Peter Greenaway dice en cada oportunidad que el cine tal y como lo conocemos está muerto, o en vías de morir. Detesta a Martin Scorsese y afirma que Cannes ya no sirve para nada, que en Europa hay más festivales que días en el año.
Este excéntrico personaje arribó a Morelia para presentar Eisenstein en Guanajuato, filme de ficción que recrea los días que el cineasta ruso vivió en México, aunque la realidad nos indique que nunca pisó ese estado.
Greenaway llegó como el personaje más mediático del FICM 2015, pues lo respalda una sólida carrera que lo ha encumbrado como un realizador experimental, amante del rompimiento y obsesivo con la imagen por encima del discurso. En esta película es notable su vocación por la plástica, pues las tomas se convierten en cuadros coloridos y en pantallas múltiples que se conjugan con su propoia voz en off.
Sucede que allá por 1931 el aclamado niño terrible de Rusia, Sergei Einsenstein, llegó a nuestro país para filmar Que viva México, proyecto financiado por capital de comunistas que vivían en Estados Unidos y que por obvias razones no contaba con el apoyo de Hollywood, a quien además ya le había fallado en su paso por ese país.
El personaje es retratado como un ente contradictorio: por un lado el clásico extranjero que llega al tercer mundo con aires de superioridad, el que disfruta que un lugareño le lustre los zapatos porque en Rusia eso equivale a que te besen los pies. Sin embargo, también se siente acomplejado por su físico: brazos muy largos que lo hacen verse como un payaso, y lo peor: baja autoestima sexual por el tamaño de su miembro que “solo me sirve para orinar”.
Atormentado por sus propios fantasmas que se refuerzan con tanto demonio guanajuatense, Einsenstein sufrirá a tal grado como si en vez de México hubiera llegado al infierno, una pesadilla donde defeca y vomita sobre sí mismo. Pero si eso no fuera suficiente, recibirá la literalmente enorme potencia viril de Palomino Cañedo, un intelectual mexicano que se convertirá en su guía y amante de ocasión, que lo penetra hasta que su sangre rusa mancha las sábanas provincianas.
La película fue coproducida por Submarine, Fu Works, Paloma Negra Films, Edith Film Eye y Potemkino, convirtiéndose en el primer capítulo de lo que se pretende ser una trilogía que incluirá el autoexilio de Einsenstein a países europeos y desde luego a Hollywood, donde todos sus proyectos fracasaron a pesar de que ya era un gran director.
Greenaway es una voz autorizada para retratar al ruso, a quien ha estudiado desde los 16 años y con quien comparte la filosofía de desafiar las estructuras del cine, los montajes y la manera en que narran sus películas.
Sobre el reparto, destaca la sólida actuación del finlandés Elmer Bäck como Einsenstain y el mexicano Luis Alberti como Palomino Cañedo, quien hace apenas un año se dio a conocer en estos terrenos como protagonista de Carmín Tropical, de Rigoberto Perezcano.
La cinta fue estrenada en el Festival de Berlín con buenos comentarios, aunque su director siga definiéndose como un enemigo de los festivales y las salas de cine, esos enormes cuartos oscuros y cerrados que anteceden el acto de dormir de las audiencias.