Por Juan Martínez Prau
Si no hubiera sido por Leopoldo, que al final accedió a verme, quizá ni siquiera hubiera salido a la calle. Supe desde el momento mismo en que se negaba a recibirme que de verdad estaba asustado. Así que no me hice el irónico con él, sino al contrario: recordé que tenía una madre de más de 80 años con muchas condiciones y le pregunté por ella, antes de saludarlo, a las afueras del Corte Inglés, para no tener contacto con él en caso de que yo estuviera infectado.
– Gracias por preguntar. Mi madre falleció hace dos años ahora.
No fui el primero en saludar y, aunque me di cuenta de que no estaba muy seguro de darme la mano, terminó por abrazarme.
– Vamos al café que está aquí al lado. Tienen un café muy bueno, muy bueno.
Caminamos menos de cinco minutos y llegamos. El local, como todo lo demás en Bilbao, estaba lleno de gente. Pidió un café con leche y un bollo, y yo pedí lo mismo.
– Vas a ver qué bollo, grande, esponjoso, muy rico.
Guardó silencio unos instantes y, con el dedo índice de la mano derecha señaló el lugar, como mostrándomelo, ufano.
– Es uno de mis sitios favoritos.
Nos trajeron el café y el pan.
– Los jóvenes son unos irresponsables- me dijo, tomándose la mano izquierda con la derecha. No entienden la gravedad de la situación y siguen saliendo y haciendo vida como si nada pasara. Andan de fiesta y dicen que es mentira todo esto que sucede. A lo mejor a ellos no les pasa nada, pero qué hay de la gente mayor.
Me quedé pensando que yo mismo creía que lo del virus era una tontería y que los europeos se asustaban por todo. No era, por supuesto, una simple gripa, pero tampoco el fin del mundo, como sentía que Leopoldo se lo estaba tomando. Para abril o mayo, cuando entrara de lleno la época de calor, seguramente lo peor pasaría y el coronavirus quedaría como un mal recuerdo, algo momentáneo, como la crisis de H1N1 que hubo en México hacía unos años.
– Esta crisis, como todas las cosas que están fuera de nuestro control, que es casi todo, no estaba presupuestada. Pero no quiero que hayas venido en vano a España. El seminario se cancela; sin embargo, podemos seguir con el proyecto. Todo sería por Internet. Es decir, que puedes regresar a México y trabajar desde allá.
¿Regresarme a México? Apenas llevo más de diez días en Europa, bueno, un poco más. Pero ya metí permiso en el periódico y hasta un año sabático me aprobaron en la universidad.
– ¿Cómo sería el proyecto?, ¿es también de las fake news o tiene otro objeto? -Etxeberria pareció no escucharme.
– ¿Sí sabes que el coronavirus se transmite no a un metro y medio de distancia sino desde cuatro y que puede vivir durante horas en el ambiente?
– No lo sabía.
Se agarró las manos nuevamente y apenas mordió su bollo o bizcocho.
– ¿Y cómo ves esta cuestión de la postverdad y de las fake news?
– No son fake news. La gente de verdad está muriendo y los jóvenes, ya sabes, se toman todo a broma, todo a broma, como si fueran inmortales o no les fuese a pasar nada, pero es que no tienen conciencia, son unos inconscientes, tío.
– ¿No crees que los medios exageran un poquito?
– ¿Qué van a exagerar? Están ocultando las cosas, debe haber más gente muriendo de la que nos dicen. ¿No viste que ya aislaron Madrid?
Leopoldo no pensaba en otra cosa que no fuera el virus.
– ¿Sabes? Me agrada lo de trabajar en el proyecto por Internet -le dije, aunque no sabía a ciencia cierta de qué trataría el proyecto.
Etxeberria fue al baño y aproveché para ver las noticias en mi teléfono. Era verdad, la capital de España estaba, poco a poco, quedando aislada del resto de la península. Aún no era oficial el cierre, pero seguro que no tardaría en producirse. Las escuelas adelantarían vacaciones a partir del jueves o viernes. Yo había rentado casi un mes en Bilbao, pero eso era lo de menos. Todavía era posible cancelar mi estadía, aunque como ésta se pagaba por semana, la semana corriente no podría ya dejar de pagarla en su totalidad. Tengo que irme de España, si cierran Madrid, no tardarán en cerrar todo lo demás, pensé.
Leopoldo regresó de los servicios y le pregunté:
– ¿Tú crees que todo lo que se publica en los medios es lo que ocurre de verdad? ¿No eres periodista tú mismo? ¿No has trabajado como reportero por varios años?
– Creo, Juan, que la situación es incluso peor de cómo nos la pintan. Eso de que sea un murciélago no me lo creo. Llevan miles de años comiendo eso en China. Además de un mercado de animales al aire libre, Wuhan tiene el centro epidemiológico más grande de todo Asia. Es más probable que se les haya escapado de ahí el virus, ¿no crees? Que un médico lo haya cogido en el laboratorio y, sin darse cuenta, se lo haya contagiado a alguien más y así empezara la epidemia.
Ahora sí que Etxeberria empezaba a pensar. A mí todo esto me olía a podrido. China y Estados Unidos están en una batalla comercial, jugándose no sólo aranceles, sino de facto quién va a gobernar el mundo los próximos años, otra manera de decir que quien logre venderle el 5G al resto de países tendrá gran ventaja sobre su competidor directo. Del otro lado, Arabia Saudita y Rusia pelean por el mercado del petróleo, y parece que ambos quieren destruir a Estados Unidos. No parece casual que todos estén aprovechando el virus para ver por sus propios intereses.
– Esto es el SARS otra vez, el SARS 2, un virus 80 por ciento idéntico al que ya se había presentado en China. Sólo que no quieren decirlo para no asustar a la gente. Paulatinamente el ambiente fue distendiéndose hasta que por fin fue posible hablar del todo con Etxeberria, que ya estaba mucho más tranquilo. O eso aparentaba.
– Te noto reticente a volver. Si no piensas ir a México al menos vete de España. Esto va a empeorar. Ve a los pueblos que hay aquí: Zamora, Palencia, Ávila. Date una vuelta por los pueblos. No debe haber tanto riesgo ahí. No son los lugares turísticos tópicos de siempre, pero tienen lo suyo. Seguro que nadie va ahí en este momento.
– Tengo reservados unos días en Egipto. Estaba pensando de ahí pasar a Israel y luego ir a Turquía y aprovechar ya este tiempo para seguir a Asia.
– Pues venga, utiliza el mapa ese que han subido a Google para checar donde hay menos casos, en que países, y sigue esa ruta.
– Eso haré.
Fui yo ahora al baño y, cuando regresé, Leopoldo había pedido la cuenta. Insistió en pagar. Nos despedimos cerca del estacionamiento del centro comercial y empecé a caminar de vuelta al apartamento de la señora Fabiola. Cancelaría lo que me quedaba aún ahí, directamente en la aplicación, y buscaría con celeridad vuelos y alojamientos lejos de España, pero como tenía que pagar la semana entera, creo que lo mejor era quedarse hasta el viernes al menos.
Subí paralelo a la Ría de Bilbao, pasé por el Memorial y enfilé hacia el Museo de las Artes, cruzando la plaza. Como si lo hubiera visto por vez primera, me sorprendió la estatua de Hermes, subido en el centro de una columna, mirando al cielo, con una mano levantada, como si estuviera esperando que algo cayera desde arriba.
Imagen: Robert Couse-Baker/Flickr
*Agradecemos al portal La Vida Útil por compartir estos diarios de viajero
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