Cuando se dio la noticia, todo Cantera enloqueció. No por ira o miedo, sino por incertidumbre: “Joan ganó las elecciones”. Ella era el fruto germinado entre una secretaria y un abogado. Fue bautizada con el nombre de Joan porque su padre estuvo durante nueve meses esperanzado en que tendría un hijo.
Joan entró a la política desde muy joven, en ese entonces estaba obligada a usar el uniforme de “fémina aprendiz” que consistía en una falda corta y una blusa muy escotada.
Cuando supo de su victoria como candidata independiente, recordó todas las veces que se hincó ante los flácidos penes de los superiores para ser considerada en el partido. Se enorgulleció al pensar que ya no lo haría más.
Fue electa por el setenta por ciento de los ciudadanos. La táctica utilizada no pudo ser más clara: concentrarse en el voto duro y este era el de las mujeres. El día del registro, los demás candidatos se rieron de ella porque nunca antes una mujer se había hecho cargo de Cantera. Al principio, sólo la apoyaban unas cuantas feministas y un grupo de secretarias amigas de su madre, pero ella, haciendo buen uso de la oratoria (la de verdad, no la que usaba cuando era el turno de hincarse frente a sus jefes) fue convenciendo cada vez a más mujeres. Contó su historia y muchos jóvenes se indignaron por el machismo local: el del extranjero no era relevante.
Aun así no era suficiente y optaron por el plan de emergencia: “la huelga genital”. Todas las mujeres que la apoyaban se negaron a tener sexo con hombres a menos que estos optaran por unirse al proyecto. La iniciativa se viralizó en redes sociales y ante el medio de coacción, casi terrorístico, muchos hombres cedieron, incluso algunos candidatos, pero había uno que estaba renuente porque, a sus setentaicinco años, le importaba más ser presidente de nuevo que tener sexo.
Para convencer a los homosexuales, la candidata dijo: “el poder actual, que se ha mostrado hegemónico, es conservador” muchos no entendieron, pero ella modificó el discurso de tal forma que sus palabras resultaron más claras: “o sea… no les gusta que lo hagan entre ustedes”.
Todos se unieron a la candidata.
Cuando dije que había ganado por el setenta por ciento de los ciudadanos me refería a que el otro treinta no votó: le tuvieron miedo a sus madres y esposas.
La incertidumbre, en muchos casos, se generó por la pregunta “¿y ahora qué?”. Sucede que el equipo de Joan se olvidó de un tema levemente importante: un plan de administración.
El gabinete de Joan hizo propuestas, por ejemplo: la encargada de salud propuso castrar a todos los vagabundos para que así no se reprodujeran; la de turismo agregó una variante: se respetaría sólo a aquellos que tuvieran un pene con longitud mayor a dieciocho centímetros y siete de grosor: la entonces representante de Cantera les explicó que ambos casos eran tentadores pero imprácticos. Una secretaria de diecinueve años sugirió invertir en educación para que la infraestructura de la sociedad mejorara desde la base. Todas le pidieron amablemente que cerrara el pico, bajo el argumento de que ella era demasiado bonita y joven como para pensar bien.
Otras tantas pensaban en unirse a campañas de moda como la del aborto legal en Argentina, pero después de reflexionar un poco, decidieron que el color verde ya era anticuado; otra estrategia era apoyar a la campaña del lenguaje inclusivo que se popularizó en España, pero luego volvieron a considerar los pros y contras y, al entender que la vocal “e”, indicador en varios casos del género neutro, no podía utilizarse en palabras como “pena” u “hombro” porque, sin duda, el patriarcado de nuevo las condenaría al abismo de la diferencia de sexo, decidieron alejarse de esa idea.
Se desesperaron.
A falta de ideas, Joan decidió llamar al exjefe de finanzas para limpiar el chiquero. Él no lo hizo, pero prometió que si le daban dos años, llevaría a Cantera a la apoteosis de su economía. Se incorporó al gabinete. El tipo le hizo ver a Joan que para poder mejorar las finanzas de la ciudad era indispensable concentrarse en el foco de la economía local: el turismo. Sugirió llamar a Gabriel (el antiguo encargado de esa área) y este a su vez dijo que para aumentar el flujo turístico se necesitaba el apoyo de la Secretaría de Cultura, de Seguridad y la de Obras Públicas, Joan pidió que trabajaran en conjunto con el equipo de mujeres pero estos defendieron que, anteriormente, ya estaba escrito un plan y eran necesarios todos ellos por ser gente de su absoluta confianza. La gobernante aceptó.
De forma concatenada, todo el gabinete femenino fue sustituido por los antiguos burócratas, pero a Joan no le importó porque ella aún era la Representante Suprema de Cantera.
A un mes de iniciada la democracia se dio otra importante noticia: Joan murió. Los periódicos informaron que el hecho de que Joan hiciera lo posible por permitir que el grotesco jefe de policías fuera castrado —tras ser acusado ocho veces por abuso sexual y sentenciado por tres jueces distintos (pero no separado de su cargo)— no tuvo nada qué ver.
El reporte oficial, entregado por la Secretaría de Seguridad Pública, indicó que Joan murió tras colgarse de un árbol y darse trece balazos en la cabeza, pero las pruebas forenses aún no determinan qué fue primero.
*Imagen: Flickr/AK Rockefeller