La ceremonia del Ariel me importa muy poco y quizá ahora me importe mucho menos. Alguna vez asistí a ella cuando se realizaba en el Palacio de Bellas Artes, fue en su edición 54, y francamente no me dieron ganas de regresar.
Recuerdo que la prensa estaba colocada en un corral ubicado en el lobby de ese hermoso recinto, desde ahí veíamos lo que pasaba dentro del teatro a través de una pantalla. Logré tomar algunas fotos interesantes como la de los trabajadores del teatro cuando cargaban algunos Arieles de utilería. También saludar a uno que otro colega mientras las luminarias del cine nacional salían para dejarse ver por la prensa. Pasaron algunos años, creo, para lograr convencerme que debía estar en esa fiesta anual donde se reúne, según dicen, la comunidad cinematográfica mexicana y eso sucedió en este 2016.
Mandé mi acreditación días antes de realizarse la ceremonia pero me dijeron que ya era muy tarde, que ésta no había llegado porque no le había apretado el botón de “enviar” y que todas las “lunetas» estaban ocupadas; imposible abrir un espacio a un periodista tan irresponsable como un servidor. Pero si decidí reconciliarme con ese rancio certamen fílmico, insisto, es porque no faltaba quién dijera que al Oscar —gringo— sí le doy cobertura —en realidad tampoco le tomo demasiada importancia.
Así que ni modo, suerte p’a la próxima y escribí lo siguiente, en el muro de mi Facebook, un poco arrebatado por la frustración, mientras veía la final de futbol de la Champions en un bar:
“Iba a ir a la ceremonia del #Ariel2016 para hacer una crónica de eso, para contarles a nuestros escuchas de Los Cínicos de Uni Radio 99.7 y Noches de Cine, pero me dicen que no hay un sólo lugar en el Auditorio Nacional, como si de verdad el cine mexicano le interesara a alguien”, (en el Auditorio Nacional entran 10 mil personas).
Después de echar un sueñito motivado por las cervezas que bebí durante el partido, realizar algunas trivialidades sabatinas como llevar el auto al mecánico, tiré a un lado mi ego y pensé en las palabras que me han dicho algunos amigos periodistas cinematográficos: “Es el Ariel mexicano, cabrón, reconcíliate con él”, además el conductor del programa Noches de Cine ya había dicho las palabras clave debajo de mis arranques literarios facebuqueros en contra del cine mexicano y del Ariel: “Seguro no te acreditaste a tiempo, como siempre”. Tenía razón Francisco Valenzuela en ello. A veces me tardo mucho en resolver cosas tan sencillas.
Así fue que hice un espacio para la autocrítica y pensé que enterarme del Ariel era parte de mis responsabilidades como periodista de la cultura —y sobre todo con este affaire que tengo con el cine desde hace años. Llegué a la página de las estatuillas donde ya estaba finalizando la transmisión online y me pasé a la televisión donde comenzaría a las 22:30 horas, por el Canal Once, la entrega del Ariel. Sabía, eso sí, de que el discurso del cineasta Paul Leduc valía mucho la pena ver y escuchar. Javier Oteka, el periodista más odiado por el Imcine, desde su muro de Facebook, ya estaba advirtiendo que se acercaba la censura al discurso del cineasta, dicho en el Auditorio Nacional.
Además de que no hubo alguna invitación de mis queridas amigas toluqueñas para salir a bailar, o de mis amigos para salir a beber y no podía más con la curiosidad, además de estar lejos del DF y dentro de la casa de mi madre, decidí que lo que quedaba era ver juntos la entrega del Ariel 58.
En algún momento el tedio comenzó a gobernarme. Esto producto de las horribles y bobas pausas teatro-musicales, estilo benshi-japonés, con las cuales entiendo pretendían hacer un homenaje al cine mexicano, además sumado a las torpezas de los actores y actrices al momento de presentar cada una de las nominaciones, en 26 categorías, y claro… ¿a quién carajos se le ocurre ver el Ariel en sábado por la noche? Pues sí, tal vez a mí y mi madre —que quitó su programa de boleros—, a Javier Oteka —que odia al Imcine— y alguno que otro extraviado —o confundido— que se encontraba sobrio a esas horas de la noche de un sábado.
Con todo, esperaba poder escuchar a Paul Leduc, pero cuando llegó ese momento, cerca de las doce de la noche, las palabras del cineasta que fueron originalmente de diez minutos —o más— las resumieron a dos —o menos— con aplausos intermedios entre una frase y otra, para luego poner triunfales, el Himno Nacional Mexicano.
Tal vez hubo “ediciones” a otros discursos de la noche, pero por lo menos al de Paul Leduc es de llamar mucho la atención, porque además de que fue de los pocos que llevaban algo escrito y bien estructurado, sus palabras movieron a los espectadores a que se pusieran de pie y aplaudieran con entusiasmo, además de que le entregaron un premio importante: El Ariel de Oro, por su trayectoria como director.
Ni a la misma Rosita Quintana, que no dijo palabra alguna porque no puede hablar, pues tiene más de 90 años, que también le dieron el Ariel de Oro, pero en actuación, la recortaron de esta manera tan abrupta. A Leduc le dejaron apenas las dos puntitas de su lectura, el párrafo inicial y el parrado final. Eso sí, nos recetaron el sinfónico de La triste canción de amor, la cual pusieron momentos antes de que entrara el director de Reed México insurgente.
Más adelante, en la entrega del Ariel a David Pablos por su película Las elegidas, la cual recibió un total de cinco preseas, igual que el filme Gloria, dirigida por Christian Keller, no podía superar el no saber qué fue lo que dijo Paul Leduc en su intervención, el sueño sin embargo, ya estaba también superándome. Además, una de las pocas películas que me interesaban —sumada la de El Hombre que vio demasiado, de Trisha Ziff, que triunfó en la categoría a Mejor Documental— era Te prometo Anarquía, la cual sólo estuvo en dos categorías: dirección y fotografía. Luego en su muro de Facebook, Julio Hernández Cordón puso una imagen en la que se ven sus dos hijas, una en cada orilla de una mesa. Ellas están riendo. “No ganamos pero hay chistes internos” —ojalá me contaran esos chistes algún día. Lo que sí sé es que en la próxima edición del Foro de la Cineteca Nacional ya se podrá ver esta película fotografiada por el ojo extraordinario de María José Secco, quien ha trabajado en filmes de Uruguay —su país— como Tanta agua, o en las mexicanas Club sándwich, de Fernando Eimbcke; La demora, de Rodrigo Plá o La jaula de oro, de Diego Quemada-Diez.
Al día siguiente, logré leer el discurso completo de Leduc en el diario La Jornada, lo leí d-e-s-p-a-c-i-o, y pensaba que la noche anterior nos habían despojado vilmente del momento más conmovedor de esa ceremonia solemne y aburrida (fome, como le dicen los chilenos a lo soso). Nos volvieron a despojar de ello en la repetición transmitida esa tarde de domingo por el Canal 22 —el canal cultural de México, me dicen. Y es que si quieren un “programa especial”, como denominaron a “la retransmisión” que fue la misma de la noche anterior del Canal Once, habría que meterle más color a todo eso con alfombra roja, entrevistas in situ y no sólo “cortar” para ajustar a hora y media y aprovechar para quedar bien con el jefe Rafael Tovar y de Teresa, el actual Secretario de Cultura.
¿Pero qué dijo Paul Leduc? Entre otras cosas lanzó la pregunta de: ¿cuál es el proyecto de cinematografía que se pretende impulsar desde la Secretaría de Cultura, a propósito de su reciente creación, el 18 de diciembre de 2015? Luego explicó que el año pasado, se dijo que se filmaron en México 145 películas y que “un puñado de ellas recibirán –en esta misma ceremonia– un puñado de premios. Ojalá esos premios contribuyan a hacerlas visibles, porque la mayoría, según cifras y estadísticas oficiales, podrían permanecer prácticamente invisibles. Aunque se estrenen, si lo logran. Hay excepciones, pocas, que por lo mismo no son parte de esto. Con excepciones no se construye una cinematografía”.
Después el autor de películas como In god we trust pobló de cifras su discurso, como si fueran alfiles que avanzan en un tablero de ajedrez, frente a la numerosa asistencia reunida en el Auditorio Nacional: “Se declara que el año pasado fue superado el récord de películas producidas desde la Época de Oro del cine nacional”, apunta Leduc: “Pero se omiten dos datos: primero, aquel cine se veía. El actual no. Segundo: de lo producido el año pasado, según el anuario de Imcine, se apoyaron 78 cortometrajes, 21 documentales, y largometrajes de ficción fueron entonces 46, no comparables con los 80 producidos en 1945”, luego remató: “Qué bien que se apoyen cortos y documentales. Esto no pasaba hace 70 años. Pero de los 30 realizados en 2014, sólo cuatro se vieron en pantalla grande. La televisión pública tampoco los exhibe, mucho menos la privada. No están prohibidos. No hay censura, se dice. Pero no se ven. Dos años después, a pesar del excelente nivel de calidad logrado y de sus menores costos de producción, Imcine ha reducido a 17, casi la mitad, su apoyo al documental”.
En otro momento explicó el director de cine que: ”el cine mexicano, aunque pasa por uno de sus mejores y más diversos momentos creativos, paradójicamente parece guiarse, en demasiados casos, por aquella frase célebre inscrita en letras de oro en esas mismas cámaras legislativas y dicha por uno de nuestros más respetados políticos. Aquella que dice: “Pos entonces va pa’tras, ’apá… esa chingadera no pasa… Cine mexicano va pa’tras…no pasa… Ni te preocupes, apá…” Seguro así le pasó a su alocución al momento de editarla para pasarla en el Canal Once.
Al final del domingo, por cierto, me entero que rellenaron el Auditorio Nacional con cientos de estudiantes de varias universidades con la promesa de que les darían puntos extras si asistían a la celebración de lo mejor del cine nacional, además de como se lee en la nota Rellenan el Ariel, publicada en el diario Milenio, firmada por Iván Castañeda, decenas de personas contratadas por la agencia Amaya Coordinación de Audiencia, una empresa encargada de llevar público a eventos para ocupar butacas, rellenarían el Auditorio Nacional. Lo peor de todo es que a mí ni puntos me iban dar, ni el gasto del camión de Toluca a México, ni el de regreso.
Ahora pienso que estoy agradecido con ellos, pues de haber estado en el Auditorio Nacional, no hubiera visto el Canal Once y su mutilada retransmisión del Ariel. Tampoco hubiera escrito todo esto. Además, con mi asistencia a los premios otorgados por los supuestos Periodistas Cinematográficos de México A.C. (PECIME), en el mes abril, donde pude escuchar a la Única Internacional Sonora Santanera y mirar a un diosa de carne y hueso, parada a las afueras del teatro Telmex, es más que suficiente. La ceremonia del Ariel me sigue importando muy poco y creo que puedo continuar así, sobre todo en estos tiempos en que se premia para que no se vea, como bien afirma Paul Leduc.
PD
¡Al diablo con el Ariel!
¡Al diablo con sus instituciones!