Por Armando Casimiro Guzmán
En unas pocas salas pero con gran expectativa, llegó por fin la gran ganadora de los Premios Goya en su más reciente edición, Blancanieves (2012), apenas segundo largometraje del cineasta bilbaíno Pablo Berger, quien sorprendió hace algunos años con la extraña pero notable comedia Torremolinos 73 (2003). La cinta ya ha tenido su recorrido por festivales como San Sebastián y Toronto, además de que fue la selección española para competir en los Oscar en la categoría de Mejor película de habla no inglesa.
Ocho años le tomó a Pablo Berger concretar esta idea que desde hace tiempo ya rondaba en su mente. Han sido ya tantas las adaptaciones cinematográficas del cuento clásico firmado por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, algunas de ellas tan recientes como las insufribles Espejito, espejito (Mirror, mirror, 2012) y Blancanieves y el cazador (Snow White and the huntsman, 2012), que parecía una tarea imposible ofrecer una nueva visión de la historia. Para colmo, apenas en el 2011 se estrenó con inusitado éxito la cinta francesa El artista (The artist, 2011), que al igual que la Blancanieves de Berger, es un filme mudo y monocromático.
Pero Berger pasó la prueba, armado con un guión de su autoría decidió situar su relato en la España de los años veinte. En este caso, Blancanieves no será una princesa mimada sino la descendiente del más grande torero de la época y de una conocida cantante de flamenco. Trágicas circunstancias traen a escena a Encarnación, una ambiciosa enfermera que terminará instalándose en la mansión del matador y obligará a la joven heredera a viajar por el campo acompañada por un variopinto grupo de enanos toreros, faltaba más.
El gran mérito del filme es conjugar adecuadamente los elementos básicos del cuento con las tradiciones más arraigadas del pueblo español. La estructura narrativa aparenta simpleza pero permite el lucimiento de los personajes, convirtiendo un relato infantil en un drama vigoroso y elegante. En tanto que una impresionante puesta combina con una disposición visual que oscila entre la ingenuidad y lo perverso, la iluminación y el tenebrismo. También debe destacarse el elaboradísimo tratamiento de una de las tradiciones más rancias de la península ibérica: la tauromaquia.
Otro detalle importante es que el filme elude el regodeo gráfico del sufrimiento animal sin que por ello deje de ser un elemento importantísimo del entramado. Esto no impidió que en España, grupos defensores de los derechos de los animales protestaran y pidieran que se sancionara a la productora después de filtrarse la información de que los toros y vaquillas fueron sometidos a picas y banderillas, para finalmente ser sacrificados en los chiqueros de la plaza. Los productores y el director han negado las acusaciones, pero la polémica aún sigue dando de qué hablar.
Al margen de lo anterior, se debe rescatar el gran trabajo de los actores, que con gestos y expresiones sacan adelante la narración: Los más experimentados Maribel Verdú como la madrastra y Daniel Giménez Cacho en clave paternal. También sería imposible imaginar otras Blancanieves españolas más dignas que Sofía Oria y Macarena García, quienes interpretan a la protagonista en su infancia y juventud respectivamente.
Blancanieves es una de las películas más interesantes que hemos visto este año en cartelera. Una muestra de que con creatividad e inteligencia se pueden retomar historias de sobra conocidas, para dotarlas de un alma y sensibilidad distintas a las que ya están instaladas en la memoria colectiva. Pero ojo, no es para todos. En una de las funciones la cuarta parte de la audiencia abandonó molesta la sala, el filme resultó demasiado para padres de familia despistados y azorados infantes acostumbrados a las versiones edulcoradas de la casa Disney.
Una de las grandes sorpresas de la temporada ha sido el thriller de horror El conjuro (The conjuring, 2013), quinto largometraje del director malayo afincado en Los Angeles, James Wan. Es impresionante que este filme de género de bajo presupuesto (apenas costó 13 millones de dólares), estrenado en condiciones adversas, lleve registrados ingresos por más de 130 millones de dólares tan solo en los Estados Unidos. Un dato que no pasaron por alto las exhibidoras nacionales para apresurar su estreno en nuestro país y los productores de la cinta para anunciar el próximo rodaje de una secuela.
Con guión de los hermanos Chad y Carey Hayes (viejos conocidos de las teleseries y las cintas B), El conjuro cuenta la historia de la familia Perron, quienes invierten todos sus ahorros en una vieja propiedad rural en Rhode Island. Después de vivir una serie de experiencias escalofriantes, los propietarios deciden al fin acudir a los esposos Warren, una pareja de investigadores de lo paranormal que tratarán de devolver la calma a la aterrorizada familia… en fin, nada que no se haya visto antes, además con la consabida etiqueta “basada en hechos reales”.
James Wan es conocido por sus filmes de terror, la primera parte de la serie Saw (2004), así como la exitosa Insidious (2010), de la que ya se tiene lista una segunda entrega, son sus dos antecedentes más conocidos por los amantes del género. El director malayo afirma que con El conjuro, no quería hacer solamente otra historia de fantasmas: “había una cosa que no había explorado y era la oportunidad de contar una historia que estuviera basada en personajes reales”. Fue por ello que la parapsicóloga Lorraine Warren y la propietaria de la casa embrujada Andrea Perron (un nombre ficticio cabe aclarar), fungieron como asesores de la cinta.
Quizás el mayor acierto de este trabajo es la sobriedad con la que esta filmada, con una atmósfera opresiva más cercana a las películas de horror de los setenta que a los costosos e ineficaces trucos empleados por las actuales cintas del género. Del elenco destaca la siempre efectiva Vera Farmiga, a quien recordamos mucho por su trabajo en la estupenda Up in the air (2009), el resto cumple y lo hace bien. De hecho, entre la información que han filtrado los productores, Farmiga y Patrick Wilson ya están confirmados para la segunda parte.
En esta ocasión James Wan dio en el clavo, a pesar de ser una de las tantas películas de exorcismos y casas embrujadas que se estrenan anualmente, supo entender lo que en este momento pedía un público universal, deseoso solamente de saltar en la butaca armado con un vaso de palomitas. Para los más exigentes quedará a deber, apenas algunas escenas y el anticuado vestuario de Vera Farmiga, lograrán distraerlos de la débil ejecución de una historia que se ha visto miles de veces en el cine. Ya viene la segunda parte, seguramente no gozará del éxito que tuvo ésta, hay material de sobra para hacerla, pero es obvio que escasean las ideas… esto es el verdadero terror del género.
Para satisfacer a los fans (que los hay), del único superhéroe vestido con traje de buzo y unos guantes de limpieza, llegó Kick ass 2 (Kick-ass 2, 2013), apenas tercer largometraje del estadounidense Jeff Wadlow. Es un trabajo que ha recibido toda clase de críticas por parte de asociaciones de padres de familia, críticos, seguidores del cómic y hasta de miembros del elenco que se quejan de la excesiva violencia del filme o de la falta de ella, según sea el caso. Presentada con tan solo 110 copias en nuestro país y con números muy bajos en su semana de estreno, es muy probable que nos estemos despidiendo de una posible tercera entrega de la serie.
Con guión del propio Wadlow y basado, al igual que la primera parte, en las historietas creadas por Mark Millar y John Romita Jr. (quienes escriben y dibujan el comic desde el año 2008); el regreso del superhéroe se centra en la amistad que se forja entre Dave Lizevski (alias Kick Ass), y Mindy Mcready (Hit Girl). Ahora, un tiempo después de la derrota del mafioso Frank D’Amico, han surgido muchos imitadores que sin poseer súper poderes o siquiera alguna habilidad especial, deambulan por las calles de Nueva York vistiendo estrafalarios trajes. El enemigo en esta ocasión es D’Amico junior, quien abandona su álter ego, Red Mist, para convertirse en el despiadado Motherfucker. El malvado, en un derroche de originalidad, decide que debe exterminar a su némesis Kick Ass, armado de un par de pistolas y unos cuantos millones de dólares.
En un esfuerzo por empalmar adecuadamente las dos entregas de la serie, los guionistas tomaron partes de la historieta, inventaron o eliminaron algunas más, por lo que a decir de los conocedores del comic, la versión cinematográfica va por un lado mientras la gráfica se encamina en una dirección totalmente distinta. Por otra parte, debieron enfrentarse a otro gran problema: el notorio crecimiento de Chloë Grace Moretz, lo que obligó a establecer un nuevo enfoque de los personajes.
A pesar de que la película contiene varios guiños dirigidos al público adolescente (como el abundante uso de las enajenantes redes sociales), la serie alcanzó la clasificación para mayores de 18 años, por el uso de lenguaje vulgar y numerosas escenas de violencia explícita. Curiosamente, la agresividad de los personajes, sus violentas peleas y sus abundantes dosis de humor negro son suficientes para mantener la atención del espectador que esté dispuesto a seguir el juego que le plantean. Pero al igual que en la primera parte, lo mejor sigue siendo Chloë Moretz, que ahora más crecida, brinda la posibilidad de bromear con los dilemas propios de la pubertad.
Una inusual polémica se presentó meses antes del estreno, el actor Jim Carrey (quien luce irreconocible en el filme), se negó a promocionar la película alegando que: “no podía apoyar ese nivel de violencia”, después de enterarse de la matanza de la escuela primaria Sandy Hook, en donde perdieron la vida 28 personas. La producción respondió con un comunicado en tono burlón y el tema ha dado mucho de qué hablar desde entonces.
Aunque parecía que ya no debía hacerse una secuela del superhéroe, la presencia de Chloë Moretz da lo suficiente para mantener cierto interés, al menos entre los fans de la serie (a fin de cuentas termina siendo su película). Sin ser una maravilla, Kick Ass 2, tiene la suficiente incorrección e ironía que la apartan del tono soso y grandilocuente que caracteriza al género. Aun así, una tercera parte se antoja desde ahora como algo completamente innecesario.
Siguiendo la reciente tradición del suspenso español, un género revitalizado a mediados de los noventa por cintas como Tesis (1996) y Nadie conoce a nadie (1999), llega El cuerpo (2012), largometraje debut del director catalán Oriol Paulo, quien ha desarrollado su carrera básicamente en la televisión y define a su ópera prima como: “un thriller psicológico con toques de terror”. El filme fue bien recibido en España y llega con un inexplicable retraso a las salas de cine de nuestro país (está disponible en formato casero desde hace al menos un par de meses).
Con guión de Lara Sendim y del propio Oriol Paulo (quien previamente escribió el argumento para otro thriller español, Los ojos de Julia), El cuerpo comienza con la muerte, por atropellamiento, de un aterrado guardia de una morgue española. Al atender la llamada de auxilio, en una noche lluviosa y por demás oscura, la policía descubre la desaparición del cadáver de una extravagante millonaria. Un veterano policía se encargará de resolver el misterio, al tiempo que investiga al joven viudo para esclarecer las causas de la muerte de su esposa y descubrir el paradero de sus restos… en fin, es difícil decir algo sin revelar alguna de las tantas sorpresas de la trama.
Lo que sí se puede decir, es que ésta es la tercera película de los productores de El orfanato (2007) y la ya mencionada, Los ojos de Julia (2010), trabajos de mediano calibre pero con cierto peso en la taquilla española. Ambas tienen como común denominador la presencia de la actriz Belén Rueda, quien poco a poco se establece como la diva del género, al ser parte importante de esta especie de trilogía inconexa que cierra con la ópera prima de Oriol Paulo.
En un intento de alejarse de sus predecesoras, la película retoma varios elementos del cine negro: las noches tormentosas, los frecuentes apagones, enormes mansiones, linternas que no alumbran nada y policías que fuman como chacuacos. En general estos recursos son bien utilizados para ambientar el filme, pero siempre están al borde de caer en el lugar común. Resulta interesante que a pesar de lo intrincado de la historia, son pocos los personajes que intervienen en ella. Es para destacar lo que hace José Coronado como el testarudo oficial de policía, así como el joven Hugo Silva, como el atribulado esposo de la difunta y que no acierta dar con las respuestas del caso. Belén Rueda, en cambio, apenas entrega lo necesario para sacar a flote su papel.
Después de un inicio trepidante, la cinta cae en un desarrollo un tanto enredoso y cansado pero siempre embustero, buscando a toda costa que el espectador caiga en sus múltiples trampas (tal vez obligará a algunos a verla dos veces para comprobar los posibles errores de la trama). El cuerpo destaca por su gran producción y una narrativa bien ejecutada, a fin de cuentas es un producto comercial de buena manufactura. Seguramente resultará chocante para los más escépticos, pero muy recomendable para los amantes del misterio, los laberintos mentales y las muertes misteriosas.
Presentada con anterioridad en el 16 Tour de Cine Francés, Los infieles (Les infidèles, 2012), es un largometraje coral firmado por siete directores y una directora, entre los que se cuentan Michel Hazanavicius, ganador del Oscar por El artista(The artist, 2011), así como Jan Kounen conocido por películas como Dobermann(1997) y Coco & Igor(Coco Chanel & Igor Stravinsky, 2009). Aunque a final de cuentas, se podría decir que es un proyecto personal de los amigos Jean Dujardin y Gilles Lellouche, quienes producen, actúan, dirigen y escriben esta disparatada comedia francesa.
Aun antes de ser famoso por su papel en El artista, Jean Dujardin, un habitual de las comedias paródicas francesas y su camarada Gilles Lellouche, uno de los actores con más presencia en el cine galo de los últimos años, traían entre manos la realización de este proyecto, al cual se sumaron con el tiempo diversos actores y directores para conformar un filme caótico y estrafalario. Los infieles, está conformado por varias historias cortas, que cuentan diversas variantes de la infidelidad masculina. Ya sea en un congreso de negocios, en una salida con los amigos o tomando terapia con un grupo de disfuncionales, se exhibe esa obsesión de poseer tantas mujeres como sea posible a pesar de contar con una pareja estable, condición indispensable para que se concrete la felonía.
Como suele suceder con esta clase de producciones, en donde se ven involucradas tantas perspectivas sobre un mismo tema, Los infieles es una película muy dispareja. Lo mismo encontramos momentos rescatables, como el caso de los segmentos dirigidos por Emmanuelle Bercot y Eric Lartigau, que de alguna manera rompen con el tono burlesco del filme, que lapsos torpemente desarrollados, convertidos en pequeños sketches, relatos demasiado burdos como para tomarlos en cuenta. Otra falla importante es que dado que Lellouche y Dujardin interpretan a los distintos personajes de cada historia y que no hay una clara separación entre ellas, se traduce en el público en una molesta confusión entre cada viñeta y la siguiente.
Como dato de trivia, este proyecto comenzó a promocionarse en Francia, justo en el momento en que Jean Dujardin surgiera como uno de los nombres favoritos para llevarse una de las codiciadas estatuillas que otorga la industria estadounidense, esto por su trabajo en El artista. La polémica surgió cuando en esas mismas fechas, varias vallas publicitarias de Los infieles fueron retiradas de la capital francesa por ser consideradas vulgares o francamente sexistas. Al final, el escándalo fue sepultado con montones de comunicados de prensa y el actor galo terminó con el Oscar en su casa.
Si uno deja de lado los abundantes clichés sobre la masculinidad que contiene esta cinta, encontrará algunos momentos divertidos gracias a la buena interacción entre los protagonistas. Pero por otra parte, varias escenas de humor simplón y un final tan forzado como ridículo, mandan a esta película (que pudo ser mucho mejor), al cajón de las prescindibles.