Armando Casimiro Guzmán
Era imposible no arquear las cejas cuando escuchamos la noticia de que Joss Whedon adaptaría para la pantalla grande una obra de William Shakespeare. Y es que el neoyorquino es conocido sobre todo por su trabajo en televisión en series del tipo Buffy, la cazavampiros, mientras que en cine se le acusa de ser el responsable de ese armatoste llamado Los Vengadores (The Avengers, 2012). Estos antecedentes obligaban a ser cautelosos a la hora de ver Mucho ruido y pocas nueces (Much ado about nothing, 2012), tercer largometraje en la cuenta personal del director, que llegó a nuestro país con un reducido número de copias (solo Cinépolis la estrenó).
El propio Joss Whedon se encargó de hacer la adaptación casi literal de la obra Mucho ruido y pocas nueces (en ocasiones también se traduce como Mucho ruido para nada), una de las más divertidas comedias del dramaturgo inglés William Shakespeare, material que se publicó por primera vez en el año 1600. La historia nos presenta a Leonato, gobernador de Mesina, quien es tío y padre de dos encantadoras chicas, Beatrice y Hero. Un día reciben la visita del distinguido militar Don Pedro y dos de sus oficiales: Benedick y Claudio, quienes regresan victoriosos de una campaña emprendida contra Don John, el hermano incómodo del líder castrense. Los engaños y malentendidos provocados por el villano, harán hasta lo imposible por evitar que el amor llegue a las vidas de cada uno de los implicados.
La película, presentada en un formato de blanco y negro, fue filmada en apenas doce días en la mansión californiana del propio director, justo al mismo tiempo que rodaba la ya mencionada megaproducción con los superhéroes de Marvel (de hecho, el actor Clark Gregg actúa en las dos). Whedon hace un interesante trabajo con una cámara muy cercana a los actores y efectuando movimientos certeros para agrandar el reducido espacio físico utilizado para el rodaje. A pesar del gran número de actores que intervienen, es una buena lección sobre cómo se pueden optimizar las locaciones en una película coral sin derrochar grandes cantidades de dinero.
El elenco, que tal vez resultará desconocido para el gran público, está conformado con varios actores de reparto, todos ellos amigos del director. Es imposible no destacar la gracia y la riqueza gestual de Amy Acker como la reticente Beatrice, así como la rústica comicidad de Alexis Denisof quien hace el papel del valiente y testarudo Benedick.
La cinta se suma a muchas otras producciones que retoman los diálogos originales de los textos de Shakespeare, que van desde las adaptaciones carcelarias de la italiana César debe morir (Cesare deve morire, 2012), las actualizaciones militares como Coriolanus (2011), hasta los coloridos filmes adolescentes tipo Romeo+Julieta (Romeo+Juliet, 1996). Incluso el británico Kenneth Branagh, un director asiduo a los trabajos del bardo inglés y amigo personal de Whedon, ya había hecho su propia versión de Mucho ruido y pocas nueces en 1993.
Esta obra deja al descubierto el talento de Whedon, la suya es una de las pocas adaptaciones verdaderamente divertidas de una comedia de Shakespeare. Mucho ruido y pocas nueces es un acercamiento fresco y elegante a la obra original, es una pequeña maravilla. Aunque esto no fue suficiente para los grupos de adolescentes que decidieron abandonar la sala después de apenas quince minutos de película. Ni hablar, ellos se lo pierden.
Difícil estreno tuvo Elysium (2013), segundo largometraje del joven director Neill Blomkamp, en un fin de semana dominado por caricaturas noventeras y el deslucido humor de Eugenio Derbez. A pesar de la publicidad y un alto número de copias, la película del sudafricano se ubicó hasta el tercer lugar de preferencias en nuestro país. A esto debemos agregar que siguió la tendencia que vivió en los Estados Unidos, donde ni siquiera pudo recuperar sus altos gastos de producción.
No me quedó claro si la película está basada en una novela gráfica (como lo afirmó Matt Damon en una entrevista), y el director no aclara el punto, en todo caso el guión está firmado por el propio Blomkamp, y nos sitúa en el año 2154, cuando la Tierra es un territorio sobrepoblado y rebosante de contaminación, razones por las que las personas de mayores ingresos deciden abandonarla para orbitar en una lujosa estación espacial llamada Elysium. Los rígidos controles migratorios no impiden que miles de personas intenten ingresar a ella clandestinamente o perecer en el intento. Uno de estos aventados es Max, un ex convicto que tiene los días contados, a menos que pueda entrar a la estación para someterse a un proceso curativo.
Neill Blomkamp se dio a conocer con District 9 (2009), que sorprendió por sus chispazos de originalidad además de su fuerte carga crítica hacia la discriminación y la polarización social. Estos mismos temas forman parte de su nueva producción y son muy bien retratados en una primera instancia: la pobreza de la mayor parte de la población que la obliga a aceptar trabajos miserables, propiciando la emigración y el tráfico de personas, mientras que el sector más rico de la humanidad tiene acceso a todos los servicios existentes y está dispuesto a ejercer todo tipo de controles para conservar su cómodo estilo de vida, algo que se antoja perfectamente factible y veraz.
Si bien la película se distrae de sus elementos importantes a partir de la segunda hora de metraje, debemos recordar que es un producto de alto presupuesto y por lo tanto debe ofrecer más atractivos para un público estándar, ahí es donde entran las espectaculares escenas de acción, los villanos caricaturescos y alguno que otro cliché. Pero el tema de agradar a las masas no exime a los responsables de no explicar detalles importantes de la trama, como el funcionamiento del sistema político o la tardía respuesta que tienen los habitantes de Elysium ante una amenaza inminente.
Aunque Matt Damon sigue siendo idéntico a Bourne, la verdad es que en esta ocasión lo hace bien, su personaje tiene la fuerza suficiente para mantener el peso de esta cinta de ciencia ficción. El resto del elenco, no es nada del otro mundo y cumple apenas con el propósito de dotar de un carácter multinacional al filme.
Elysium no es una película perfecta, pero agrega su vocación comercial una serie de interesantes apuntes sobre los controles migratorios y las políticas de salud. Pero quizás lo más relevante y a la vez lo más terrible del filme, son los claros paralelismos entre la Tierra de Blomkamp y nuestro país, ya que las enormes filas para logar atención médica en los distintos sistemas de salud son iguales a las que nos muestra el sudafricano, por si fuera poco, ese paisaje lunar, ruinoso y de aspecto basuriento no es otra cosa que el bordo de Xochiaca en el Estado de México.
Cada país tiene heridas que aún no cierran: en Sudamérica son las dictaduras militares, en España la Guerra Civil, en Estados Unidos la lucha por los Derechos Civiles y la Guerra de Vietnam. En tanto que en nuestro país, el 2 de Octubre vuelve una y otra vez como referente de una época, un suceso que con el tiempo lograría opacar a los propios Juegos Olímpicos celebrados en la Ciudad de México apenas unos días después.
Tlatelolco, verano del 68 (2012), es el cuarto largometraje del cineasta veracruzano Carlos Bolado, quien vuelve a la carga con los temas políticos, recordemos que hace algunos meses presentó la película (con alma de videohome), Colosio: el asesinato (2012), ingenuo y desesperante intento por develar al verdadero culpable del asesinato del malogrado ex candidato presidencial.
Volviendo a la cinta que nos ocupa, encontramos a Félix y Ana, una pareja de jóvenes que viven en las postrimerías de los turbulentos años sesenta: él es un pobre estudiante de arquitectura de la UNAM, ella es una chica rica de la Ibero, una idealista aspirante a fotógrafa. La historia de su relación se cuenta en forma de viñetas, recordando los eventos más significativos previos a la represión de Tlatelolco. La toma violenta de las distintas escuelas y facultades, los levantones de estudiantes y el gastado discurso de los “revoltosos comunistas” que amenazaban la “estabilidad social” del país, sirven para situar cada uno de los encuentros y desencuentros de la pareja.
Para ambientar mejor la historia se incluyen imágenes documentales de la época, aunque en ocasiones no aportan mucho a la fluidez de la cinta. Desafortunadamente las escenas de manifestaciones no cuentan con el suficiente número de extras como para hacer creíble la reconstrucción de las multitudinarias marchas de la época. Tampoco ayuda en nada que presenten a ciertos personajes tan caricaturizados (el peor de ellos, Luis Echeverría), ni las innecesarias frases de elogio para el ex presidente Lázaro Cárdenas.
Fuera de eso hay que destacar el trabajo de ambientación que debió ser muy complicado, así como la banda sonora, muy adecuada para el momento. Y a pesar de muchos malos comentarios al respecto, lo cierto es que la pareja protagonista funciona más o menos bien con Cassandra Ciangherotti y el menos conocido Christian Vázquez, como el ingenuo y a veces sobreactuado galán. Además, los minutos finales ayudan en buena medida para darle un cierre digno a la película.
Quien espere encontrar una cinta que le haga justicia al movimiento estudiantil de 1968, un documento que revele los verdaderos responsables de la desafortunada incursión militar en la Plaza de las Tres Culturas, se verá decepcionado. En cambio, quien vaya con un ánimo menos crítico y solo busque una historia de amor ambientada en ese periodo, pasará seguramente un momento agradable. Para los más interesados en el tema, tal vez valga la pena ver un par de filmes: El grito (1968), documental de Leobardo López Aretche y el trabajo de ficción, Rojo amanecer (1990), de Jorge Fons. Como última recomendación valdría la pena darle una leída al libro Las mentiras de mis maestros de Luis González de Alba (editado por Cal y Arena), que desmitifica muchos hechos del citado movimiento.
Después de meses de anunciarse en los promocionales de Sala de Arte de Cinépolis apareció por fin la comedia No molestar (Do not disturb, 2012), tercer largometraje dirigido por el también actor francés (nacido en Israel), Yvan Attal. La cinta tuvo su estreno hace casi un año en Europa y desde hace varios meses está disponible en los diferentes formatos digitales, por lo que es muy probable que tenga un paso fugaz por la cartelera nacional.
No molestar es el remake del filme independiente Humpday (2009), escrito y dirigido por la cineasta estadounidense Lynn Shelton, que obtuvo comentarios positivos tras su presentación en el Festival de Sundance. Para la versión francesa el guión, que fue coescrito por el propio Yvan Attal, nos presenta a dos viejos amigos: Ben, un hombre casado y estable que rehúye a la idea de concebir un hijo, mientras que su contraparte es el aventurero Jeff, quien ha viajado por todo el mundo y es un asiduo de los círculos artísticos de París. Tras su reencuentro, en una noche de fiesta, ambos deciden filmar una película porno, en donde nadie más que ellos serán los protagonistas, a fin de cuentas, todo es por amor al arte, ¿o no?
Con una cámara muy cercana a los actores, con mucho movimiento, rostros desenfocados y una fotografía excepcional, el director intenta reflejar la intensa amistad de los protagonistas y el cuestionamiento de unas vidas, que a fin de cuentas, quedaron muy por debajo de lo que se esperaba. El conflicto, la idea de dar el siguiente gran paso, aparece de la mano de la esposa, quien desea a toda costa y casi maquinalmente tener un hijo. Aunque bien podría clasificarse como comedia, lo cierto es que las situaciones se resuelven con un dramatismo acorde al tono agridulce de toda la película. Esto puede ser bueno o malo según sean las expectativas que cada quien tenga sobre ella.
Para dar vida a sus personajes, el director recurre a sí mismo, el propio Yvan Attal toma el papel principal y lo hace bien. Lo acompañan François Cluzet, muy conocido por su reciente participación en Amigos (Untouchable, 2011), la modelo y actriz Laetitia Casta, así como Charlotte Gainsbourg, quien además de haber participado en todos los proyectos anteriores de Attal, es también su pareja sentimental desde hace varios años.
No hay más que buscar el tráiler para darse una idea si se quiere ver o no el filme ya que no guarda ninguna sorpresa, de hecho lo condensa tan bien que es imposible no adivinar su predecible conclusión. Un hecho que nos obliga a preguntarnos si la anécdota tiene suficiente para armar un largometraje, pero tal parece que no es así. No molestar no es una comedia simplona pero dista mucho de ser una obra de arte (como algunos ya la clasificaron). Aunque se queda como una asignatura pendiente ver la versión original, es indudable que esta reinterpretación pudo ser mejor, mucho mejor.
El cine español pasó lista de presente en la abultada cartelera septembrina con Fin (2012), carta de presentación para la pantalla grande del director alicantino Jorge Torregrossa, quien cuenta con una amplia experiencia en la televisión local. El filme, es una extraña combinación de ciencia ficción con película de suspenso que se estrenó hace casi un año en España y estuvo presente en los premios Goya con una nominación en la categoría de Mejor guion adaptado.
La película está basada en la novela del mismo nombre del escritor gallego (afincado en Cataluña), David Monteagudo y que está editada por el sello Acantilado. Cabe aclarar que el libro ha generado controversia en España: hay quien dice que el autor es el próximo Philiph K. Dick y también están quienes aseguran que la obra no sirve ni para encender el carbón de una parrillada. En fin, la cosa es que un grupo de amigos se reencuentran después de muchos años sin verse, eligen para su reunión una apartada cabaña en las montañas. Durante su primera noche en el lugar, luego de una serie de terribles discusiones donde se hace mención a los errores del pasado, se encontrarán con un extraño evento astronómico que traerá catastróficas consecuencias, no solo para el animoso grupo de conocidos sino sobre toda la humanidad.
La historia comienza más o menos bien, un misterioso encuentro en el metro, la presentación un tanto austera de los personajes, el resurgimiento de antiguos rencores y engaños, así como la misteriosa ausencia de un compañero casi innombrable, por un momento nos hacen creer que será una película de horror, de esas donde un deschavetado quiere tomar venganza sobre quienes alguna vez le hicieron daño… pero no, sin previo aviso todo se convierte en una cinta apocalíptica al peor estilo de M. Night Shyamalan, donde todos han desaparecido, los animales han tomado el control y hasta una manada de borregos resulta una seria amenaza.
¿Pero qué es Fin? No es una película de horror estándar donde un loco omnipresente se dedica a cortar cabezas, no es tampoco una obra de ciencia ficción ni mucho menos una emocionante cinta de misterio. La tramposa historia (según parece, muy apegada a la novela), no consigue mantener el interés en unos personajes por demás anodinos, ni logra emocionar con sus predecibles y poco emotivos momentos de tensión. A esto debiéramos agregar las limitantes interpretativas que exhiben algunos de los actores para redondear la de por si poca verosimilitud del filme.
Es muy probable que quien haya visto el tráiler antes de entrar a la sala de cine se sentirá muy decepcionado al darse cuenta que le han arruinado las escasas sorpresas que ofrece la producción. Está bien, se reconoce el esfuerzo de ofrecer este tipo propuestas fuera de los rígidos estándares de Hollywood, pero la ópera prima de Torregrossa se queda terriblemente corta. Al final, no nos preguntamos que fue de los sobrevivientes ni cuál fue el origen de la calamidad, sino ¿de dónde diablos salió un león?
El último día del Tour se reservó para el filme más flojo de todos los que se presentaron en esta decimoséptima edición, la comedia Los sabores del palacio (Les saveurs du palais, 2012), octavo largometraje del veterano cineasta Christian Vincent. El filme estuvo nominado a los premios César en la categoría de Mejor actriz para Catherine Frot, además de que tuvo un recorrido aceptable por la cartelera francesa.
Los sabores del palacio está libremente basada en Mes carnets de cuisine. Du Périgord à l’Elysée, una obra que recopila las memorias de Danièle Delpeuch, hasta ahora, la primera y única mujer que ha sido chef en la cocina particular de algún presidente francés. El propio director coescribió el guion, cambió el nombre de la protagonista y lo dotó del tono humorístico que predomina a lo largo del relato. Hortense Laborie es una exigente chef que un día es llamada para encabezar la exigente cocina del presidente François Mitterrand. La llegada de esta nueva competidora desata los celos del resto del personal de la residencia oficial. Por lo que la experta cocinera deberá enfrentar las intrigas palaciegas ayudada solamente por su fiel asistente Nicolas.
La cinta no está narrada de manera lineal, nos muestra alternadamente escenas de la vida de la chef en unas alejadas islas antárticas al tiempo que nos sumerge en los recuerdos de los dos años que pasó satisfaciendo el paladar del presidente. Sin demasiados artilugios estilísticos y con cierta ligereza, el director aprovecha el tema para darnos una muestra de la preparación casi artística de la alta cocina francesa.
La veterana Catherine Frot, una de las actrices más constantes de la cinematografía gala, es quien lleva el peso de la película, lo cierto es que lo hace bien, su interpretación es capaz de dar vida a un personaje fuerte, insondable e independiente. En tanto que el papel del presidente recae en el escritor francés Jean d’Ormesson, quien a sus 86 años hace su primera presentación en la pantalla grande.
El gran problema del filme es que ni su narrativa ni los elementos que la conforman dan cierre a varias de las interrogantes que la misma historia plantea: ¿Hortense se enamora del presidente?, ¿qué pasó con el anciano y sordo tío que aparece al principio de la historia?, ¿qué situación la orilló a refugiarse en una perdida isla antártica, además de una buena paga?, ¿qué sucede con su joven asistente? La duración de la película (apenas una hora y media), así como la resolución de un conflicto que parece menor, nos dejan la impresión de que acabamos de ver un trabajo incompleto y endeble.
Aunque casi todos sus filmes han tenido una exhibición limitada, hace algunos años, Christian Vincent logró incluir por fin en el Tour su comedia Seductor de lujo (Quatre étolies, 2006), una cinta sin mayores pretensiones que las de hacer sonreír al auditorio. Aunque Los sabores del palacio parece ser una obra más ambiciosa, al final no pasa de ser un trabajo que no es aburrido pero es totalmente prescindible.
Paseando con Molière (Alceste à bicyclette, 2013), era uno de esos filmes que no prometían mucho en la más reciente edición del Tour de Cine Francés. Pero esta comedia dramática, que representa el séptimo largometraje en la carrera del parisino Philippe Le Guay, cuenta con los elementos suficientes para mantener la atención de un espectador medianamente exigente. La cinta se estrenó con regular éxito en la cartelera francesa a principios de este año y por estas fechas está haciendo el recorrido por nuestro país.
Con guion del propio Le Guay y de Fabrice Luchini, uno de los actores del filme, basándose ligeramente en la obra El misántropo, de la autoría del dramaturgo francés Jean-Baptiste Poquelin (mejor conocido como Molière), escrita en 1666 y de la cual se puede conseguir una muy buena y económica edición en Porrúa; Paseando con Molière nos muestra a dos actores maduros, viejos amigos a los que la vida los ha llevado por caminos distintos. Gauthier Valence, es un exitoso protagonista de series televisivas que decide montar El misántropo, para ello recurre a Serge Tanneur, un obsesivo cascarrabias que decidió alejarse de la actuación. El trato diario y los ensayos para ejecutar la pieza los llevarán a reencontrar la amistad perdida, mientras que la aparición de una misteriosa mujer italiana revivirá viejas rencillas.
La película fue rodada en la región conocida como Isla de Ré, sitio turístico ubicado en la costa del Atlántico que está unido al continente por medio de un puente de casi tres kilómetros de largo. La historia aprovecha muy bien todos los elementos propios del lugar: el peculiar mercado inmobiliario, las playas, los alimentos (predominantemente moluscos), el clima y por supuesto las largas e intrincadas ciclopistas que indican que sus moradores rara vez utilizan el coche para sus desplazamientos, todo ello está presente a lo largo de la película y se incrusta de manera muy natural en la narración.
Es sobresaliente el trabajo de Fabrice Luchini (a quien por cierto podemos ver en otra de las integrantes del Tour: En la casa), así como de Lambert Wilson, cuyo más reciente trabajo exhibido en la cartelera mexicana fue la impresionante De hombres y de dioses (Des hommes et des dieux, 2010). Los integrantes del resto del elenco, salvo la italiana Maya Sansa, aparecen muy poco en la pantalla pero en conjunto cobijan muy bien a los personajes principales.
Paseando con Molière es el segundo trabajo que presenta Le Guay en el Tour, previamente lo había hecho con la comedia De un día para otro (Du jour au lendemain, 2006). La película alcanza sus mejores momentos en cuanto establece claros paralelismos de sus personajes con el protagonista de El misántropo, las situaciones se cuentan con humor sutil y consiguen llevar a buen puerto esta obra, una de las agradables sorpresas de esta gira cinematográfica.
Casi un año tuvo que pasar para que por fin llegara a nuestro país, por cortesía de la decimoséptima edición del Tour de Cine Francés, En la casa (Dans la maison, 2012), decimocuarto largometraje de François Ozon, que ya tuvo un recorrido exitoso por el circuito de festivales, destacando en los de Toronto y San Sebastián, lugar en donde se hizo acreedor a la Concha de Oro, el máximo reconocimiento que entrega el certamen.
Con guion del propio director, basándose en la obra El chico de la última fila, del dramaturgo madrileño Juan Mayorga, En la casa nos presenta a Germain, un escritor frustrado metido a profesor de literatura que vive desilusionado por el poco interés de sus alumnos en la escritura. Una inocente tarea le permitirá conocer a Claude, un adolescente con un talento inusual que lo mantendrá atrapado con un relato sobre una familia cualquiera, es entonces cuando comienza un peligroso juego de manipulación y voyeurismo que pondrá en entredicho la peculiar relación entre alumno y maestro.
La obra de Juan Mayorga es en buena medida una diatriba a los modelos educativos y su rigidez, así como a la terminología pedagógica de moda; también apunta sus baterías contra la banalidad del arte moderno y su irreflexiva aceptación por las clases medias. Ozon retoma dichos elementos, pero los ubica en los márgenes de la simbiótica y enajenante relación entre los protagonistas. Y son estos personajes los que generan en el espectador a veces simpatía y en ocasiones repulsión, conforme van exigiéndose uno al otro dar un paso más arriesgado que el anterior.
La película transita con una admirable naturalidad de la comedia al drama, del drama al trhiller; en ello se nota la mano un director que facilita la construcción un relato dentro de otro. Parece que la intención de Ozon es reelaborar una obra teatral por demás crítica, con la intención de resaltar las situaciones más cercanas a los protagonistas, aquellas en donde pueden ejercer su voluntad mediante todos los medios lícitos e ilícitos.
Está por demás decir que Fabrice Luchini, está fenomenal como el desdichado profesor Germain. Aunque aparecen menos tiempo en la pantalla también se debe destacar el trabajo de la dupla femenina formada por la siempre cumplidora Kristin Scott-Thomas y la guapa Emanuelle Seigner como la deseable madre del amigo. En tanto que el joven Ernst Umhauer, hace muy bien su papel como el siniestro e insondable Claude Garcia.
En la casa se suma a las mejores obras del prolífico director francés: Gotas de agua sobre piedras calientes (Gouttes d’eau sur pierres brûlantes, 2000), Sobre la arena (Sous le sable, 2000) y 5×2 (2004). La que nos ocupa es una película que tiene múltiples lecturas y significados, es un fascinante recorrido por las complejas relaciones entre el alumno y su maestro, de la obra con su creador, de la realidad con la ficción, es una de esas historias que se dan a cuentagotas, sin duda, lo mejor que nos trajo este año el Tour.
A ritmo de comedia ligera se presentó en el Tour de Cine Francés, El lobo seductor (Le grand méchant loup, 2013), largometraje de la autoría del tándem conformado por Nicolas Charlet y Bruno Lavaine. Éste es ya el segundo trabajo que los directores firman en conjunto y marca su regreso a la cartelera francesa después de la poco afortunada La personne aux deux personnes (2008).
El lobo seductor es una adaptación libre de la cinta francocanadiense Les trois p’tits cochons (2007), del quebequense Patrick Huard, que a su vez está basada en el cuento clásico de autor anónimo, Los tres cerditos, popularizado en el siglo XX gracias a la versión de dibujos animados de Walt Disney. En el filme, se cuenta la historia de tres hermanos cuarentones habitantes de los suburbios parisinos, todos ellos casados y aparentemente felices. Pero un día, su anciana madre sufre un accidente que la deja en coma, es entonces cuando todos ellos harán una evaluación de sus vidas y se preguntarán si deben permitir la entrada del lobo a sus respectivas casas, en esta ocasión la fiera no viene vestida con piel de oveja, sino con provocativas faldas y tacones.
Cada hermano tiene su particular encuentro con el lobo: Philippe que habita en la casa de madera, conoce a Natacha, una joven actriz adicta al sexo en el Palacio de Versalles; el despistado Henri, quien vive en una siempre inconclusa casa de paja, encuentra el peligro en una joven estudiante de artes marciales; mientras que el mayor de todos, el serio Louis, quien posee una enorme mansión de piedra tal vez logre sortear con éxito los embates de una atractiva compañera de trabajo… ¿o no?
El filme no está narrado de manera lineal, al menos no durante la primera hora, que sirve de presentación a las aventuras de los dos hermanos más jóvenes. Pero pierde un poco el rumbo en el momento en que deja la estructura fragmentada para seguir con una narrativa convencional en su segunda mitad. Los directores tratando de compensarlo, utilizan toda clase de recursos para mantener el interés en la historia: cámara en mano, narraciones en off, cortes rápidos y secuencias musicales intentan dar forma a esta comedia sobre la infidelidad masculina.
El desempeño de los actores es desigual, destacan Benoît Poelvoorde como el rejuvenecido cuarentón y Kad Merad como el mesurado hermano mayor, mientras que el personaje de Fred Testat, como el cerdito tonto, todo el tiempo de bermudas y tenis, resulta el más flojo del cuento. Mención aparte merece Valérie Donzelli, a quien pudimos ver en la pasada edición del Tour presentando nada menos que Declaración de guerra (La guerre est déclarée, 2011), sin duda, es una actriz que levanta el nivel cada vez que aparece en escena.
El lobo seductor es un cuento sin moraleja, una comedia sobre la crisis de la edad y el adulterio, que evita caer en los excesos vulgares de Los infieles (Les infidèles, 2012). Es una película entretenida que cuenta apenas con lo justo para pasar un rato agradable.
Uno de los trabajos que generó más expectativa en la decimoséptima edición del Tour de Cine Francés fue Renoir (2012), cuarto largometraje del cineasta galo Gilles Bourdos. Éste es un drama histórico que fue presentado como parte de la sección Un certáin regard del Festival de Cannes, generando comentarios mayormente positivos entre la quisquillosa prensa francesa que año con año acude al mayor certamen cinematográfico del orbe.
Con un guión coescrito por el propio director, la película está basada en un trabajo elaborado por el cinefotógrafo Jacques Renoir, descendiente directo de la célebre familia de artistas franceses. La historia se centra en los últimos años de vida de Pierre-Auguste Renoir, quien deprimido por la reciente muerte de su esposa y aquejado por la artritis, vive en su casa de Cagnes confinado a una silla de ruedas. La monotonía del lugar se ve turbada por la aparición de Andrée, una atractiva pelirroja que será la última modelo del anciano pintor y servirá de inspiración para su hijo mayor, Jean, quien años más tarde sería un reconocido cineasta.
El filme no es una reseña biográfica, tampoco es un recorrido por la obra del más grande de los impresionistas. Más bien se centra en una etapa muy específica de los últimos años de Renoir, que a sus múltiples problemas, agrega el de la guerra que asola a Europa y que arrastra a miles de jóvenes a enfrentarse a una muerte casi segura, entre ese grupo de ilusos se cuentan dos de sus hijos, que sufrirán en carne propia las desgracias del conflicto bélico. La casa de Renoir, quien siempre detestó la guerra, es una especie de remanso en medio de un continente hecho trizas. Alrededor de su finca puede verse la desolación y el tedio en los soldados que regresan del frente, demacrados, con rostros desfigurados y miembros amputados.
Es el año de 1915, aparecen las primeras emisiones radiales y las imágenes en movimiento empiezan a cobrar importancia (“A los franceses no les gusta el cine”, afirma con muy poca intuición el primogénito al enterarse del interés de su hermano Jean por la naciente industria), por lo que el filme marca la transición entre la pintura y el cine como disciplinas dominantes en el arte mundial. Renoir se conforma a partir de una serie de luminosas viñetas hogareñas: la luz, la cocina, el campo y la carne son parte de este mundo tan femenino que rodeaba e inspiraba al pintor. Un sólido elenco hace juego con la propuesta, pero quien luce en verdad formidable es el parisino Michel Bouquet, interpretando a un artista vibrante y contradictorio, que trabaja con un inusual vigor aún en el ocaso de su carrera.
Después del desastre que representó su incursión en el mercado angloparlante con el desafortunado thriller Afterwards (2008), Bourdos, necesitaba un cambio brusco en su carrera y con Renoir lo consigue. Es ésta una obra luminosa pero melancólica, un drama callado y preciosista enmarcado por una extraordinaria fotografía, es en suma, un trabajo muy recomendable y una de las imprescindibles del Tour.
La comedia es el género que predomina en la decimoséptima edición del Tour de Cine Francés, tocó el turno a Mi historia entre tus dedos (Populaire, 2012), debut en la dirección del cineasta galo Régis Roinsard. La cinta tuvo una buena acogida en su país de origen y, aunque con pocas copias hizo lo propio en territorio estadounidense. A nuestro país llega precedida de varias nominaciones a los premios César, así como con un desafortunado título que le endilgaron para su exhibición.
Régis Roinsard coescribe y dirige este enredo romántico ambientado en la Francia de los años cincuenta. Rose, la espabilada hija única de un tendero de pueblo, cuya única pero notable habilidad, es su veloz desempeño en la máquina de escribir. La chica se pone a las órdenes de Louis, un rígido agente de seguros, que no tarda en notar la peculiar destreza de su joven pupila. Recuerdos del pasado y un ánimo por demás competitivo animarán a Louis a entrenarla con un notable espíritu deportivo. Concurso tras concurso irán probando la pericia de Rose en el teclado, derrotando en cada oportunidad a cientos de infelices dactilógrafas. Claro, todo esto aderezado con buenas dosis de humor y el previsible romance que surge entre los opuestos.
Pero la cinta de Roinsard no se queda solamente con la anécdota, utiliza la distante relación de un padre con su hija, la tensión existente en la Francia de la posguerra, el espíritu competidor entre dos buenos amigos y los rescoldos de un amor de juventud como los resortes que retraen o impulsan la inevitable atracción entre los protagonistas. Como un plus, podemos apreciar la participación de la actriz franco-argentina Bérénice Bejo, quien ganó fama hace un par de años por su interpretación en El artista.
Mi historia entre tus dedos es un filme decididamente ligero, pero deja escapar por ahí un par de críticas, tanto a la opresiva influencia estadounidense en la reconstrucción europea, como a la notoria desigualdad social y laboral entre géneros, un tema que aún en estos tiempos sigue vigente.
A pesar del predecible desenlace de la ópera prima de Roinsard, la película encuentra su encanto en la extraordinaria pareja que conforman el melodramático Romain Duris y la encantadora Déborah François, no se queda atrás la extraordinaria ambientación que permite al espectador fácilmente situarse en la época. Si a lo anterior le sumamos una narrativa ágil y una historia por demás amena, encontramos una comedia romántica que supera los pobres estándares hollywoodenses. Tal vez, como dice el actor Shaun Benson (en su papel de Bob Taylor), casi al finalizar el filme: “Los Estados Unidos deben dedicarse a los negocios y Francia al amor”.
Una noche de lluvia, conciertos y fútbol no impidió contar con sala llena en el primer día de exhibiciones del decimoséptimo Tour de Cine Francés. La cinta elegida fue Camille regresa (Camille redouble, 2012), quinto largometraje de la actriz, guionista y cineasta parisina Noémie Lvovsky. La película fue presentada con éxito en la Quinzaine des réalisateurs en su edición del 2012 y estuvo nominada en prácticamente todas las categorías de los premios César, galardones que se otorgan anualmente a lo mejor de la cinematografía gala.
Noémie Lvovsky, escribe, actúa y dirige esta agridulce comedia, cabe hacer mención de que Camille regresa es el único de sus proyectos que ha tenido corrida comercial en nuestro país y también es la primera ocasión que la directora trabaja sin su actriz fetiche, la rubia Valeria Bruni Tedeschi. Retomando, quizás involuntariamente, la premisa de la infumable 17 otra vez (17 again, 2009), donde un adulto inconforme regresa a su adolescencia para enmendar los errores de su vida, la cinta francesa nos ofrece un vistazo en la vida de una actriz cuarentona, que vive relegada a papeles miserables y cuya afición a la bebida la lleva a enfrentar un doloroso divorcio. Por alguna circunstancia inexplicable, la protagonista regresa a sus años de liceo después de una alocada fiesta de Año Nuevo, lo que le dará la oportunidad de recomponer su vida… ¿o no?
Aunque es un tema expuesto ya muchas veces (y sin mucha fortuna), en el cine norteamericano, Camille regresa tiene la fortuna de no caer en las exageraciones sensibleras características de los productos de Hollywood. Ciertos momentos de tensión, como la inevitable muerte de los seres queridos, así como la idílica relación de un profesor con su pupila adolescente, brindan cierto equilibrio en un planteamiento ciertamente inverosímil. Sí, al final es una comedia, pero no tan ligera como aparenta.
De alguna manera también puede considerarse una cinta de época, dado que ya han pasado más de treinta años desde que inició la década de los ochenta, tiempo en que se desarrolla la mayor parte de la historia. Aunque la producción no abusa de ello, se limita a mostrarnos lo mínimo necesario para ambientarnos en el contexto. No sucede lo mismo con los vestuarios, que lucen graciosos en un inicio, pero a la postre resulta agotador ver todo el tiempo a un variopinto grupo de adultos vestido con estrafalarias ropas juveniles.
No obstante, fuera del tono confuso de la película (por momentos drama, en ocasiones comedia disparatada), así como la poca simpatía que despierta el personaje principal, Camille regresa es lo suficientemente entretenida como para hacer pasar un buen rato, sobre todo a una audiencia mayor de veinte años. Dista mucho de ser lo mejor del Tour, pero cuando menos es un inicio aceptable.