 2008) y Vidas al límite (Harsh times, 2005), el director, quien acostumbra trabajar con guiones de su autoría, decidió agregar el elemento de cámara en mano para rodar en una ciudad que ya le ha servido de escenario en sus proyectos pasados. El aspecto descuidado de los barrios bajos y el sol cayendo a plomo en las calles angelinas acentúan la tensión que se confecciona un tanto forzadamente entre una pareja de policías abusivos y un grupo de criminales de poca monta pero extraordinariamente violentos.

Jake Gyllenhaal con un corte casi a rape y el actor de origen hispano Michael Peña, a quien recientemente vimos en Gangster Squad (2012), llevan los papeles principales de este filme, los acompaña la muy solicitada Anna Kendrick, aunque en un papel marginal. Es preciso mencionarlos ya que en buena medida son los actores quienes mantienen a flote el relato, incluso en algunas de sus innecesarias pero bien montadas escenas de acción.

Conociendo los antecedentes cinematográficos de David Ayer no hay que pensarlo demasiado para saber de que va la película: muchas escenas de acción, criminales de relleno, policías cuyo compromiso raya en la imprudencia y así por el estilo. Al menos no intenta engañarnos, cuando vamos al cine sabemos perfectamente lo que vamos a encontrar: una película de acción correctamente filmada. Los asiduos al género probablemente queden conformes, para el resto de la audiencia hay que buscar otras opciones.

 

Con un póster atractivo sobre todo para un público adolescente se presentó Spring breakers: Viviendo al límite (Spring breakers, 2012), cuarto largometraje del treintañero Harmony Korine, filme que ha levantado toda clase de comentarios por incluir en su elenco a un par de figuras muy conocidas en la televisión juvenil: la cantante Selena Gomez y la ex High School Musical, Vanessa Hudgens.

Fuera de lo que pudiera pensarse y para desencanto de las docenas de adolescentes que acudieron en sus primeros días de estreno, Spring breakers no es una comedia musical sobre fiestas en la playa y romances primaverales. Su director, el californiano Harmony Korine es un especialista en las temáticas de jóvenes marginales, coguionista de Kids (1995) Ken Park (2002), ambas dirigidas por Larry Clark, y que alcanzó cierto reconocimiento como director con la presentación en Cannes de la intrascendente Mister Lonely (2007), estelarizada por Diego Luna.

Spring breakers se desarrolla en las playas de Florida, a donde acuden cuatro adolescentes descarriadas en busca de diversión, aunque para ello deben llevar a cabo un violento asalto a un restaurante de comida rápida. Es en ese lugar repleto de hoteles baratos donde se cumplen los que parecen ser los mayores sueños del adolescente estadounidense promedio: paseos en motonetas, fiestas alocadas con alcohol y drogas, muchos bikinis y música descaradamente repetitiva reproducida al volumen más alto que permita el estéreo.

Con una narrativa fragmentada Korine va armando un rompecabezas cuyas piezas se unen con escenas donde montones de jóvenes vacacionistas presumen su monótona vaciedad. De las cuatro chicas protagonistas sobresalen por su desempeño Vanessa Hudgens y Ashley Benson, cuyos personajes ejercen más violencia y aparecen más tiempo en la pantalla. James Franco con su apariencia de rapero marginal (dientes metálicos incluidos), sale bien librado a pesar de su rango limitado de expresiones. La peor parte la lleva Selena Gomez con un personaje anodino y prescindible, muy adecuado para el escaso talento histriónico de la ex novia de Justin Bieber.

Con una banda sonora hipnótica y repetitiva, Spring breakers, con su demencial argumento, nos lleva a un recorrido por la banalidad y la saturación de vacío que padecen buena parte de los adolescentes de hoy, acostumbrados a repetir patrones observados en el cine norteamericano. Curiosamente su pátina de búsqueda existencial y la violencia perpetrada por lolitas en vistosos bikinis amarillos, parecen funcionar en el peculiar universo de adolescentes problemáticos de Harmony Korine. Pero eso no evita que los más sensibles salgan atónitos y confusos de la sala de cine, aunque la película no nos muestra nada verdaderamente escandaloso.

  

Después de tener un debut trepidante con un par de buenas películas: la comedia negra Tumba al ras de la tierra (Shallow grave, 2004) y la exitosa adaptación de la novela Trainspotting (2006), la carrera de Danny Boyle ha transitado con altibajos en los últimos años, aunque ganó montones de Oscares con Slumdog millionaire (2008), en su filmografía son más los filmes mediocres y hasta encontramos fracasos estrepitosos, como con el drama de aventuras La playa (The beach, 2001), estelarizado por Leonardo DiCaprio.

Ahora en 2013, previo al rodaje de Porno (que está basado en la novela homónima de Irvine Welsh), Boyle nos presenta su décimo largometraje En trance (Trance, 2013), una exploración a los singulares recovecos de la mente humana, un ejercicio vistoso y entretenido, muy al estilo de lo que nos tiene acostumbrados. En este nuevo trabajo encontramos a un grupo de hábiles delincuentes quienes ayudados por un trabajador de una famosa casa de subastas londinense, roban una valiosa pintura, pero debido a una extraña circunstancia la obra de arte se extravía en el proceso y deben recurrir a una experta hipnotista para recuperarla.

El guión de este nuevo trabajo corre a cargo de John Hodge, un habitual en la filmografía del cineasta inglés, que narra de manera fragmentada en constantes (y por momentos confusos) flashbacks, dosificando una historia que por momentos parece no dar para más. Sí, efectivamente es una obra muy amena pero en su tramo final parece enredarse de manera artificiosa en aras de alargar el suspenso. Gran parte de los aciertos del filme no vienen de la narrativa, sino del peculiar triángulo de personalidades que se forma entre Vincent Cassel, James McAvoy y la morena Rosario Dawson, quienes hacen lo suficiente y no más para mantener la atención de los espectadores.

En trance es además un recorrido (somero pero recorrido al fin), sobre el robo de obras de arte. Desfilan ante nosotros pinturas que han sido sustraídas de sus museos como El concierto de Vermeer, La Natividad de Caravaggio y sobre todo Tormenta en el mar de Galilea de Rembrandt. De hecho el cuadro en el que se centra la historia es el famoso El vuelo de las brujas de Goya, que pertenece a un famoso museo madrileño y que por el momento no se encuentra en exhibición.

Boyle es ante todo un experto en el entretenimiento, sus historias son ágiles y siempre están acompañadas de buena música (en este caso contamos con UNKLE, Rick Smith y Moby). Desafortunadamente En trance queda en deuda por la escasa verosimilitud de lo que nos quiere contar así como por las truculentas vueltas de tuerca que se utilizan indiscriminadamente a lo largo de toda la película. Guionista y director se confabulan para llevar al filme al lugar que ellos quieren, sin importar que con cada giro que van agregando la cinta resulta cada vez menos creíble.

Ante la escasez de propuestas interesantes, En trance se convierte en una opción, aunque sea apenas para pasar el rato, pero es un hecho que por esta vez quedarán decepcionados quienes siguen esperando la próxima gran película de Danny Boyle.

 

 

“Este día las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria…”, así comienza el famoso parte de guerra que escribió el general Ignacio Zaragoza al Secretario de Guerra, Miguel Blanco Múzquiz, después de conocer el resultado de la famosa batalla del 5 de Mayo de 1862. Este enfrentamiento sigue representándose anualmente en la ciudad de Puebla, una fecha que se recuerda y se celebra en buena medida por la escasez de triunfos militares ante ejércitos extranjeros.

Algunas personas del gobierno de Puebla, haciendo uso del dinero de los contribuyentes, con el apoyo (¿o complicidad?) de CONACULTA y la empresa Televisa, uno de los mayores vehículos promocionales del filme, decidieron que era tiempo de hacer una película sobre el tema. Para tal efecto reclutaron a Rafael Lara, quien para esas fechas ya había firmado tres largometrajes, entre los que se cuentan el insufrible thriller de asesinos seriales El quinto mandamiento (2012) y la sosa comedia de enredos Labios rojos (2011). El producto anunciado como “el filme más costoso en la historia del cine mexicano”, lleva por nombre Cinco de Mayo: La batalla (2013), que se estrenó con la nada despreciable cantidad de 400 copias en un fin de semana largo algo que suele ser muy favorable para la taquilla. Del resultado de la recaudación dependerá que se lleven a cabo dos secuelas que tentativamente llevarán por nombre: “El sitio de Puebla” y “La batalla del dos de Abril”.

Desde un principio la película pintaba para ser un proyecto fallido, el oneroso patrocinio gubernamental lo orilló a repetir la versión oficialista de la historia a eso debemos sumar la designación de Rafael Lara como director y guionista del proyecto, así como una muy desacertada elección de actores: el joven Christian Vásquez como el soldado chistoso y Liz Gallardo como la enamoradiza Citlalli, Angélica Aragón en un papel de relleno, todos ellos acompañados de montones de extras anónimos que deben haberse dado gusto matándose unos a otros… mención aparte merece Kuno Becker como Ignacio Zaragoza, a quien su notable falta de carisma  lo relega a un intrascendente segundo plano.

El título lo dice todo, Cinco de Mayo: La batalla. Y es que Rafael Lara se lo tomó muy en serio y dedica más de 40 minutos a recrear (es un decir), un enfrentamiento ininteligible y agotador. Completan el desastre una cámara en constante movimiento (tal vez para hacer menos evidentes los posibles errores de producción), una historia de amor incongruente y desangelada, así como el acompañamiento de villanos de caricatura.

Sí, desde hace tiempo que en el cine mexicano hace falta una buena película histórica, Cinco de Mayo dista mucho de serlo, lo peor es que seguramente pasará con más pena que gloria por las carteleras nacionales. Pero los productores son optimistas y armados con una costosa campaña publicitaria siguen alardeando de los montones de dinero que se gastaron en la reproducción del enfrentamiento bélico, uno como los cientos que se filman en Hollywood todos los días, a todas horas.

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