Por Armando Casimiro Guzmán
A pesar de la amplia promoción que recibió El abogado del crimen (The counselor, 2013), el más reciente trabajo del experimentado Ridley Scott, sus números en taquilla se traducen en un sonoro fracaso. Este es el largometraje número veintiuno en la carrera del cineasta británico y fue elegida como función de clausura en la más reciente edición del FICM, donde fue recibida con cierta incredulidad.
Scott es autor de algunas cintas memorables, como el clásico de ciencia ficción Blade Runner (1982), el thriller espacial Alien (1979) o el drama feminista Thelma & Louise (1991). Con guion del escritor Cormac McCarthy (quien por primera vez escribe algo directamente para la pantalla), Scott produce y dirige esta historia de narcotráfico en la frontera con México. McCarthy es conocido por novelas del tamaño de No es país para viejos y La carretera, ambas editadas en español y adaptadas para el cine en años recientes.
El abogado del crimen cuenta (aparentemente) la enredada historia de un ambicioso y pulcro leguleyo texano que llevado por la ambición, decide involucrarse en el sórdido mundo del narcotráfico. Pero conforme transcurre el metraje nos damos cuenta que la verdadera protagonista es una femme fatale que juega con guepardos y hace el amor con un Ferrari. Nada mal para una cinta repleta de personajes dicharacheros, que se enfundan en toda clase de vestimentas estrafalarias y gastan infinitamente más que el ciudadano promedio.
La película se mueve con total antinaturalidad desde la frontera de Texas al despacho de un comerciante de diamantes en Amsterdam, desde las escalofriantes tomas aéreas de Ciudad Juárez al elegante distrito financiero de Londres, dada la gran movilidad de los personajes no sería raro extraviarse en este enredijo. A la confusión debemos agregar que el filme no muestra nada que no se sepa sobre el trasiego de drogas, de hecho ofrece la misma visión comodina y simplista del tema que Salvajes (Savages, 2012), el más reciente desastre de Oliver Stone.
El hecho de contar con una gran cantidad de actores, la mayoría de los cuales tienen una aparición fugaz en la pantalla, no garantiza la calidad del elenco. Penélope Cruz, Javier Bardem, Brad Pitt y Cameron Diaz encarnan personajes chocantes y poco creíbles, no podían hacer mucho con el material. Lo más triste es ver a Michael Fassbender en un papel tan anodino y llorón que resulta francamente antipático.
El abogado del crimen nos brinda mucho menos de lo que promete, no funciona siquiera como entretenimiento, Ridley Scott se las arregla para entregar una película que falla de principio a fin. Por si fuera poco, el guion de McCarthy, alguien considerado como uno de los cuatro escritores estadounidenses más importantes de la actualidad, es completamente decepcionante.
Bruno Dumont fue uno de los invitados especiales de la pasada edición del FICM, en donde presentó Camille Claudel (Camille Claudel, 1915, 2013), séptimo largometraje que escribe y dirige el cineasta francés. La película tuvo su estreno en el Festival de Berlín donde recibió comentarios mayormente positivos de la crítica y muy malos de los distribuidores, así están las cosas.
Camille Claudel, fue una escultora francesa que desarrolló la mayor parte de su obra en los últimos años del siglo XIX. Alumna y amante del famoso Auguste Rodin, con el que sostuvo una larga y tormentosa relación, la que se rompió definitivamente cuando Rodin se une sentimentalmente con otra mujer. Después de algunos años difíciles durante los cuales vivió recluida en su taller, su familia decide internarla en el manicomio de Montdevergues donde nunca más saldrá. Camille murió en dicha institución mental en el año de 1943 y hasta el día de hoy se desconoce el paradero exacto de sus restos.
La relación de Rodin con la impetuosa Claudel, ya había sido llevada a la pantalla por Bruno Nuytten en 1989, con las actuaciones de Isabelle Adjani y Gérard Depardieu. Dumont decidió retomar la historia de la escultora en el año de 1915, mucho después de su rompimiento, cuando ya llevaba un par de años encerrada en Montdevergues. La Camille de Dumont es una mujer paranoica (culpa de su encierro y de supuestos intentos de envenenamiento a su antiguo amante), que vive rodeada de locura y que ruega a su hermano, el impasible escritor y diplomático Paul Claudel, que la saque de ese lugar.
Camille Claudel es una obra austera pero bien ambientada en las ventosas costas del sur francés. Largas escenas muestran la vida cotidiana en el asilo, en donde por cierto, también existen las clases sociales. Mujeres con distintos tipos de locura acuden a misa, se asean, emprenden paseos por senderos pedregosos y hasta intentan armar una peculiar versión de Don Juan al interior del recinto. Fiel a su costumbre, Dumont nos ofrece pocos, pero grandilocuentes diálogos.
Dumont tomó la extraña decisión de rodear a su protagonista, una muy avejentada Juliette Binoche (quien lo hace muy bien, por cierto), de enfermos mentales reales, lo que nos obliga a cuestionar los alcances éticos de la obra. Lo cierto es que la cinematografía de Dumont suele ser poco complaciente o hasta incómoda, entre sus trabajos previos podemos destacar el thriller místico Hadewijch (2009) o la road movie californiana 29 Palmas (Twenty nine palms, 2003), que tuvieron un recorrido importante por los circuitos de arte. Y es que el trabajo del cineasta francés, a pesar de su calidad, no suele funcionar muy bien en cartelera. Camille Claudel es una película intensa pero mínima, tan mínima que resulta un tanto aburrida.
Desde que fue estrenó en la pasada edición del FICM, no generó buenos comentarios Carrie (2013), tercer largometraje en la carrera de la cineasta estadounidense Kimberly Peirce, quien acudió a la capital michoacana para presentar esta nueva versión del clásico que Brian de Palma filmara en 1976.
Carrie está basada en la novela homónima del estadounidense Stephen King, que significó el primer éxito de ventas del escritor que fue publicado originalmente en 1974 (en español se puede conseguir en la editorial DeBolsillo). Carrie White es una adolescente retraída, que ha sufrido años de abuso por parte de su madre, una fanática religiosa que expía sus temores por medio de la violencia y la flagelación. En la escuela es relegada y agredida por sus compañeros de clase debido a su carácter introvertido y su vestimenta pasada de moda. Pero todo eso cambia cuando la chica se da cuenta que posee extraños y peligrosos poderes psíquicos.
Peirce se dio a conocer en 1999 con el interesante melodrama lésbico Los chicos no lloran (Boys don´t cry), y fue hasta nueve años después que levantó la que sería su segunda película, el drama de excombatientes Stop-Loss (2008), que resultó un fracaso en taquilla. Después de permanecer algunos años en el anonimato le ofrecieron dirigir este proyecto con los actores y el guion listos para iniciar el rodaje. El filme se estrenó en Estados Unidos con una respuesta más bien ambigua del público norteamericano.
La cineasta comentó en Morelia que no puede evitar las comparaciones con la versión de Brian de Palma, pero que su intención era no solo actualizarla sino establecer una visión propia de la obra. En esta nueva producción vemos como la directora destaca las redes sociales como parte fundamental del acoso que recibe la protagonista, además de que agrega una subtrama que en la cinta de 1976 no se toca, pero que si aparece en el libro, lógicamente también escuchamos una banda sonora más contemporánea.
Aunque Chloë Grace Moretz, venía haciendo trabajos muy interesantes, la verdad es que no parece la adecuada para representar al personaje principal. Es inevitable hacer las comparaciones con Sissy Spacek, protagonista de la primera versión, una chica muy delgada y de rasgos afilados, quien se antoja más una probable víctima de abuso que Cloë, quien es por así decirlo, demasiado linda para este personaje.
La versión de Kimberly Peirce es al menos entretenida, pero falla en los momentos más importantes de la historia, llega a ofrecernos al menos un par de escenas francamente risibles. Es una pena que Peirce, una cineasta con un debut prometedor se haya envuelto en esta especie de refrito adolescente que intenta, al parecer sin mucho éxito, conectar con las nuevas generaciones.
A pesar de que tras su presentación en el Festival de Cannes no cosechó más que los aplausos de los asistentes, El niño y el fugitivo (Mud, 2012), al menos ganó cierta notoriedad, aunque no la suficiente para evitar que tuviera un paso tan limitado por la cartelera. Este es el tercer largometraje que firma el joven director y guionista Jeff Nichols, tras el notable drama apocalíptico Take shelter (2011), que se ganó el reconocimiento de la crítica y una parte muy pequeña del público tras su brillante participación en Sundance y el ya mencionado certamen francés.
Nichols acostumbra escribir los guiones de sus propias películas, para esta ocasión regresó a su natal Arkansas, a una comunidad rural a las márgenes del río Misisipi. En ese lugar, un par de adolescentes, en una de sus correrías descubren el escondite de Mud, un prófugo con el que entablarán una peculiar relación. Tras la aparición de un grupo de mafiosos y una linda mujer, los jóvenes enfrentarán por primera vez el desamor y la desintegración familiar, para descubrir que nunca más volverán a ser los mismos.
La cinta de Nichols se toma tu tiempo para contar la historia que se cuenta en poco más de dos horas a ritmo pausado y sin desperdicio. La película es un obvio recordatorio a la obra de Mark Twain, las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, situadas a las orillas del río más importante de Norteamérica, nos hacen reflexionar sobre lo difícil que es situar el momento exacto en que la infancia da el paso a la pubertad, quizás sea el primer amor, tal vez la primera gran prueba de lealtad o ligar su suerte con la de un fugitivo que está en peligro de muerte.
La narración está contada desde el punto de vista del joven Ellis, interpretado por Ty Sheridan, a quien vimos en El árbol de la vida (The three of life, 2011); lo acompaña el debutante Jacob Lofland que demuestra la gran dirección actoral de Nichols. El que se lleva las palmas es el antiguo galán de comedias románticas Matthew McConaughey, quien cuando quiere tiene un desempeño impresionante en la pantalla, de hecho viene de un par de buenas actuaciones y ya se espera el estreno de Dallas buyers club (2013), de la que se hablan muy buenas cosas. Mención aparte merece la inclusión del actor fetiche de Nichols (ha participado en todas sus películas), el malencarado Michael Shannon, en un pequeño pero importante papel.
Hace tiempo Jeff Nichols describió al filme como “si Sam Peckinpah dirigiera un relato corto de Mark Twain”, y es que el paisaje es una parte importantísima del relato, el Estados Unidos pobre, sucio y rural, de las casas flotantes a orillas de un río terroso y contaminado, lugar de la gente amable pero poco comunicativa. Bueno y es imperdible la balacera al más puro estilo de La pandilla salvaje (The wild bunch, 1969), cinta clásica del ya mencionado director californiano.
El niño y el fugitivo es una película sobre el despertar juvenil y un amigable thriller. No será apta para todo público pero es muy recomendable para el espectador paciente. Es un trabajo menos aventurado y oscuro que lo que conocíamos del joven director, pero no por ello menos interesante.
Sin hacer mucho ruido se estrenó a nivel nacional Intriga (Prisoners, 2013), quinto largometraje del canadiense Denis Villeneuve, quien se puso en el mapa cinematográfico mundial luego del éxito conseguido con el drama accidentalmente incestuoso, La mujer que canta (Incendies, 2010). Con un presupuesto mucho mayor, su más reciente trabajo es un perturbador thriller que ha tenido un buen desempeño desde su estreno hace más de un mes en la taquilla norteamericana.
La pesadilla de todo padre de familia es desconocer el paradero de sus hijos. Justo eso es lo que viven dos familias que tras una animada cena de Acción de Gracias notan la desaparición de sus hijas pequeñas en un tranquilo suburbio estadounidense. La única pista que tienen es el avistamiento de una desvencijada camioneta, cuando los días pasan y la investigación parece estancarse el desesperado padre (apología del norteamericano republicano y religioso), emprenderá su propia investigación descubriendo en el camino que tan lejos puede llegar para recuperar a su pequeña.
Este proyecto estuvo mucho tiempo en suspenso, se ofreció primero a los directores Bryan Singer y Antony Fuqua, pero finalmente la responsabilidad recayó en Villeneuve. Para los papeles principales se barajaron los nombres de Mark Walhberg, Leonardo DiCaprio y Christian Bale, pero quienes quedaron con el puesto fueron Jake Gyllenhaal y un inspirado Hugh Jackman.
El director canadiense demostró que fue una buena elección, Intriga es un filme emocionante y sombrío, gracias a una gran ambientación y el buen manejo de los giros dramáticos, que recuerdan por momentos a películas como Seven (Se7ven, 1995) y Río místico (Mystic river, 2003). Gran parte del mérito debe atribuirse al estupendo guion del casi debutante Aaron Guzikowski y al gran reparto que además de los ya mencionados incluye al larguirucho Paul Dano ,y a una muy discreta Maria Bello, quienes encajan muy bien en la dinámica de la historia.
Hubo quien lo señaló como un filme violento, pero lo cierto es que la cinta contiene apenas lo justo para estar acorde con el tono tenebroso del relato, cosa que sin duda, agradecerán los amantes del género. Algo para recalcar es su inusual duración (poco más de dos horas y media), lo que parecería sugerir un exceso de metraje pero lo cierto es que la película fluye muy bien, aunque definitivamente es un detalle que pondrá algunas trabas para su comercialización (menos salas, menos funciones).
Intriga es un thriller efectivo que no oculta su vocación, no tiene ningún problema para ajustarse a las convenciones del género, pero sobresale del promedio que ofrece la cinematografía estadounidense. Villeneuve y compañía reivindican al entretenimiento con una obra de esas que hace que la gente siga acudiendo en masa a las salas de cine.