Fin de semana atípico en la cartelera local. Hay al menos tres propuestas a las que vale la pena echarles un vistazo. Y aunque inicialmente me había inclinado para dedicar este espacio a Las olas (Waves, 2019), al final me decanté por El acusado y el espía (J’accuse, 2019). Me parece que la película de Trey Edward Shults es claramente superior en términos conceptuales. Sin embargo, lo más reciente de Polanski, al margen de su buena factura, está rodeado de una serie de situaciones que invitan a la reflexión.
El acusado y el espía se estrenó en la sección en competencia del Festival de Cine de Venecia. Las declaraciones de la presidenta del jurado, Lucrecia Martel, hacia el pasado de Polanski, causaron revuelo en los medios. Sin embargo, la cineasta argentina más tarde matizó sus comentarios y al final la cinta se llevó el Gran Premio del Jurado. Pero al otro lado del Atlántico las cosas resultaron diferente. Distribuidores estadounidenses decidieron no estrenar la película en su país, en donde irónicamente, fue galardonado hace diecisiete años con el Oscar a mejor director.
La negativa de los distribuidores se tradujo en una censura escudada en motivos morales, que en el fondo no son otra cosa que cálculos financieros. Tampoco ayudó el hecho de que Polanski insinuara cierto paralelismo entre su vida y el affaire Dreyfus, aunque finalmente terminaría rectificando al respecto.
Pero vamos por partes. La película está basada en la novela histórica del escritor inglés Robert Harris, “An officer and a spy”, publicada en 2013 (aún sin traducción al español). En ella se cuentan los entresijos del caso Dreyfus, un militar francés de origen judío que fue acusado falsamente de espionaje y desterrado a la Isla del Diablo en la Guayana Francesa. Fue el teniente coronel Georges Picquart quien descubrió el montaje y comenzó una investigación que demostraba la inocencia de Dreyfus. El ejército, incapaz de reconocer su error, persiguió al propio Picquart.
Así apareció en escena el escritor Émile Zola, quien publicó una célebre carta abierta (la famosa “J’accuse”), en donde ponía en evidencia esta deliberada manipulación de la verdad. El caso se convirtió con el tiempo en un sinónimo de la injusticia y el antisemitismo.
El guion firmado por el propio Robert Harris y el talento narrativo de Polanski logran desenmarañar este caso tan complejo, que involucró a muchas personas durante un casi una decena de años, contándolo de una manera ágil y entretenida. En ese sentido encontramos cierta semejanza con El escritor fantasma (The ghost writer, 2010), la última gran película del director, con la que comparte también algunas similitudes visuales.
Un acierto importante del filme es que está contado no desde el punto de vista de Dreyfus, sino de Picquart, antisemita declarado, pero que en su búsqueda de la verdad, termina convenciéndose de la inocencia de Dreyfus. El ánimo beligerante de Picquart casa muy bien con la presencia del actor Jean Dujardin, quien encabeza un gran reparto.
En una entrevista al diario español El País, Polanski contaba que cerca del lugar de filmación se hicieron pintas antisemitas en un restaurante. Lo que nos habla de un tema que aún no se supera en Europa y que toca particularmente al director de origen judío, aunque desde hace mucho tiempo se ha declarado ateo.
¿Los antecedentes de un director o directora deben ser un criterio a la hora de escoger una película de la cartelera? Esa debe ser una decisión personal y cualquier postura es válida. En cambio, no debería ser una decisión de las distribuidoras, que aduciendo razones morales, seleccionan lo que debe y no debe ver el público. En ese sentido, vale la pena reconocer a Gussi por traer la película a México, a diferencia de nuestros vecinos del norte, quienes en esta ocasión no tendrán la libertad de elegir.
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