La caminera
Hay novelas que no garantizan nada. Novelas que son una pérdida de tiempo para el lector y para el escritor mismo, cuyo acierto más grande es un epígrafe bonito y la selección de una portada agradable. Novelas tan planas que uno podría saltar del primer al último párrafo y no perderse de nada. Melamina de Daniel Herrera se burla de ese tipo de historias.
Con una prosa veloz, sin perder tiempo en detalles innecesarios o que vuelvan lento el ritmo, Herrera narra el sufrimiento de un tipo promedio al enterarse que será padre. El embarazo de su mujer se convierte en el conflicto central de la historia, pero abordado con una particularidad: quien lo sufre es él, un hombre que recién se estrena en la adultez y con problemas para mantener un empleo por más de unos meses, con aspiraciones literarias pero sin el mínimo interés en dejar de ser eso: un tipo promedio que se conforma con tener un salario respetable y los fines de semana libres. Algo parecido a la segunda parte de El padre de la novia, pero sin el dramatismo dulce y empalagoso de la película.
La novela, o monólogo, presume de un ritmo veloz muy bien justificado –algo que difícilmente se encuentra hoy en día entre los escritores jóvenes, a quienes pareciera interesarles tener más cuartillas escritas y no discursos bien fundamentados o historias construidas cabalmente–; la velocidad con la que se puede leer la novela guarda una relación directa con la manera en la que está construido el personaje y narrador, Daniel Hernández (alter ego, sin duda, del propio Herrera): un tipo tan abstraído como egocéntrico que no permite que nadie, salvo su dulce pero dictadora mujer, le diga lo que tiene que hacer. “Tengo doce años sin pedirle permiso a nadie”, le grita a una de sus insulsas jefas cuando está por despedirlo. Así, la rápida sucesión de anécdotas que construye la sencilla historia, se convierte en el confesionario de un hombre que vomita aberración por el mundo cada que pone un pie en la calle.
Melamina es eso: un duro y retorcido viaje en el que se experimenta el embarazo mediante los ojos del futuro padre. Nueve meses contenidos en ciento cuarenta páginas. Pero hacia el final de la novela la historia llega a pesar y se vuelve lenta, culpa del ensimismamiento de Daniel, el personaje, quien no deja de quejarse ácidamente de todo lo que le rodea. Claro que esto no se convierte necesariamente un error. Me explico: Daniel, de nuevo el personaje, permite que Herrera ahonde por completo en él, dándole el privilegio de contar lo estrictamente necesario para trasmitir la frustración y el tedio que abruman al futuro padre. Del error se pasa al acierto, entonces, cuando el lector se apabulla de la lectura y llega a pensar que sí, que la vida es una gran balde de porquería en el que nadie quiere permanecer por mucho tiempo.
Monterroso lo sentencia en el cuarto punto de su “Decálogo del escritor”: “Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras”. Premisa que surge en la novela de Herrera, pues a pesar de que la historia no permitía muchas variantes, cada capítulo parece contener la medida exacta de anécdotas, reproches, mentadas de madre y escenas de difícil digestión. Sin embargo –y aquí concuerdo con Gerardo Lima en su reseña a esta misma novela–, faltó conocer la faceta de Daniel Hernández como escritor. Sí, aparecen los montones de libros y la computadora empolvada, pero sentí insustancial la novela en ese aspecto. Sin embargo se juzga con lo que se tiene, y Melamina parece no necesitar ese plus para conservarse como una novela agradable, de fácil lectura y cínica hasta en los espacios en blanco.
La historia concluye de manera adecuada. La similitud guardada entre la primera y la última escena logran que la trama sea circular y dé evidencia de una planeación bien pensada (contrario a lo que se podría esperar luego de entender, en las primera páginas, que no abundarán los personajes secundarios y que no habrá juegos narrativos extravagantes o experimentales). Por no contar detalles de más, sólo diré que la relación entre Daniel, el personaje, y las recurrentes cucarachas es la gran metáfora del libro, los doscientos kilos de realidad que caen sobre él: puedes pudrirte en vida, hacer de tu tiempo lo que quieras, pero siempre habrá alguien a quien tendrás que rendirle cuentas.
Daniel Herrera, Melamina (Tierra Adentro, 2012).
Ilustración: «House», de Dave Mikush