Por Armando Casimiro Guzmán
Con mucho retraso llegó por fin a la cartelera Al otro lado del corazón (Rabbit hole, 2010), la nueva película del norteamericano John Cameron Mitchell. Al margen de su inexplicable y cursi título en español (cosa a la que ya deberíamos estar acostumbrados en nuestro país) hay cosas interesantes que platicar sobre este filme, así que comencemos.
Basada en la obra de teatro Rabbit hole, de David Lindsay-Abaire (que entre otras cosas ganó el premio Pulitzer en la categoría de drama) y con guión del propio autor, trata de la pareja compuesta por Becca y Bowie (Nicole Kidman y Aaron Eckhart, respectivamente), una pareja que perdió a su hijo en un absurdo accidente de tráfico en las afueras de su casa. Mientras tratan de recuperarse de la pérdida asistiendo a una terapia de grupo, la hermana de Becca le anuncia que está embarazada, provocando el hundimiento emocional de la protagonista.
La adaptación mantiene una atmósfera íntima, propia del teatro, pero aprovecha los elementos cinematográficos para hacerla crecer. Se da el tiempo para el desarrollo de las diferentes subtramas que componen la cinta: la madre que perdió a un hijo adulto, la hermana desenfadada y egoísta, el esposo que encuentra consuelo fumando marihuana en un estacionamiento. Pero la historia se orienta hacia la extraña relación que entabla la protagonista con el adolescente que accidentalmente le quitó la vida a su hijo. Ambos buscan alivio de diferente manera: ella en la paranoia y la autoflagelación, él en un cómic de ciencia ficción sobre mundos paralelos al que llama Rabbit hole, el cual da nombre a la película.
Sobre el director John Cameron Mitchell, podemos decir que ganó fama con audaces películas como Hedwig and the angry inch (2001) y Shortbus (2006). Filmes carnavalescos, aptos sobre todo para quienes disfrutan del sexo gráfico y del humor andrógino, con estos antecedentes, hubiera sido muy difícil adivinar que su siguiente trabajo sería un pausado drama convencional. Pero según cuenta el propio Mitchell, una tragedia personal lo acercó a la obra en cuestión: la muerte de su propio hermano a temprana edad.
Extrañamente, a pesar de estar nominada a varios premios (entre ellos los Oscar y Golden Globes en la categoría de Mejor Actriz) y contar con la participación de Nicole Kidman (que por sí misma es un imán en taquilla), la película no ha funcionado muy bien a nivel comercial. De hecho, incluso en los Estados Unidos, contó con un estreno muy limitado.
Además de las buenas actuaciones de los protagonistas, el gran mérito de Al otro lado del corazón es que no cae en el drama fácil, donde las lágrimas ruedan sin mediar provocación, en cambio, intenta ser una tragedia más sobria y contenida. Por otra parte, no deja de ser una película convencional, a tal grado que por momentos aburre y más de uno comienza a cabecear en la sala de cine (tal vez lo mismo sucederá en casa). Hay que reconocer el atrevimiento del director al tratar de salirse de terrenos ya conocidos, a pesar de que el resultado no sea completamente satisfactorio. Como sea, es una opción aceptable para este verano plagado de magos adolescentes y robots parlanchines.
Con un estreno tardío y precario llegó por fin la película mexicana Viaje redondo (2009), y como suele suceder con el cine nacional, se estrenó en el peor momento posible: 40 copias perdidas entre la maraña de estrenos veraniegos que acaparan las salas en estas fechas. Pero contra viento y marea, logró aferrarse durante dos semanas a la intolerante cartelera moreliana.
Viaje redondo es el tercer largometraje de Gerardo Tort, avezado pero poco prolífico director nacional. Lo recordamos ante todo por el documental La guerrilla y la esperanza (2005), sobre la vida de Lucio Cabañas y el lamentable melodrama de arrabal De la calle (2001). Lo cierto es que su más reciente producción es lo mejor que nos ha entregado hasta ahora. Entre otros galardones fue premiada en el Festival de Cartagena y resultó ganadora del premio más importante en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara.
El filme funciona como una típica road movie que incluye el clásico viaje de búsqueda de identidad, en el que los encuentros casuales y las dificultades de los personajes definirán el rumbo a seguir. Es así que los caminos de dos jóvenes mujeres se cruzan en una parada de autobuses de San Luis Potosí. Las protagonistas no podían ser más cliché: la chica trabajadora de extracción humilde y la chava fresa que tiene todo, excepto la atención de sus padres…
Lucía (Teresa Ruiz) es una madre soltera que atiende una estética en Acapulco, pero un buen día decide que debe partir a Estados Unidos para buscar al padre de su hijo. Su contraparte es Fer (Cassandra Ciangherotti), chilanga pudiente que aparte de un horrible corte de cabello no tiene nada de que preocuparse en la vida, oh sí, debe recuperar el amor de su ex –novio, quien por alguna extraña razón reside en Saltillo.
La película tiene sus virtudes, la principal es la sobresaliente actuación de Teresa Ruiz, quien hasta se da el lujo de realizar una escena lésbica muy bien lograda. La música también es muy importante, el soundtrack es discreto y equilibrado, con canciones de Café Tacuba, Manú Chao, Vicentico, entre otros.
Como ya dijimos antes, Viaje redondo no evita del todo los estereotipos, de hecho por momentos los acentúa (¿todos los chavos ricos de Polanco hacen yoga y meditación?), debemos decir también que el desempeño de las protagonistas es bastante desigual (Ciangherotti se queda muy corta). Sin embargo, después de varios tropiezos recientes del cine mexicano, la nueva película de Gerardo Tort, representa una bocanada de aire fresco para una industria que ha tenido pocos aciertos en lo que va del año. Aunque muchos la consideran la versión femenina de Y tu mamá también, lo cierto es que con un presupuesto más limitado, Viaje redondo resulta mucho más entretenida e infinitamente menos pretenciosa que la cinta de Cuarón.
Curioso estreno nos llegó este mes de manos de la veterana actriz y ahora directora Jodie Foster, Mi otro yo (The beaver, 2011). Un extraño drama acerca de las soluciones que cada quien utiliza para enfrentar sus propios problemas y necesidades. Por si fuera poco, marca el regreso a la pantalla grande de Mel Gibson, quien como ya sabemos últimamente no las ha tenido todas consigo.
Es un poco difícil tratar de emparentar Mi otro yo, con alguna otra película, pero guardando las debidas proporciones, un posible referente podría ser Belleza americana (American beauty, 1999), colmada de ese aire pesimista sobre la realización económica y personal de las familias norteamericanas. La historia es la de Walter Black (Mel Gibson), un empresario juguetero venido a menos, que atraviesa una depresión peligrosamente contagiosa para el resto de su familia, que está formada por: la esposa impasible (la propia Jodie Foster), el pequeño introvertido y el adolescente que lo odia. Y es precisamente en el momento en que toca fondo, cuando el empresario deprimido encuentra una salida momentánea: un muñeco de trapo, un títere de castor, que utiliza para comunicarse con todos los que le rodean.
Me causó cierta extrañeza que durante la proyección, mucha gente se reía en escenas que más bien resultaban dramáticas y hasta crueles. Pero quizás es un problema de la distribuidora, ya que hubo gente que esperaba encontrar una comedia cuando vieron a Mel Gibson con un muñeco de castor en el póster promocional de la película.
A pesar de que venía precedida de cierta fama (se llegó a rumorar incluso la presencia de Gibson en la siguiente entrega de premios Oscar), lo cierto es que a la película no le ha ido muy bien que digamos. Su estreno fue limitado incluso en los Estados Unidos y las críticas han sido más bien ambiguas, lo que la sitúa en el inmenso limbo Hollywoodense, al que se ven relegadas numerosas películas independientes o de bajo presupuesto, que no cuentan con los elementos suficientes para separarse del resto.
Pero entre las cualidades de Mi otro yo, está sin duda la actuación de Mel Gibson, quien hace muy bien su papel y tal vez hasta la filmación le haya servido para lidiar con algunos de sus múltiples problemas personales. También la sólida y sencilla dirección de Jodie Foster, le da un tono especial al filme, que sin ponerse demasiado sensiblera ni pretenciosa, logra retratar con acierto el daño que causa una enfermedad mental, tanto quien la padece, como a las personas que la rodean.
Por otra parte, encontramos un guión que dista de ser perfecto, da la impresión de que quiso abarcar demasiado en un tiempo que se antoja corto (tan sólo una hora y media). Curiosamente la actuación de Jodie Foster se siente plana y su personaje es relegado a un triste segundo plano. Además la historia de amor entre el hijo adolescente y la porrista rebelde (Jennifer Lawrence a quien hemos visto mucho últimamente), nunca termina de funcionar. Y por último, la terrible campaña promocional del juguete inspirado en el castor cae por momentos en el ridículo.
Pero a pesar de sus múltiples defectos, Mi otro yo logra no solo entretener, sino que además nos ofrece una historia inusual, que aborda con respeto las consecuencias de una terrible enfermedad. Como prueba de ello está la escena que tiene como música de fondo We hope that you choke, de Radiohead… en verdad es una propuesta rara pero entrañable.
Como sucede cada año, los estrenos veraniegos tomaron por asalto las salas de cine, ahogando los espacios para quienes buscamos otras opciones. Entre otras cosas, encontramos el fin de larguísima serie de Harry Potter (nunca pude soportar por más de diez minutos alguna de las películas), la tercera y cada vez peor entrega de Transformers, además de las típicas cintas familiares que incluyen animales y humanos, como por ejemplo El guardián del zoológico y la exageradamente cursi Los pingüinos de papá. Pero la que se perfilaba para ser el estreno más importante de la temporada, era sin duda Cars 2 (2011), la nueva película de los estudios Pixar, cinta a la que nos abocaremos.
De entrada debemos decir que Cars había sido la franquicia menos taquillera de la familia Pixar (que incluye entre otras, la sobrevaluada trilogía de Toy Story). De hecho, corría el rumor de que no se pensaba hacer una segunda parte, pero al final la venta de artículos relacionados con los autos parlanchines fue suficientemente lucrativa como para justificar una secuela.
Debo reconocer que no vi la primera parte, así que me fue difícil darle sentido a los diálogos iniciales de la historia. Después de un tiempo, me di cuenta de que quien suponía debía ser el protagonista, un auto rojo llamado Rayo McQueen, se veía desplazado por el menos carismático de los personajes, una grúa llamada Mate, que con su exagerada estupidez, trataba de entretener al respetable. Y digo trataba, porque hace mucho tiempo que no veía a tantos adultos durmiendo mientras decenas de pequeños lloraban o corrían por toda la sala. Creo que lo mejor de Cars 2 es el corto previo: una aventura de los personajes de Toy Story, que divierte más que toda la película.
Fuera de un par de escenas muy divertidas, no hay mucho que decir de Cars 2, salvo que el formato 3D es completamente innecesario y que la duración de casi dos horas es excesiva, por decir lo menos. Además contiene un par de ideas inquietantes: los autos viejos son malos y al final nos deja un mensaje muy ambiguo sobre las bondades de las energías renovables.
Cars es, sin duda, el proyecto más flojo de los afamados estudios Pixar. Es completamente falta de originalidad y carente de gracia, me recordó el aburrimiento que desde hace muchos años he sentido ante las historias y el tono de la marca Disney. Cars 2 no vende buen cine, pero sí muchos carritos de juguete… ni modo, el dinero habla.