Por Armando Casimiro Guzmán
Presentada con relativo éxito en la edición del 2012 del Festival de Cine de Guadalajara, donde ganó el premio a Mejor actor para Kuno Becker (en la categoría Ficción Mexicana); se estrenó por fin en cartelera Espacio interior (2012), la ópera prima de Kai Parlange Tessman, que en pocos días ha generado opiniones encontradas y fue estrenada con 72 copias en quince ciudades del país.
Con guion del propio Parlange y Pierre Favreau, basado en un hecho real (la película hace mucho énfasis en ello), el secuestro de un adinerado arquitecto a principios de la década de 1990 y sus más de nueve meses en cautiverio, hasta su fortuito escape por un descuido de los delincuentes. Espacio interior pretende hacer énfasis en cómo la fuerza de voluntad (el protagonista simula todos los días “correr un maratón”, dentro de su celda), así como las firmes convicciones religiosas del secuestrado, le impiden caer en el desánimo y la autocompasión.
Kuno Becker, principal promotor del filme, recalca que ésta no es una obra de denuncia sobre la inseguridad y la violencia que se han convertido en una constante en nuestro país; en cambio, intenta mostrar como una persona se sobrepone a las circunstancias más adversas y logra ponerlas a su favor. La elección del nombre del personaje, Lázaro (el que logra levantarse de entre los muertos, como se narra en la famosa anécdota de la Biblia), no es obra de la casualidad, sino que forma parte de las constantes menciones religiosas que aparecen a lo largo del metraje (“No moriré ni un día antes ni un día después de lo que Dios diga”, afirma el susodicho en una de las escenas).
La crueldad del confinamiento en un reducido espacio en el sótano de una casa de un populoso barrio poblano, la celda rayoneada con diagramas y dibujos, el ominoso sistema de circuito cerrado y la desesperante música que fastidia a todas horas desde una vieja radiograbadora no son suficientes para eliminar el halo de irrealidad que permea toda la cinta. Tan solo hay que observar detalles como que los captores se disfrazan con risibles túnicas al más puro estilo del Ku Klux Klan, además de que son poseedores de una notable ortografía, para darse cuenta que algo no cuadra en ese raro tono aséptico del filme.
Otro aspecto desconcertante son los efectos visuales que enlazan las escenas del interior de la celda con los recuerdos y ensoñaciones del protagonista, en los que se percibe cierto lucimiento innecesario que raya en la torpeza. Tan solo basta recordar un ejemplo reciente, La escafandra y la mariposa (Le escaphandre et le papillon, 2007), en donde una persona confinada a su propio cuerpo logra a través de sus remembranzas armar una narración sólida e interesante, sin necesidad de recurrir a vistosos efectos especiales. Algo que evidentemente no sucede en el largometraje debut de Parlange.
Sabemos de la imprescindible necesidad de financiamiento de los proyectos cinematográficos, pero cuando la empresa proveedora (en este caso Liverpool), exige que su marca aparezca en una escena “x”, metida con calzador, es grotesco e inadecuado. Por otra parte hay que reconocer el esfuerzo de Kuno Becker por tomar proyectos de relativo riesgo como éste. Incluso mucho se habló que bajó catorce kilos para interpretar a su personaje (sinceramente no es algo que se note mucho), pero hay algo en él, una rigidez o tal vez antipatía natural, que su desempeño siempre resulta poco creíble.
Espacio interior hace su esfuerzo pero no es suficiente. Todo el dramatismo, la violencia y la crueldad que encierran una situación como la que nos presenta, se convierten en pocos minutos en una especie de manual de superación personal. Tal vez haya un sector de la audiencia que se identifique con este “mensaje”, pero para quienes pasamos de los temas de autoayuda es una película totalmente prescindible.
Sally Potter fue invitada de honor en la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Dicho certamen fue el marco de presentación en nuestro país de Ginger & Rosa (2012), séptimo largometraje de la cineasta londinense. Meses después, el filme comenzó su peregrinar por los circuitos de arte con un número muy limitado de copias. Por estas fechas aterrizó nuevamente en la capital michoacana, última oportunidad para verla en cine ahora que ya está disponible en formato casero.
Con guión de su autoría y algunos guiños autobiográficos, Sally Potter nos sumerge en la caótica década de los sesenta, a través de los ojos de dos adolescentes británicas que viven al son de los años que les tocó vivir, en una época donde todo parece estar al borde del cambio, ellas descubren la rebeldía y el sexo. Ginger y Rosa crecen juntas, el destino las reúne desde su nacimiento, hecho que crea entre ellas un estrecho parentesco emocional. Pero el abandono temprano de uno de los padres y las diferencias cada vez más marcadas en sus aspiraciones distanciarán cada vez más a las jóvenes amigas.
Sally Potter retrata con notable maestría una época y un momento de la historia que resultará, para quienes no lo vivimos, solo un suceso que se lee de paso en los libros de texto: la llamada “Crisis de los misiles en Cuba”, que en Octubre de 1962 llevó al planeta al borde de la extinción, ante la amenaza de ataques con armas nucleares entre las principales potencias de ese tiempo. Mientras tanto, los jóvenes encogían sus jeans en la bañera y alaciaban sus cabellos con la plancha de mamá, pero también empezaban a ver el mundo de una manera distinta a la de sus padres, escuchaban otro tipo de música, daban más importancia a la libertad sexual y salían a las calles a protestar contra la bomba atómica (de hecho el nombre original del proyecto era “Bomb”).
Ginger & Rosa también puede verse como una cinta feminista. Es claro el contraste entre los personajes femeninos adultos como guías y tutoras, mientras que la figura masculina enmascara su machismo e inmadurez con una actitud supuestamente liberal pero irresponsable. Ginger representa la marcha hacia adelante, con su interés en las artes y el activismo; en tanto que Rosa una chica religiosa y que explota su sexualidad, anticipa una vida sumisa y amargada.
El elenco es inmejorable, empezando por Ellen Fanning, a quien conocimos en Somewhere (2010), y Super 8 (2011), hace un trabajo estupendo. Alice Englert, lo hace bien pero su papel se ve opacado a media película cuando la historia se centra en el personaje de Fanning. El resto hace un trabajo que merece reconocimiento: Christina Hendricks, Annette Bennning, Alessandro Nivola, son acompañados por notables actores de reparto.
Después de películas como Orlando (1992), adaptado de una novela de Virginia Woolf o el drama étnico Yes (2004), Ginger & Rosa se presenta como la película más accesible de la cineasta británica. Pero no nos dejemos engañar, la sencillez de su desarrollo y de la historia que cuenta son de las mayores virtudes de la cinta. Ahora que está en el cine, es una gran oportunidad para apreciar una obra delicada e inteligente, de esas que han escaseado este año en la cartelera.
Se acerca el fin de la temporada veraniega, lo que permite a producciones más pequeñas ocupar los espacios que van dejando atrás los héroes de historieta, los robots gigantes y otros productos infantiles que han saturado las salas de cine con la complacencia de los exhibidores. Este el caso de Retrato íntimo (Thérèse Desqueyroux, 2012), decimoquinto y último largometraje del cineasta francés Claude Miller, que se presentó en la 65 edición del Festival de Cannes a manera de homenaje póstumo al realizador, quien sucumbió ante el cáncer apenas unas semanas antes del evento cinematográfico.
Retrato íntimo está basado en la novela Thérèse Desqueyroux, del escritor francés François Mauriac, publicada en 1927, pero que ya había sido adaptada para cine en 1962. Mauriac fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1952 y fue conocido además por las polémicas que enfrentó debido a sus preferencias sexuales y paradójicamente, por su catolicismo a toda prueba. La historia, ambientada en los últimos años de la década de 1920, cuenta como la taciturna Thérèse, una joven acaudalada y lectora empedernida, se une en matrimonio por conveniencia con un tosco descendiente de terratenientes. La estabilidad doméstica y el apasionado enamoramiento de una amiga de la infancia, desencadenan en la protagonista sentimientos encontrados respecto a la rutina, la familia y la libertad.
La recreación de obras literarias es casi una constante en la obra de Claude Miller, podemos citar Un secreto (Un secret, 2007), así como Betty Fisher y otras historias (Betty Fisher et autres histoires, 2001), como dos de sus más logradas adaptaciones. Las protagonistas femeninas que se sobreponen a un entorno hostil son el sello particular de buena parte de la filmografía del director parisino. En este caso es Thérèse, una mujer independiente que busca liberarse, aunque con cierta torpeza, del yugo doméstico, de ese encierro social en el que ella misma se ha metido.
Retrato íntimo marca el regreso a las pantallas mexicanas de Audrey Tautou, quien desde el 2009 con Coco antes de Chanel (Coco avant Chanel), no había tenido una presencia significativa en las salas de cine (La délicatesse del 2011, tuvo una distribución muy irregular en nuestro país). Su calculada interpretación de una mujer abatida por el entorno social, logra situar al espectador en el periodo entreguerras europeo, en donde una nueva generación de mujeres buscaba un mayor protagonismo en todos los aspectos de la sociedad francesa. El actor Gilles Lelouche acompaña a la Tautou en este proyecto, pero desafortunadamente su personaje no termina por definirse, se ubica a medio camino entre la rusticidad campirana y la ingenuidad risible.
A pesar de su narrativa lineal y su fidelidad a la obra de Mauriac, la cinta deja algunos cabos sueltos y sus personajes principales cambian bruscamente de un estado de ánimo a otro, detalle que barniza de inconsistencia a un relato que da la impresión que no se ha condensado adecuadamente. No obstante, Retrato íntimo resultará apenas suficiente para quien busque un elegante filme de época, que cuente con una adecuada ambientación y una fotografía notable. Al final, es un cierre aceptable para la carrera de un cineasta que supo hacerse presente en la cinematografía gala de los últimos veinte años.
Con una apresurada promoción y alimentada por el morbo, se estrenó Filly Brown (2012), segundo largometraje firmado en conjunto por Michael D. Olmos (hijo de Edward J. Olmos uno de los actores de esta producción) y el especialista en efectos especiales Youssef Delara. El filme tuvo una discreta presentación en el Festival de Sundance y registró ganancias moderadas tras su estreno en Abril en los Estados Unidos, ahora espera recaudar una fuerte suma entre los miles de seguidores que ansían ver el debut y despedida en la pantalla grande de la cantante Jenni Rivera.
Con guion del propio Youssef Delara, Filly Brown nos presenta a Majo Tonorio (¿?), una atribulada joven de origen hispano que enfrenta múltiples problemas: su padre tiene un trabajo modesto, su madre está encarcelada y ante su ausencia debe hacerse responsable de su hermana adolescente. La mejor manera que encuentra para sacudirse la presión es a través de la composición e interpretación de temas a ritmo de hip hop, una vocación que la pondrá en la disyuntiva de iniciar una carrera honesta en el mundo de la música o conseguir los recursos suficientes para ayudar a su madre a salir de prisión.
Este es un trabajo decididamente independiente y dirigido principalmente al mercado mexicoamericano en los Estados Unidos. Para quienes la hayan visto, quedará claro que los directores repiten algunos de los vicios de su producción anterior, el drama sobre infidelidades Bedrooms (2010), que contiene muchos actores secundarios cuyas historias se truncan bruscamente y demasiadas subtramas que intentan complicar un relato ciertamente mínimo. Tampoco ayuda mucho el hecho de que por momentos el filme adopte técnicas propias del video musical: los movimientos rápidos, la imagen dividida y la música ensordecedora que agradecerá tal vez, solamente el público más joven.
Pero hay que reconocer que Filly Brown tiene al menos un par de aciertos en el cast. Aunque por momentos pudiera parecer chocante, en términos generales el desempeño de la joven Gina Rodríguez es lo suficientemente sólido, como para llevar una película que se queda a nada de caer en el melodrama barato. Otro tanto hace el veterano Lou Diamond Phillips, quien la ha hecho tantas veces de hispano que ya debe considerarse uno de ellos. En cambio, queda a deber Edward James Olmos, aunque esto puede explicarse por lo reducido de su papel. En tanto que la actuación de Jenni Rivera, de la que tanto se ha hablado en nuestro país, no hay más que verla para calificar los escasos minutos que aparece en la pantalla.
Aunque su narrativa es trillada, repasando clichés sobre la industria musical, debemos decir que el resultado final de Filly Brown pudo haber sido mucho peor. Los jóvenes cineastas se esforzaron, pero debido a la manera en que se está promocionando el filme en nuestro país y gracias a la avaricia de la familia Rivera, que trata de exprimir hasta el último centavo de los fanáticos de la rolliza cantante californiana, es muy probable que la gran mayoría de los espectadores salgan decepcionados de las salas de cine: ya sea por darse cuenta de lo poco que aparece la intérprete fallecida o porque en conjunto la película resulte poco memorable.
Después de más de veinte años el director español Pedro Almodóvar decidió regresar a la comedia, género con el que ganó notoriedad en la década de los ochenta y al que vuelve destilando ligereza con Los amantes pasajeros (2013), largometraje número veinte en su cuenta personal, trabajo que ha tenido buen desempeño en la taquilla española pero que ha dejado con mal sabor de boca a quienes esperaban más del veterano cineasta manchego.
Con guión del propio Almodóvar, Los amantes pasajeros reúne a lo más granado del cine español actual en el reducido espacio de la cabina de mando y la sección VIP de un aeronave que hace el viaje de Madrid hacia la Ciudad de México, pero un error del personal en tierra los pone en grave peligro, de tal manera que la esperpéntica tripulación y los pasajeros de primera clase, evaluarán sus problemáticas personales ante la inminencia de un accidente de proporciones catastróficas.
A pesar de la aparente simpleza del filme, pretende (en palabras de su propio director), ser una alegoría de la sociedad española actual: una clase dirigente que intenta esconder la gravedad de la situación, una numerosa clase turista que permanece sedada y una primera clase que pese a todos los problemas conserva sus privilegios. Aunque la representación se ve revestida de matices pop, chistes fáciles (“Quiero hacer una llamada”, “¿Una mamada?” pregunta uno de los sobrecargos) y toda clase de referencias sexuales, características que de alguna manera terminan por opacar los tibios intentos críticos de la obra.
La fugaz aparición de Penélope Cruz en la pantalla y la repetida aparición del nombre de la aeronave (que hace homenaje a dos de las amistades más queridas del cineasta, ya fallecidas), apuntan desde un inicio a un trabajo que peca de autorreferencial, como algo que ya se ha visto pero que en esta ocasión es mucho menos notable. Buscando un punto de referencia, algo que ancle la memoria en el filme, quizás pensaríamos en el trío de sobrecargos homosexuales pero las bromas suceden tan aprisa y giran siempre en torno a las tendencias sexuales de alguno de los personajes que los chistes nos remiten más a la barra cómica del Canal de las Estrellas que a uno de los directores más conocidos del cine español de los últimos años.
El resto de los personajes: la solterona virgen (y además clarividente), la regente de una casa de citas, el empresario vendedor de aeropuertos fantasmas, y hasta el mexicano misterioso (un desangelado José María Yazpik), cada uno de ellos con sus disparatadas historias y motivaciones, no logran sobreponerse al interés pasajero del espectador. Desentonando un poco con el tono del filme sobresale el personaje de Guillermo Toledo, un actor venido a menos que viaja a México para actuar en telenovelas, pero su corto melodrama personal parece metido con calzador en un guión demasiado fiestero y desenfadado.
Después de que La piel que habito (2011), rompiera con la larga serie de melodramas que marcaron durante años las producciones de Almodóvar, su más reciente comedia parece ser un filme de transición, un trabajo lúdico y una especie de descanso frente a la macabra inspiración del transformismo corporal que generó toda clase de reacciones hace un par de años. Si bien arrancará algunas sonrisas durante su proyección, Los amantes pasajeros marca un paso hacia atrás en la carrera del experimentado realizador .