¿Cómo nace una historia? Creo que el primer paso es algo parecido a una telaraña o un lienzo, un lienzo que no está en blanco, sino que ha nacido con manchas. No creo en las historias que nacen de la nada, pero tampoco creo que un golpe de suerte o inspiración sea suficiente.
Hay guiones que han costado muchas, muchas horas de repetida insistencia. Sentarse a cualquier hora, despertar en la madrugada, madrugar para escribir, dejar de visitar amigos y bares, todo para escribir. Esa es la parte de contar historias que pocas veces vemos. Es la parte que nos acercan películas como Adaptation de Spike Jonze (con guión de Charlie Kaufman) o Barton Fink de los hermanos Coen.
¿A quién le contamos nuestra historia? ¿A quién debemos contar nuestras historias? ¿Debemos complacer al crítico, a nuestros amigos, a los programadores de los festivales? No, no y no. Un crítico escribe según su estado de humor, incluso tal vez siga viviendo con su madre y nunca haya tenido novia; un programador de festival ha visto muchas, tal vez demasiadas películas y probablemente odie tanto al cine que por eso es programador.
Nuestros amigos, sorprendentemente, son los críticos más duros y creen que somos Stanley Kubrick u Orson Welles en cuanto les anunciamos que filmaremos una película. Por lo tanto, no debemos hacer cine ni contar historias para nadie que no sea nosotros mismos. Nada peor en el arte que traicionarse. Empero, como artistas somos observadores por obligación. Vemos el cielo de otro color, escuchamos sonidos que la gente no escucha, nos deprime o alegra un rayo de luz por la ventana o la caída estrepitosa de un árbol. Así, el artista también observa el laberinto eterno que es el arte y encuentra los huecos por donde escaparse. O el hilo de Ariadna.
¿Qué es la realización, entonces? El cliché es decir que es como dirigir una orquesta. Podría ser. Pero en la música el director no se encarga de vender los CD’s. Podría analogarse como hacer arquitectura… Pero el arquitecto no repite 50 veces la misma pregunta que le hacen los reporteros: ¿por qué decidió construir este edificio? ¿Qué lo motivó a hacerlo? ¿De dónde le nació la inspiración? O tal vez sí. El arte llamado cine fue el que más rating tuvo, tal vez, en el siglo XX. Ahora en el XXI, otras disciplinas de entretenimiento y artísticas han empezado a suplirlo, como las series de televisión o los videojuegos.
¿Entonces, por qué o para qué contar historias? ¿Para sobrevivir el mundo? Yo no entiendo otra forma de decirle al mundo que el mundo en sí mismo no es habitable, sino un lugar hecho para la supervivencia. Si el hombre inventó las armas, la guerra, la codicia, el sometimiento y el arte, es el hombre quien debe recordarle al hombre lo cruel que es. No soy esteta o teórico del arte, de modo que no sé en este momento qué dicten las teorías de lo que debe ser el arte o no. Pero sé que yo como artista, desde las entrañas, quiero y siento que debo decir esto. Me debo a mi realidad.
Dicen que decía Buñuel que él aspiraba a que los espectadores, después de ver sus películas concluyeran que el mundo no es un buen lugar para vivir. Y en realidad no lo es. Leviathán, Dogville, Dos días, una noche, Funny Games, La habitación del hijo, Después de Lucía, Ciencias Naturales, Timbuktú nos demuestran eso. Despertar y leer los periódicos lo demuestra. Leer la historia de la humanidad, lo demuestra.
Contamos historias para decirles a nuestros có-terraneos que vemos algo que no ven, o para hacerles creer que todo va a estar bien; para hacerlos ensoñar durante 90, 120 o la cantidad de minutos que sea… o para recordarles lo que ya saben. La realidad, eso que llamamos realidad, es demasiado cruenta. Esto reduce nuestro espectro al momento de contar historias. ¿Qué tanta posibilidad tiene una historia de un thriller en nuestros días, en nuestro país? Nos hemos atorado en un hiperrealismo. Desde Heli hasta Los jefes. Entonces… ¿inventamos el cine para hacer un copy-cat de la realidad, para alejarnos de ella, para contar la vida como es y replicarla hacia el mundo, para que una «localía» se vuelve universal?
La humanidad sigue creyendo en las historias porque quiere vivir en ellas. Tras la publicación del Werther de Goethe, una ola de suicidios se disparó tras su lectura, jóvenes que imitaban al «triste héroe» (hablar sobre la novela). Sobre ello Goethe mencionó que (los suicidas) querían transformar la poesía en realidad, imitar la novela en la vida real y, en dado caso, dispararse… Si bien nunca se comprobó esta ola de suicidios, el libro se prohibió en ciertos lugares. Si no existía el «peligro» de la provocación de la historia, por lo menos el miedo a su poderío. Algo que sí fue comprobable fue la ola de violencia que se desató en Inglaterra tras el estreno de Naranja Mecánica de Kubrick. Kubrick mismo se encargó de retirar la película de las salas de Inglaterra, aunque no externó las verdaderas razones.
Goethe no puede ser culpado por los jóvenes que se suicidaban tras leer el Werther. Kubrick no podía ser culpado por la violencia que desató Naranja Mecánica en Inglaterra. La culpa no es del creador de historias, sino de la sociedad que las consume. Entonces, contar historias nos regresa al mundo o nos saca de él.
Si no nos preguntamos esto, y como contadores de historias nos preocupamos solo por contarlas, es probable que tengamos más satisfacción como artistas, pero también es probable que nos quedemos guardados en los cajones durante muchos años.
¿De dónde, entonces, vienen las historias? Decía Theo Angelopoulos, el gran director de cine griego, en una entrevista con Michel Ciment que las historias no nacían simplemente, eran una especie de «llamada». Muchos han criticado que el momento donde uno es «tocado», ese momento del ¡Eureka! no existe o es cosa del pasado. Yo, a lo mejor decimonónicamente, sigo pensando que sí existe. Ese momento, creo, es como la punta del iceberg del consciente, que sostiene lo que hemos guardado, atesorado, temido. Eso es el cine: aquello que no queremos decir con la voz, sino con los sueños.