De acuerdo a cifras que ofreció el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, desde 2006 a julio del presente año (fecha en que el funcionario hizo pública la información), se tienen registradas más de 73 mil personas desaparecidas. Aunque hay quien pueda cuestionar la validez de las cifras, es evidente la magnitud del problema, es una tragedia por donde se le vea.
En el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, se presenta Sin señas particulares (2020), ópera prima de la también productora y guionista Fernanda Valadez. La película, que aborda el tema de la desaparición forzada de personas, ha tenido un importante recorrido en festivales de Bélgica, Rusia, Corea del Sur, Ucrania y Suiza. Aunque destacan por supuesto el de San Sebastián (Premio Horizontes Latinos y Premio de la Cooperación Española), así como Sundance, en donde se alzó con el Premio de la Audiencia y el Premio de Jurado a Mejor Guion.
La historia inicia en una pequeña población rural de Guanajuato, cuando un par de amigos deciden viajar a los Estados Unidos en busca de una mejor vida. Cuando pasan dos meses sin tener noticias de ellos, las madres de ambos deciden buscarlos. Uno de ellos pronto aparece muerto en un depósito de cadáveres, mientras que del otro no aparece más que la mochila. Ante la presión de las autoridades para declarar legalmente muerto a su hijo, Magdalena decide seguir buscando por su cuenta.
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Con un elenco reducido, conformado mayormente por actores no profesionales, que conocen bien las situaciones que motivan la migración, la directora arma una historia sólida sobre la maternidad en los tiempos que se viven. Aunque por su contexto podría pensarse en una cinta plagada de violencia, lo cierto es que más que verse, se intuye. De hecho, a pesar de su crudeza, predomina un tono medianamente fantástico o cuando menos irreal.
Vemos el desplazamiento de los personajes a través de sitios abandonados y el misterioso encuentro con un anciano que, en una lengua desconocida para Magdalena, habla sobre el posible destino de su hijo. Es posible que la madre no entienda las palabras, pero es capaz de comprender el lenguaje universal del horror.
Aunque no abusa de ello, encontramos algunos elementos muchas veces vistos, pero en ningún momento pierde su estilo. También se debe señalar una trama secundaria que parece innecesaria: la doctora, otra madre que ha perdido a su hijo, cruza su camino con Magdalena y después desaparece inexplicablemente. Hay otro encuentro que resulta mucho más significativo, Miguel, el joven honrado que regresa a casa cuando es deportado por las autoridades estadounidenses, solo para darse cuenta de que su madre ha desaparecido.
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Este cruce de caminos, la madre que ha perdido a un hijo y el vástago que ha perdido a su madre, parecen ofrecer un desenlace acomodadizo. Sin embargo, un intempestivo giro de la historia lo impide. Es aquí cuando la directora parece meterse en un lío tremendo, pero al final lo resuelve de muy buena manera. La decisión definitiva de Magdalena se traduce en un gran cierre: la sanación de una madre que recupera en cierta forma a un hijo y el primogénito que a su vez, es acogido en un nuevo seno materno.