Aunque la percepción del suicidio dentro del cristianismo se ha ido matizando en las últimas décadas, durante siglos fue condenado, ya que se entendía como una práctica que atentaba contra los principios fundamentales de la religión. Consideraciones teológicas aparte, parece haber un trasfondo más práctico en la cuestión. Las personas que se quitaban la vida reducían el número de fieles, un hecho nada desdeñable en aquellos años, cuando la mortalidad infantil era excesivamente alta, la esperanza de vida muy corta y las guerras constantes.
En El baño del diablo (Des teufels bad, 2024), los directores Severin Fiala y Veronika Franz nos llevan a una pequeña comunidad rural de la Alta Austria (cerca de la frontera con Alemania y Chequia) de mediados del siglo XVIII. En ese lugar rodeado de bosques y regado por múltiples arroyos, el cristianismo convive abiertamente con las tradiciones paganas, la gente asiste a la iglesia pero sigue practicando ritos de fertilidad y danzas ancestrales.
En ese lugar se celebra la boda entre Wolf, un campesino muy limitado y Agnes, una joven sensible e ingenua, que participa en el arreglo con la esperanza de ser una buena esposa y madre de muchos hijos. Las cosas van mal desde el principio, Wolf parece tener poco interés en el sexo opuesto y Agnes se ve constantemente presionada por una suegra entrometida. La frustración pronto se manifiesta en un cuadro depresivo, que se acentúa con comportamientos erráticos y delirios, que paulatinamente la orillan a la firme determinación de no querer vivir más.
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La secuencia inicial es un atisbo de lo que vendrá. Una mujer se acerca al exterior de una casa que no es la suya, toma un bebé con delicadeza y lo lleva al borde de una cascada, donde lo arroja sin mostrar ninguna emoción. Acto seguido acude a un convento para confesar su crimen, solo hay una sentencia posible y la mujer lo sabe. No es que esta persona disfrute el asesinato, pero era la única manera de terminar con su vida sin contravenir los principios de su religión.
La historia se repite con la protagonista, interpretada por la compositora y actriz Anja Plaschg (quien creó la banda sonora de la película y es conocida por su proyecto de música experimental Soap&Skin). Ante la presión de la monotonía que la rodea, el carácter sensible de Agnes se torna más y más sombrío hasta que cae en una profunda depresión, pero el temor de no poder entrar al cielo, le impide recurrir al suicidio.
La colaboración habitual entre Veronika Franz y Severin Fiala surgió gracias a los lazos que los unen al célebre cineasta austriaco Ulrich Seidl. Veronika es su pareja sentimental desde hace muchos años y Severin es su sobrino. Ganaron notoriedad con la cinta de terror psicológico Dulces sueños, mamá (Ich seh, ich se, 2014). Hollywood les abrió las puertas para el rodaje de su segundo largometraje, La cabaña siniestra (The lodge, 2019), con Alicia Silverstone y Riley Keough, a la que siguió un remake de su ópera prima, dirigido por Matt Sobel.
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Para su nueva película, los directores austriacos se inspiraron en el ensayo “Suicide by proxy in Early Modern Germany”, de la académica estadounidense Kathy Stuart (no está editado en español). El término “suicidio por poderes” se refiere a una práctica que se extendió desde mediados del siglo XVII hasta principios del XIX, en donde decenas de personas, principalmente mujeres aquejadas por una depresión severa, cometían crímenes graves para que las autoridades terminaran con sus vidas.
El desconocimiento de los trastornos mentales y sus tratamientos, combinados con prácticas comunitarias y religiosas restrictivas, fueron el caldo de cultivo en el que se desarrolló el “suicidio por poderes”. Cuando el entorno les impedía terminar con su vida, decenas de personas buscaron que otros lo hicieran por ellos.
En El baño del diablo, aparece uno de estos casos documentados, un viaje sin retorno al abismo de la desesperación. Pero todavía hoy, en pleno siglo XXI, siguen existiendo este tipo de casos, como en los tiroteos donde los perpetradores se hacen disparar por la policía. En ese sentido, lo nuevo de la dupla austriaca no debe verse como una película de terror, sino como un recuento histórico, triste y cruel, de una práctica muy poco conocida.