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CARTELERA RETROSPECTIVA

Aires de Esperanza, El crimen del Cácaro Gumaro, La Gran Belleza, Ella y Pompeya son desmenuzadas en nuestra cartelera retrospectiva. Echa ojo y arma tu agenda para ir al cine.

aires

Por Armando Casimiro Guzmán

Fuertes críticas ha recibido el quinto largometraje del canadiense Jason Reitman, que ha sido extrañamente titulado en nuestro país como Aires de esperanza (Labor day, 2013), tras su estreno comercial en las salas norteamericanas en la última semana de enero. Ni la nominación a los Globos de Oro, ni ese imán de taquilla que es la neozelandesa Kate Winslet, fueron capaces de levantar la taquilla de este elegante y sensible melodrama de tintes criminales.

Con guión del propio Reitman, basado en una novela de Joyce Maynard, escritora norteamericana especializada en temas lacrimógenos (el libro se consigue en español con el título Como caído del cielo y es distribuido por Océano), Aires de esperanza nos ubica en el año de 1987, el fin de semana que corresponde al feriado Día del trabajo (que en Estados Unidos se celebra el primer lunes de septiembre), cuando la familia conformada por un adolescente avispado y un ama de casa deprimida, son prácticamente raptados por un extraño que aparece sangrando en un supermercado local. Pero el secuestrador no es un delincuente común, es todo un estuche de monerías: repara los desperfectos de la casa, prepara excelentes tartas de durazno, enseña beisbol al chico y hasta se da tiempo para eludir a la policía que lo busca incesantemente tras un osado escape de la prisión. El resultado, como se verá más adelante, es una extraña mezcla entre Un mundo perfecto (A perfect world, 1993) y Como agua para chocolate (1992).

Reitman explica su interés en la novela en los siguientes términos: “Es un drama muy complejo, la leí y vi la película en mi cabeza. Me cambió en una manera que me encantó, era algo totalmente diferente a lo que había leído”. De hecho el director planeaba filmarla desde el 2009 pero debido a la apretada agenda de Kate Winslet (a quien consideró desde un inicio para el papel principal), decidió rodar primero la comedia dramática Adultos jóvenes (Young adult, 2011).

Entre las virtudes (que las hay), de Aires de esperanza se encuentran una notable ambientación y la minuciosidad de la producción que logra sacar el máximo provecho de cada escena. A esto hay que sumarle el buen desempeño de los actores, que además deben lidiar con una trama inverosímil, Kate Winslet, quien lleva buena parte del peso del filme y Josh Brolin, que vive sus mejores momentos antes de rasurarse la barba.

Después de acostumbrarnos a trabajos como Juno (2007) y Amor sin escalas (Up in the air, 2009), donde encontramos personajes bien delineados, con tintes tragicómicos, Reitman sorprende con un drama que gana en solemnidad pero pierde en ironía. El director nos arrastra, si lo permitimos, a las profundidades de un romance improbable que enmarca una historia de maduración emocional. No es una gran película pero funciona mejor si uno la ve en pareja, en una sala casi vacía y se dispone de un ánimo hipersensible.

  

No recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que abandoné una sala de cine a media función, pero estuve a punto de hacerlo cuando habían transcurrido ya cuarenta minutos de El crimen del Cácaro Gumaro (2014), tercer largometraje del mexicano Emilio Portes, que se estrenó con una cantidad importante de copias en toda la república y que intenta, muy a su manera, hacer una especie de sátira/homenaje de algunos de los momentos más emblemáticos del cine nacional.

Fue en el año 2009 que el productor Daniel Birman Ripstein le propuso al comediante Andrés Bustamante que hicieran una película. El Güiri Güiri aceptó el reto pero pidió ayuda a su amigo, el ex Botellita de Jerez Armando Vega Gil, para empezar a armar un guion que se complementaría con las aportaciones de Emilio Portes, quien fue elegido para dirigir el proyecto. La cinta es a decir de sus creadores, una parodia y a la vez un reconocimiento a la filmografía nacional, así como un recuento de sus experiencias cinematográficas más memorables.

Tras la singular muerte de Toribio, el dueño del único cine del imaginario pueblo de Güepez, sus dos hijos, Gumaro y Archimboldo, deben regresar al lugar que los vio nacer para reclamar la herencia. Viejas rencillas y una broma mala leche desembocarán en un enfrentamiento fratricida que al poco tiempo sobrepasará el ámbito familiar para convertirse en una lucha por la sobrevivencia del cine mismo. La película hace un recorrido por las vicisitudes de la industria: la corrupción, la piratería, los festivales de cine y los críticos. También hace una parodia de algunos de los éxitos históricos y recientes del cine mexicano e internacional, aparecen por ahí los zombis de las películas de El Santo, un par de luminarias del cine de ficheras, la pasión de Cristo, las películas de huevos, los catastróficos monstruos de la cinematografía japonesa y hasta ligeros guiños a Cinema Paradiso.

La película se centra en apenas cuatro personajes: los hermanos que buscan eliminarse mutuamente (Alejandro Calva y Carlos Corona), la enfermera pelona con poses de mujer fatal (Ana de la Reguera) y el corrupto presidente del pueblo (Andrés Bustamante en un registro muy similar a lo que se le conoce en televisión), pero hay numerosos cameos de cualquier cantidad de personajes de la farándula local:  entre otros Kate del Castillo, María Rojo, Víctor Trujilo, Jis, Trino, no podían faltar Carmen Salinas y Chabelo.

Sorprende el entusiasmo desmedido con que ha sido recibida por algunos sectores de la prensa, con comentarios como: “es imposible engancharse con ella” o “efectos especiales sorprendentes”, aunque parece más bien solo una excesiva combinación de absurdos con chistes poco graciosos. Tal vez la película está dirigida a un público muy específico, al igual que las anteriores producciones de Emilio Portes, Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008) y Pastorela (2011), hay que estar a tono con su peculiar humor para disfrutarla, de otra manera resulta insufrible como lo demostró más de la mitad del público que abandonó la sala antes de que terminara la función en la sala donde la vi.

 

“En un funeral nunca hay que llorar porque eso significa quitarle protagonismo al dolor de los familiares”, asegura sin cumplirlo Jep Gambardella, un dandi que está por cumplir los 65 años de edad, que disfruta a su manera melancólica y desinteresada, cada uno de los momentos del día desde la fabulosa terraza que ocupa frente al Coliseo Romano en la capital italiana. Con esa premisa, un turista muerto de insolación y una tremenda fiesta con los más indulgentes habitantes de Roma comienza La gran belleza (La grande bellezza, 2013), sexto largometraje del napolitano Paolo Sorrentino, que recién acaba de ganar el Oscar en la categoría de Mejor Película de habla no inglesa, que ya partía como favorita desde que ganó en los Globos de Oro y recibiera muy buenos comentarios después de su presentación en Cannes.

Es interesante acudir al cine sin haber visto previamente el tráiler, de esa manera se aprecia mejor ese extraordinario conjunto de viñetas cuyo hilo conductor es Jep Gambardella, el indolente escritor de un solo libro (“El aparato humano”), quien recorre la ciudad y observa con humor agridulce el incesante cotilleo de la alta sociedad. Sorrentino nos ofrece un viaje por el artificial caos citadino con un extraordinario manejo de cámara y los espacios urbanos. Lo mismo encontramos una jirafa desapareciendo en un antiguo palacio, la anciana monja que sube de rodillas una escalinata de mármol,  un grupo de flamencos en migración reposando en una terraza, la aparatosa elección de un vestido para un funeral, y así por el estilo, cada toma más bella que la anterior durante las más de dos horas que dura el filme.

Sorrentino se da el lujo de incluir algunos guiños humorísticos a situaciones serias, como la alusión al jefe mafioso Matteo Messina Denaro, quien se encuentra prófugo desde hace más de veinte años, el polémico hundimiento del crucero Costa Concordia y hasta la conocida artista conceptual Marina Abramovic quien no sale muy bien librada ante los ojos del realizador italiano.

La gran belleza marca la cuarta colaboración del  director napolitano con el veterano actor Toni Servillo, quien con su rostro impasible da forma a uno de los personajes más memorables de la cinematografía italiana reciente. Sorrentino se dio a conocer en 2004 con el drama Las consecuencias del amor (Le conseguenze dell’amore), pero fue hasta el año 2008 con El divo (Il divo), un ácido retrato del político Giulio Andreotti, que ganó reconocimiento internacional (la película ganó el Premio del Jurado en Cannes, estuvo nominada a los Oscar y pudo verse incluso en la Muestra de Cine). Tres años después llegaría su primera película en inglés: Un lugar donde quedarse (This is must be the place, 2011), donde Sean Penn interpreta a un músico retirado, con reminiscencias de Boy George que obtuvo críticas divididas.

Hay quien compara 8 ½ (1963) de Fellini con la obra de Sorrentino, pero La gran belleza es una obra que muestra a un director que se encuentra en la búsqueda de su propio camino, es una película completamente sensorial, tan bellamente filmada como lo promete el título. Sí, ganó el Oscar, pero hay que decir en su favor que no es el tipo de cinta que suele tener la consideración de la Academia, así que bien vale la pena darle una oportunidad, aunque yo no la volvería a ver, prefiero quedarme con la primera impresión.

 

Justo cuando se venían hablando buenas cosas de Ella (Her, 2013), cuarto largometraje de Spike Jonze, el cineasta estadounidense debió enfrentar dudosas acusaciones de plagio por parte de un par de personas, que juran y perjuran haber creado la historia en la que se inspiró Jonze para escribir el guion de su más reciente trabajo. La noticia no sorprendió mucho, ya que las películas nominadas al Oscar, normalmente están bajo un mayor escrutinio público y nunca falta quien quiera sacar provecho de ello. Pero pesar de las buenas críticas y los premios que obtuvo en diferentes festivales norteamericanos, este relato de amor futurista apenas recuperó costos tras dos meses de exhibición y en nuestro país se estrenó con un reducido número de copias.

La tecnología cambia más aprisa que las relaciones humanas. Por ello, en un futuro no muy lejano, Theodore, un solitario escritor que se enfrenta a una difícil ruptura amorosa, se refugia en un peculiar y avanzado sistema operativo que es capaz de responder a las necesidades específicas de cada usuario. El software es tan avanzado que termina creando vínculos tan fuertes con las personas como lo haría cualquier otra relación. La pregunta es, ¿son reales estos sentimientos?

Spike Jonze suele ser renuente a la hora de hablar sobre sus películas (“lo hecho, hecho está, ya no se puede cambiar”, dijo alguna ocasión), y contra lo que pudiera parecer, el director niega que haya hecho una cinta de ciencia ficción: “La idea original era mostrar cómo evoluciona una relación entre dos personas. El modo, la situación, el tiempo en que transcurre… todo eso es accidental”. Ello a pesar de que la historia se ubica en una más o menos futurística ciudad de Los Angeles (aunque se decidió filmar buena parte de los exteriores en China, específicamente en Shangai). Eso sí, debe destacarse el gran trabajo de diseño de vestuario y la parte visual que en todo momento refuerzan el tono melancólico de la obra.

La voz del sistema operativo originalmente corría a cargo de la británica Samantha Morton, pero a media grabación, el director decidió reemplazarla por la güera Scarlett Johansson. Un tremendo Joaquin Phoenix, con los pantalones casi hasta las axilas, al más puro estilo de Pepe el Toro, nos demuestra que puede controlar milimétricamente cada uno de sus gestos. El resto del elenco femenino se complementa con una despeinada Amy Adams, Olivia Wilde y la neoyorquina Rooney Mara. Jonze siempre ha estado cerca de la música, por lo que no extraña que haya recurrido a temas de The Breeders, The Arcade Fire y The moon song, una canción que escribió junto a Karen O, la vocalista de los Yeah Yeah Yeahs, para que fuera interpretada por Scarlett Johansson.

Ella, el primer largometraje que escribió Spike Jonze desde cero, es junto a la magnífica Donde viven los monstruos (Where the wild things are, 2009), la película más sólida, sobria y triste en la corta filmografía del director. No juzga ni redime el uso de la tecnología para establecer relaciones, sino que ofrece una mirada aséptica pero conmovedora del tema. Es un filme que se ubica fuera del circuito de los cineclubes pero para su infortunio es el tipo de trabajo que no suele captar la atención del gran público, aun así hay que verla, es una gran recomendación para estos días.

 

Su estreno en México vino a confirmar el fracaso de la megaproducción Pompeya (Pompeii, 2014), largometraje número doce que firma el experimentado maquilero de Hollywood, Paul W.S. Anderson (quien hace unos años decidió agregar la W.S. a su firma para evitar confusiones con su homónimo, el cineasta Paul Thomas Anderson). Anderson, es un británico que asimiló pronto los métodos de la industria cinematográfica estadounidense y que en poco tiempo se convirtió en uno de los favoritos de los productores para hacer trabajos por encargo. Entre las numerosas cintas que alimentan su poco sobresaliente filmografía, se encuentran varias de las franquicias de Mortal Kombat y Resident Evil, lo que nos da una idea de sus alcances.

Dicho lo anterior, no había que esperar gran cosa cuando se anunció el estreno de Pompeya, película situada en lo que podríamos llamar el subgénero de “desastres”, que cada año intenta vendernos tres o cuatro productos costosos pero de muy mala calidad. Como su nombre lo indica, la historia se ubica en la antigua ciudad romana, poco antes de que fuera sepultada por la erupción del volcán Vesubio en el año 79 de nuestra era. En ese lugar convergen por azares del destino, Milo, único sobreviviente de una tribu celta que fue aniquilada por tropas romanas y Cassia, la hija de un prominente miembro de la comunidad pompeyana. Juntos intentarán escapar no sólo de las tropas del imperio, encabezadas por un avejentado Kiefer Sutherland, sino del caprichoso volcán que guardará los restos de la ciudad para los turistas de los siglos posteriores.

Como era de esperarse, todo gira en torno a la espectacular destrucción de la ciudad: rocas volando, mucho fuego, muerte, barcos arrastrados por enormes olas y una incesante lluvia de cenizas. Poco hay para contar de una película que se gastó la mayor parte de los cien millones de dólares de la producción en efectos visuales, lo peor es que ni siquiera son tan espectaculares y de ninguna manera justifican su exhibición en formato 3D.

Y es que nada parece funcionar en ella, además de que la historia es floja y ridícula (¿quién enamora a una chica matando un caballo?), los protagonistas son perfectamente olvidables: el británico Kit Harrington todo el tiempo parece un adolescente enojado y la australiana Emily Browning no parece ser el tipo de chica por el que uno arriesgaría la vida mientras hace erupción un volcán. Carrie-Anne Moss, la ex Matrix, nos recuerda que ya pasaron sus mejores tiempos, mientras que el ex 24,  Kiefer Sutherland, luce terriblemente risible como cónsul romano.

Pompeya es un recordatorio de que la industria del cine no es del todo predecible, un gran gasto en producción y publicidad no siempre se traduce en buenos resultados en taquilla, de hecho en Estados Unidos ni siquiera recaudó una quinta parte de sus costos. En nuestro país se estrenó con la nada despreciable cantidad de 600 copias y en apenas dos semanas inició su retiro de las carteleras. A pesar de que vamos comenzando este 2014, Pompeya se apunta desde ahora como uno de los grandes fracasos del año.

 

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