A las tres de la tarde ya viajaba en transporte público rumbo a Garibaldi para estar en el homenaje convocado por la Delegación Cuauhtémoc al ídolo gay de las familias naturales mexicanas, Juan Gabriel, quien falleció el 28 de agosto de hace un año. Una lluvia, en el sur de la Ciudad de México, ya presagiaba que el tributo a Juanga sería guango y melancólico en esa plaza de mariachis, alcohol, extranjeros y algo de decadencia urbana.
Durante ese trayecto, leo que en el suplemento Confabulario citan a Bukowski: «La vida es una guerra continua, pero también hay un pájaro azul en nuestro corazón que quiere salir y cantar», y pienso que, efectivamente, Juan Gabriel era un pajarito azul que solo quería cantar y vestir lentejuelas.
En la plaza principal había un templete en el que cantaban una serie de artistas desconocidos, como un niño —o eso parecía— que venía de Paraguay y que entonó una melodía de su país que pocos o nadie reconoció. Ahí lo acompañaban un grupo de ancianos que estaban en sus sillas sin que algo los tapara del cielo gris y su llovizna. ¡Ah! Es que es el Día del Abuelo, el que antes le llamaban el Día del Adulto Mayor, pero ya saben que se oye más bonito abuelo que anciano decrépito sin nietos ni hijos ni familia ni pareja ni nadie que te soporte. Nada más la canciones de Juanga para aminorar la amargura, ¡sí señor!
Como era de esperarse, el tributo fue un tanto conservador y provinciano, que me hizo recordar a su Jefe Delegacional de la Cuauhtémoc Ricardo Monreal Ávila, recientemente “derrotado” por la Jefa Delegacional de Tlalpan Claudia Sheinbaum para ser el elegido para “competir” por parte del MoReNa a Jefe de Gobierno de la Ciudad de México en el 2018. Él dijo al respecto que existen tres mentiras: las pequeñas mentiras, las grandes mentiras y las encuestas. Siempre tan histriónico Monreal, así como Juan Gabriel. Podría incluso escribir canciones con títulos como: “No soy un ambicioso vulgar” o “No estoy en la búsqueda de cargos de consolación o de acomodo” o a lo mejor “No vamos a dejar trozos de dignidad en el camino”, pues es que él no nació para amar, nadie nació para él, sus sueños nunca se volvieron realidad.
Contrastaban el otro homenaje allá en el rincón, donde está el monumento a Juan Gabriel, el cual fue rodeado de arreglos florales, cruces y algunas veladoras, también de algunas latas de cerveza y Coca-Cola. Ahí un grupo de imitadores del cantante, con muy pocos asistentes a su alrededor pero eufóricos y auténticos, entonaban algunos de sus éxitos musicales.
Javier Lavat, un hombre con traje rojo sostenía el póster de su dios. Él tiene 22 años imitándolo “a imagen y semejanza”. Posa con ese póster y quiere llevarse todo lo que tenga que ver con el divo de Juárez. También se encuentra Jhoan Fa “el Espejo de Juan Gabriel”, quien viene desde Xocotitlán, muy cerca de Atlacomulco, en el Estado de México, y quien me cuenta que tiene veinte años imitando a Juan Gabriel, después de que su amigo Ricardo, quien lo acompaña, celebrara su cumpleaños en el que invitó a sus cuates a que fueran disfrazados de cantantes. A partir de eso José Luis, su nombre real, se transformó en Jhoan Fa. Hay otros imitadores, pero urge ir a comer algo para regresar más tarde y ver cómo continúa el homenaje, que tal parece que no cae bien en lunes.
De vuelta, hacia las diez de la noche, otro grupo minúsculo de fanáticos rodeaban el monumento de Juanga, las tarimas en la plaza principal ya están desmontadas y una lluvia torrencial acabó por vaciar e inundarlo todo. En el fondo, atrás de la estatua donde todavía conserva los arreglos florales, se lee en una manta colgada en un antro, donde varios nos guarecemos de la lluvia, que dice que habrá un gran show de “La voz gemela de Juan Gabriel”, su costo es de 50 pesos, más el consumo.
Conforme pasan los minutos, los amantes de Juan Gabriel se van diluyendo. Yo soy uno de los últimos que queda en la entrada del sitio “Guadalajara de noche”, hasta que un mesero me dice que si no voy a entrar no puedo estar ahí. Decido irme, pues todavía queda un camino largo hasta casa y ya es la media noche. Creo que el siguiente año ya no regreso a Garibaldi, a menos que venga y cante Guanga Briel.