El Blanco de verano es una bebida compuesta por vino blanco, refresco o jugo de limón y una manzana en trozos. Pero en el caso de la ópera prima de Rodrigo Ruiz Patterson, se refiere al nombre comercial de un tono de pintura vinílica. A pesar de las condiciones actuales, la película ya tiene un importante recorrido por el circuito de festivales, que incluyen al de Sundance y el de Málaga, en donde ganó el premio a la Mejor película iberoamericana.
Blanco de verano (2020), se adentra en la relación de Valeria, una madre divorciada y Rodrigo, su hijo de trece años. Ambos comparten el gusto por el tabaco y una pequeña casa en las afueras de la Ciudad de México. El grado de intimidad que comparten, forjado a partir de varios años de vivir en su pequeño mundo, se demuestra en la escena en que la madre se sale de bañar completamente desnuda mientras su hijo se cepilla los dientes, sin que esto les cause incomodidad.
A falta de pareja, Valeria vuelca todo su amor sobre su hijo. Rodrigo se sabe depositario de esa enorme dosis de cariño maternal y saca provecho de ello: falta continuamente a clases y come lo que le viene en gana. Las cosas cambian cuando Valeria conoce a Fernando, un tipo alegre y confiado, que en muy poco tiempo comienza a competir con Rodrigo por la atención de su madre.
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El cambio es gradual, primero lo invita “casualmente” al lugar donde están cenando y después empieza a pasar mucho tiempo en la casa. El chico se siente desplazado y descarga su frustración en un deshuesadero, causando destrozos en los autos abandonados. Incluso empieza a tomar una vieja casa rodante como habitación alterna, ante un eventual abandono del seno materno.
Las cosas parecen componerse un poco cuando los tres pasan un fin de semana en Acapulco. Rodrigo, empieza a convivir más tiempo con el novio de su madre, salen a bailar y juegan en la piscina del hotel. Este aparente idilio se rompe cuando Fernando se muda con ellos. La situación no solo obliga a un reacomodo de objetos sino también a un reacomodo de poderes al interior del hogar. El cálido blanco de verano adquirido en la tienda de pinturas ahora ocupa la mayor parte de los muros, solo la habitación del chico, la más pequeña, conserva sus muros intactos. Apenas un reducto ante la expansión de la nueva fuerza dominante.
Lo que sigue es un elaborado juego de poderes, Fernando intenta ganarse el respeto del hijo de su novia, enseñando a su hijo a manejar y llevándolo a la escuela. Mientras que Rodrigo intenta sabotear la relación de su madre, comenzando con pequeñas travesuras (bueno, ni tanto, le mancha los trajes con la pintura del título), hasta dar rienda suelta de la manera más descabellada, a sus impulsos pirómanos.
La cuerda siempre se rompe por lo más delgado y Rodrigo obtendrá su victoria. ¿Pero es realmente un triunfo arruinar la felicidad de la persona que más se quiere? Y es que el rompimiento no solo es doloroso para la madre, también se traduce en un nuevo orden de las cosas. Atrás queda la fantasía edípica del adolescente para dar paso a lo desconocido, en este gran relato sobre las relaciones filiales. Un gran trabajo del debutante Rodrigo Ruiz Patterson.