Por Marco Antonio López Valenzuela
Cerocerosetecientos no camina, no corre, no siente. No recuerda de donde vino, ni que era al principio. A veces, mientras duerme, escucha el canto de muchas aves y siente el viento ligero que lo recorre. A veces, siete piensa que sus hermanos estarán dormidos para siempre, y escucha voces, pero nunca habla con ellas, le dan miedo.
Todo es oscuridad para siete, sus hermanos ceros no brillan, pasan el día girando en silencio. Cerocerosetecientos a veces piensa en conjunto y a veces no, incluso así solo se escucha la voz de siete, pero sus hermanos ceros también piensan. Las imágenes de antes de existir nunca llegan; esperan al borde de la luz de su recuerdo para crearse y se recrean en su falta de lucidez. Siete habla solo, para acallar la soledad que lo invade mientras se mueve inmóvil a través de las calles y baches de la ciudad.
Pero cerocerosetecientos no está solo, no. Sobre y debajo de él están cerocerosetesientosuno y ceroceroseicientosnoventaynueve. Ambos se sienten solos pero hablan con ellos.
Cerocerosetecientos ya tiene un plan de vida, pero ya no hay tiempo. Cerocerosetecientosuno ya no está y tampoco la oscuridad. Ahora ve el rostro de alguien igual que quien lo arrancó de sus tranquilas tierras. Al fin los recuerdos comienzan a dibujarse bajo la luz que invade todo. Ahora hay luz. Ya no se siente solo, ahora escucha voces en idiomas incomprensibles que nada tienen que ver con el silencioso susurro de sus hermanos.
Cerocerosetecientos no camina, no corre pero ahora siente. Siente como le desgarran el cuerpo, como lo doblan, como lo tiran. Siente miles de pies sobre él aplastándolo y terminando con su existencia, hasta que la sucia tierra se funde con el, y termina olvidado y fundido con el suelo sintético de un camión.
Todo esto pasa por tu cabeza mientras recibes el boleto de abordaje, te sientas lo más apartado posible del chofer que escucha esa horrible música de banda. Miras tus manos y encuentras el boleto No. 00700 entre tus dedos, doblado y arrugado. Incluso te parece escuchar un ligero y triste murmullo que viene de él. Entonces recuerdas el cuento que escribes, desdoblas a cerocerosetecientos y lo guardas con cuidado en tu cartera, pero cerocerosetecientos no camina, no corre y no siente los baches que pasan veloces bajo él.