Aquella mañana se había estado disertando sobre las problemáticas ambientales del país. En el evento estaban, como siempre, expertos, profesores investigadores, ingenieros hidráulicos, másters, phd´s and post- phd´s, másters, estudiantes, auxiliares de investigación, tesistas, organizaciones civiles y algunos campesinos de la comarca.
Todos veían y escuchaban atentos, y muchas veces incrédulos, lo que aquellas personas con un léxico y unas formas de moverse tan distintas decían y balbuceaban acerca de sus comunidades, como si en realidad las conocieran y como si en realidad les importara con un tono y aire de intelectuales orgánicos.
A los comuneros la vida de despojo y explotación les ha hecho cautivos e incrédulos ante las palabras de los hombres de ciudad. Mientras escuchaban, los comuneros sabían, en sus adentros, que aquello no era más que una práctica de legitimación de lo que aquellas personas o bien habían escrito o bien, querían escribir en sus tesis, en sus papers, en sus libros colectivos.
Agrupados en torno a temas y compadrazgos académicos como los denunció Sokal, se autodictaminaban y se aprobaban para gozar, un año más, del renombre que da ser parte del sistema nacional de investigadores. Nivel I, nivel II, nivel III, qué importa.
La problemática de la escasez del agua en las comunidades de la meseta p´urhépecha se puede resolver si se analizan los múltiples factores que la generan. Así lo decía uno de los expertos mientras apuntaba con un rojo rayo láser las diapositivas que había preparado dos noches antes y en las que resaltaban los logos del centro de investigaciones de la universidad a la que pertenecía. En el público, el resto de los académicos escuchaba con atención, algunos tomaban notas y otros se llevaban la mano al mentón en franca señal de atenta escucha.
Agua, café y galletas
Los campesinos, incrédulos, se preguntaban cómo todo aquello que decía el ponente podría traducirse en mejorar la situación de la escasez de agua en su comunidad, eliminar las enfermedades hepáticas e intestinales que padecían grandes y pequeños. El colmo de los colmos, para muchas comunidades, es tener el agua debajo de sus pies, en el suelo del territorio donde nacieron y que, no obstante, no “pertenezca” a ellos.
En vez de eso, que esté concesionada a las grandes empresas agrícolas productoras de berries, a la producción de aguacate, a la minería extractiva de oro y plata o a la producción de papel por cientos de rollos, a las empresas refresqueras, a la Bonafont, a la Nestlé, a la Coca y a la Pepsi.
Pasaron cuatro, cinco, seis ponentes, todos expertos en el tema del agua y las problemáticas ambientales y sociales que ello generaba cuando dieron un receso para el coffee break. Todos salieron a los pasillos alfombrados de aquel elegante auditorio.
Afuera, en una mesita había galletas, café y otros bocadillos. Inmediatamente se hicieron grupitos de pasillo para seguir la discusión sobre la escasez del agua y el acceso inequitativo al vital líquido en las comunidades indígenas y rurales, tomarse selfies, postearlas en sus muros para presumir su asistencia al evento académico. Los comuneros, también en grupo, platicaban entre ellos. Eran dos grupos, ajenos, repelentes y excluyentes.
En ese momento, cien aspersores automáticos se encendieron y regaron los elegantes jardines, enormes alfombras verdes, de la Universidad Nacional. El coffee break se había terminado y era necesario regresar a discutir la escasez de agua con los expertos.