Para Salomón, Marco y Daniel
In Memoriam
Hace unos días me preguntó un alumno de un taller de guion sobre qué sería lo más conveniente para desarrollar una historia. Conversamos posibilidades y después de intentar persuadirlo de varias alternativas para hacer un producto asequible, antes que imposible, terminó venciéndome su tenacidad. Tenía una gran ilusión de hacer una película sorprendente, con mucho presupuesto y quería seguir amarrado a ella. Amarrado como el pie del personaje del director en 8 1/2 de Federico Fellini. Ilusión como la que acompaña a Iván en La infancia de Iván, la primera película de Andrei Tarkovsky. Le dije iluso, pero no de forma peyorativa. Mi acepción de iluso era sinónimo de soñador. Y ese es un buen comienzo.
Empezar a hacer cine es atarse el pie a esa ilusión y vivir con globos hasta que al fin podemos despegar del piso. Los alumnos de las escuelas de derecho tienen la ilusión, algunos, de ser penalistas, otros jueces, unos cuantos de llegar a la Suprema corte y otros emprender carreras políticas, tal vez ser diputados. Los alumnos de medicina tienen la ilusión de tener su propio consultorio, o trabajar en un hospital, algunos inyectarán botox y otros serán capaces de introducir un corazón ajeno en un cuerpo nuevo. Los alumnos de ingeniería civil tienen la ilusión de construir un puente, un edificio o una presa o desarrollar nuevos materiales. Los alumnos de cine tienen la ilusión de filmar películas, de terminar un cortometraje, luego un documental, luego un largometraje. Tienen la ilusión de sentarse en una sala de cine, rodeados de desconocidos y ver en la pantalla grande lo que les llevó años, aquello que aprendieron hacer en equipo, pues uno de los principios básicos del cine es el trabajo en equipo.
Sin embargo, hace un mes, el 19 de Marzo del 2018, Salomón, Marco y Daniel, ilusos que querían hacer cine y que tenían que hacer una tarea de su escuela, fueron a una casa equivocada. Fueron inocentes al equivocarse. Y es que equivocarse en México ya es fatal. Es como estar en Siria o en Irak. Es como los soldados alemanes que tuvieron que limpiar de minas las costas de Dinamarca después de la Segunda Guerra Mundial. Hemos llegado a una perversidad del Estado que refleja en sus jóvenes la impotencia y el fallo. En la población más vulnerable, como en los bebés de la ABC, están las consecuencias de la violencia, pero también en la ignorancia. En México, el Estado no solo quita conocimiento, también quita el mínimo necesario para la supervivencia. Es como mandar a un hijo al desierto o a la selva sin nada con qué protegerse. Es saber que morirán y salir a las cámaras a decir: no renunciaré. Es ver a Saturno devorando a su hijo.
¿Qué ilusión, que es el cine, puede nacer de este status quo? ¿Cuál está naciendo? Se llama La libertad del diablo, se llama Tempestad. ¿Qué haría Georges Méliès -el padre de la ilusión en el cine- si hubieran secuestrado a su hijo y lo hubiera encontrado muerto? ¿Seguiría soñando en el viaje a la luna?
¿Deben seguir teniendo ilusión los estudiantes de cine, los de leyes, los de medicina, los de todas las carreras, posgrados, preparatorias, secundarias? ¿O será que nos mataron la ilusión ya? Es posible que sí. Es posible que muchos hayan escogido la cruda realidad, seguir cavando en ella sin saber que no encontrarán nada en el fondo. La cruda realidad que está hecha de restos humanos, de ácidos, de ojos sin parpadear que miran las atrocidades como si fueran habitantes de un pueblo en el medievo que asistieron a una tortura en una plaza pública.
Tres estudiantes de cine. Dos eran de Baja California y uno de Nayarit. Foráneos que tuvieron ilusión en Guadalajara, lejos o no tan lejos de sus tierras. Porque en este país, ser iluso nos lleva a trasladarnos, a dejar la familia y las raíces atrás. Porque en este país nadie nos dice que los campos están minados, que el precio de equivocarse es tan alto como la tortura, la muerte y la desaparición.
En un video que subió el mismo Salomón en facebook, con la nota «ya tocaba ensayo», se ve a él grabándose y después tocando la batería, ensayando con su grupo Betray Me (Traicióname). Salomón trae una playera negra y unas bermudas azul y negro. Su pantorrilla izquierda está tatuada. No ha desaparecido Salomón. Tampoco Marco o Daniel. Como dice André Bazin, el cine es el embalsamiento del ser humano. Lo creamos para sobrevivir al tiempo. Hoy, los videos y las fotografías que subimos a las redes sociales han suplido esto. Triste o alegremente seguimos ahí, vivos en la virtualidad, en la memoria que se reproduce con un click. Y gracias a esta permanencia de la imagen, que es como un sueño que puede repetirse cada vez que uno hace click, tanto Salomón como Marco y Daniel, siguen ahí y todavía no han desaparecido.
Foto de portada: Cuartoscuro