Por Juan Martínez Prau
El magnate por excelencia en el mundo de pronto deja su puesto como presidente de la corporación que creó hace más de dos décadas y anuncia que se dedicará a hacer trabajo filantrópico vinculado a vacunas. No es, claro, un movimiento exento de suspicacias. Me pregunto si eso estará relacionado con el hecho de que en Estados Unidos y otros países muchas personas hayan decidido no recibir más vacunas, arguyendo que causan autismo o esterilidad; o si las personas que han optado por ello sean quienes dicen que la tierra es plana. No estoy seguro de cuál sea la respuesta.
Pero, para quien va a hacer un viaje, no hay más remedio que ponerse las vacunas. No ya porque los países a los que irás te lo exijan, sino para que en caso de que te dé un virus que sólo existe en otro continente, no te lo lleves a tu ciudad y tengas que importar por el resto de tu vida caros medicamentos para controlártelo, medicamentos que además sólo se producen a más de diez mil kilómetros de donde vives.
Hace tres años fui a Tailandia. Tuve que ponerme más de ocho vacunas de golpe. Había algunas gratuitas, pero la mayoría eran caras. Escaneé mis cartillas de vacunación, la de infancia y la nueva, y me las envié por correo electrónico para tener una copia en caso de que me diera una de esas raras enfermedades que sólo hay en Asia. Al menos así ya podrían los servicios de salud de aquel país descartar que fuera hepatitis lo que me había dado.
Después de pasar toda la noche haciendo un nuevo itinerario (de Egipto iría a Israel, de ahí a Turquía, luego a Kazajistán, Uzbekistán, India, Malasia, Indonesia, Singapur, Filipinas y, si el virus lo permitía, a Japón y Corea del Sur), salí en la mañana e imprimí una copia de mis cartillas para ir al Centro de Vacunación Internacional de Bilbao. Como siempre, me perdí, pero alcancé a llegar cinco minutos antes de que me tocara.
Una señora que esperaba a que la atendieran me dijo que debía llenar una solicitud que estaba sobre la mesa de la esquina y luego llamar a la puerta del consultorio 21. Era de Ecuador. Tenía más de 65 años y esperaba pasar bien la ola de contagios que ya se cernía sobre España. Llevaba más de 40 años viviendo en la península. Me preguntó que yo de dónde era. Le dije que de México y no pude hablar mucho porque una doctora llamó a quien fuese a entrar a vacunas y tuve que despedirme.
Después de preguntarme algunos antecedentes médicos y de analizar las copias de mis cartillas, la doctora me dijo que la única vacuna que me hacía falta era la de la Encefalitis Japonesa, que costaba 88 euros, unos dos mil ciento cincuenta pesos al cambio de ese día por cada una de las dos dosis. Porque tenía que ponerme una vacuna y a los 28 días la segunda, o bien la segunda dejando pasar una semana en el esquema rápido.
– Pero no es importante que ahora te la pongas, porque no vas a poder viajar. Ya le están cerrando las fronteras a España todos los países -me dijo la doctora.
– Voy a intentar salir de aquí, pasar catorce días en cuarentena para estar seguro de que no tengo coronavirus y después viajaré. O intentaré viajar -le dije, aunque ya me preguntaba desde hacía días si no lo tendría.
En cualquier caso, me había decidido pese a mi miedo de que me dejaran encerrado a ir a los servicios de salud para cerciorarme de no tener sino una gripa, y su respuesta había sido “quédese en casa”, por lo que prefería quedarme catorce días en otro país, como Marruecos o Egipto, antes de seguir viajando. La doctora me sacó de mis pensamientos.
– Sería mejor que regresarás a tu país. Colapsarán los sistemas de salud de todos lados, y si estás aquí o en otro país y te enfermas, ¿quién te atenderá?
– Supongo que el Ministerio de Salud de España si estoy aquí, o el del lugar en el que esté en ese momento.
– Es posible, pero no es justo.
– Mire, a más tardar en dos días me iré. Mientras no cierren las fronteras estaré en otro país, el problema no será de España -le dije.
– Sería mejor que regresaras a tu país y esperaras a que todo esto pase.
– Justo ayer por la noche reservé el itinerario de los países que acabo de mencionarle. Acabo de salir de mi país hace unos días. No quiero regresar.
– Si está enfermo, contagiará a muchas más personas. Se está comportando como un irresponsable.
– Si es todo, le agradezco.
Me levanté, tomé un par de hojas que había impreso y que eran las recetas para el Ixiaro, las vacunas contra la Encefalitis Japonesa, y salí. En el pasillo, la mujer de Ecuador me preguntó como había ido todo. Le respondí que bien y también me despedí de ella. “Dios te bendiga, qué tengas un buen viaje”. Volví a darle las gracias.
Imagen superior: Poppet/Flickr
*Agradecemos al portal La Vida Útil por compartir estos diarios de viajero.
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