#TextosAislados
DÍA 5 o -2
Mis rutinas no cambian mucho. Siempre he trabajado desde casa y salgo solamente a hacer largos paseos con el perro y a tomar café con algunos amigos o colegas con quienes esté trabajando en algún proyecto. Faltan dos días para que se declare el simulacro pero yo ya he decidido aislarme voluntariamente luego de volver de un viaje a Cali en el que no sólo estuve en aeropuertos y en aviones, sino que fui a un hospital a dar una charla sobre salud mental y luego regresé a Urgencias de ese mismo hospital para que me cosieran puntos en una herida producto de mi imprudencia en una gresca de mi perro con el de mi amigo.
Mi ímpetu por informar antes que ser informada hace de las suyas. Estoy tratando de alertar a todo el que puedo a través de las redes para que asuma su cuarentena sin necesidad de leyes, pero al tiempo estoy criticando al gobierno de turno y los veo perpleja mientras avisan de medidas que son como pañitos de agua tibia para curar una enfermedad letal.
Me impaciento, me exalto, me sobreactúo. Discuto con una amiga que trabaja en la alcaldía y me pide que no difunda el numeral #DeSimulacroAcuarentenaYa. Recibo información, videos, audios. Vivo metida en Twitter para seguir de cerca cada cosa que sucede en el mundo.
Decido que me voy a ir a la finca de mi familia en Cachipay. Pero mi hermano me dice que él va en camino con su esposa y sus hijos y que le da mucha pereza tener que oír a mi perro ladrando todas las mañanas (es un gran danés que ladra una vez a la semana, por mucho). Sale lo peor de todos. Me enfurezco y me desespero (al final nos contentamos. Todo es irrelevante mientras estemos en esto), hasta que empiezo a soltar y a recordarme que el lugar en el que estamos siempre es el correcto aunque no lo queramos aceptar.
Cuando salgo con el perro, oigo los pájaros y veo la ciudad convertida en fantasma. Caigo en cuenta de que estamos viviendo en una película de ciencia ficción. Todo es posible. El perro me dice con su mirada “esto no es un paseo de verdad”. Pero él también va adaptándose a lo que hay. Se queda quieto en la puerta del apartamento a que salga a limpiarlo con agua y vinagre y le desinfecte las patitas. Luego espera a que le dé permiso de entrar. Flojito y cooperando, como deberíamos ya estar todos.
DÍA 7 o 1
Por fin el gobierno está anunciando que la cuarentena seguirá al simulacro de mi ciudad en todo el país. Pienso en mi empleada primero que todo. Le aseguro que recibirá su pago del diario aunque no venga. La llamo, la tranquilizo. Empiezo a utilizar todas las herramientas que mis encierros por la depresión me han dado para sobrellevar un momento como este y ayudar a otros.
Empiezo a aflojar, a entender que yo sólo puedo hacer mi parte, que no puedo decidir por nadie y que, si bien me he propuesto no seguir replicando mensajes llenos de pánico y de ansiedad, es muy factible que otros me los envíen, así como las mil cadenas de oración y distorsiones personales de cada ser humano sobre Dios, porque cada quien está lidiando con esto como puede.
Mi sobrino me llama a contarme que se encontró a mi papá muy tieso y muy majo por las calles del pueblo en el que viven. Lo adelantó en su moto, se le cerró y lo mandó para la casa como él me obligaba a mí a entrar a la hora de la cena cuando tenía doce años y jugaba en las calles de mi barrio. Las vueltas que da la vida…Recuerdo aquel verso de Rafael Pombo:
-¡Muchacho, no salgas!- le grita mamá
pero él hace un gesto y orondo se va.
Van a morir personas de su edad, vamos a morirnos muchos, puede que sea yo, o el vecino o mi mamá. Qué certeza más absoluta, incluso antes de la pandemia. Nunca la tenemos tan presente como cuando es visiblemente inminente, pero es inminente a cada respiro. Siempre me acuerdo de un cuento que echa Thomas Lynch (poeta y enterrador), que va a una gala de poesía y su amigo que perdió a su hija de tres añitos recita un poema de una línea tres años más tarde que dice:
KATHERINE, WE DIE (Katherine, nos morimos.)
Así se llamaba la chiquita a la que nunca le alcanzó a explicar la muerte… así llega incluso estando viejos supongo: Nos morimos. Cuando realmente estamos indefensos ante el miedo es cuando nos damos cuenta de que nuestra voluntad está en manos del universo, de dios, del azar, como cada una lo conciba.
DÍA 11 o 5
El país lleva tres días de simulacro y dos de cuarentena decretada. Me ocupo en mis cosas de siempre. No tengo un peso y he vivido siempre muy al día, así que lo que menos me preocupa en este momento es qué va a pasar con la economía. En lo que a mí respecta, ayudar a los que tengo más cerca y dejarme ayudar es lo que importa.
Del año entero en que llevo compartiendo este apartamento con mi amigo Simón, hemos compartido a lo sumo cuatro o cinco comidas sentados a la mesa. Ahora compartimos a diario. Nos consentimos mutuamente, nos alternamos las labores, nos repartimos el miedo y vamos piloteando todo en equipo, con su gato y con mi perro.
Dicto mi clase de escritura online y embarco a mis alumnos en ejercicios que los saquen de la angustia. Escribir es terapéutico. Ya tengo implementadas varias reuniones familiares y de amigos muy cercanos en las que nos vemos y conversamos, más que de la situación, de lo que hicimos en el día, de lo que cocinamos, de lo que leímos, de la serie que vimos. Intentamos estar conectados hacia adentro. Les ofrezco una clase de yoga online a mis amigas.
Dejo de ver noticias. Limito mi consumo de redes. Procuro más silencio. Me doy cuenta de que todo el dolor, todo el amor, todo lo que me ha pasado, especialmente sufrir de depresión y de agorafobia, me han traído hasta este momento equipada.
Siento que los otros están ahora en sintonía con mi manera de vivir. Otro amigo escritor me lo confirma: “les va a tocar aprender a vivir como nosotros”. Esto es como vivir con depresión, pero sin el ánimo enfermo aún.
Echo mano del yoga, de la respiración, de la rendición. Me recuerdo que la verdadera cárcel está en mi cabeza cuando no dejo fluir los pensamientos. Debo decir que me estoy jactando un poco de ser depresiva, porque nunca antes un depresivo le había servido tanto a la humanidad.
Tengo un mundo interior muy amplio, lleno de jardines colgantes, de ríos de creatividad, de pájaros y de amor. Lo compuse mucho durante mis días de hibernación gracias a la depresión. Antes sólo pensaba que esa experiencia me iba a servir para escribir y hacer que otros no se sintieran tan solos. Hoy veo que es una experiencia que me está sirviendo para VIVIR AQUÍ Y AHORA. Me quito yo misma los puntos de la herida en la pierna y me digo: está sanando, todo siempre está sanando.
BOGOTÁ, Colombia.
Imagen: Matthias Ripp/Flickr