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El FICM es el FICM

Por Omar Arriaga Garcés

 

Una edición más del Festival Internacional de Cine de Morelia toca a su fin y, a decir verdad, el evento estuvo más deslucido que el del año pasado, cuando Abbas Kiarostami y Sally Potter fueron los invitados especiales; un honor que esta vez recayó en Alejandro Jodorowsky, Quentin Tarantino, Robert Rodríguez y Danny Trejo.

Jodorowsky demostró una vez más (sólo lo sabíamos por Twitter, donde el señor escribe día y noche sin cesar) que es un mamón de primer orden, del que pueden gustar o no sus películas, pero cuyo discurso no se sostiene. La danza de la realidad es cuando mucho una cinta bien hecha, con demasiados elementos autobiográficos y la voz en off del chileno diciéndose a sí mismo (porque se trata de él cuando niño): aguanta, cuando seas más grande vas a ser bien chingón, no importa que todos se burlen de ti ahorita. Y cosas megalomaníacas por el estilo, como para justificar su forma de ser en el presente y su trayectoria. Una despedida, y la emergencia de sus hijos en la pantalla, como ya se ha apuntado por ahí. Una mezcla de oro y cobre, cosidos indistintamente.

Tarantino, por el contrario, siempre es muy amable. A diferencia de Jodorowsky, a quien le tenías que comprar un libro para que quisiera firmarte algo (“eres muy grosero, la verdad me decepcionas”, le dijo una chica al autor de El topo cuando éste no le quiso firmar su libro del evento, arguyendo que todos iban a querer después que se los firmara), Tarantino iba corriendo al baño porque ya se hacía (literalmente), cuando afuera de Cinépolis lo alcanzó un muchacho y le pidió que le firmara un souvenir. El director se lo firmó y, con una sonrisa, se despidió y siguió corriendo. Decía mi abuela, lo cortés no quita lo valiente.

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Presentación de Machete Kills

Robert Rodríguez y Danny Trejo medio hablaban dos o tres frases en español cuando ya se les salían unas líneas en inglés para explicar cómo habían filmado Machete kills, eso sí, muy divertidos y afables en el trato. Quien tenía un mejor español fue Edward James Olmos, un excelente actor y excelente persona, dando cátedra de lo que es el cine y de cómo un director como John Sayles, con quien vino a presentar Go for sisters, sólo filmaba en cada locación dos o tres escenas, con una economía cinematográfica asombrosa. “Es un maestro, sabe dónde colocar la cámara”, señaló Olmos.

En el renglón de los trabajos presentados, la Semana de la Crítica del Festival de Cine de Cannes y los estrenos internacionales tuvieron un nivel altísimo. Entre varias otras, como la película de Woody Allen (Blue jasmine), The major, filme ruso de Yuri Bykov y De tal padre, tal hijo, producción japonesa de Hirokazu Kore-eda, fueron de las mejores cintas proyectadas. Asimismo, las realizaciones en competencia de México fueron (desde mi punto de vista) mejores que en años anteriores.

Club sándwich, de Fernando Eimbcke; González, de Christian Díaz Pardo; La vida después, de David Pablos; Los insólitos peces gato, de Claudia Sainte-Luce y, sobre todo, La jaula de oro, de Diego Quemada-Diez son películas superlativas, razón por la que no queda claro el criterio que los jueces utilizaron para que Workers, de José Luis Valle, ganara dentro de la Selección Oficial de Largometraje Mexicano.

El crew de Club Sandwich

Tampoco quedó claro el criterio esgrimido por los jueces de corto de animación para premiar, ya que sin demeritar el trabajo la Casa triste, de Sofía Carrillo, que se llevó el Ojo, de Javier Marín, había otros de más alto nivel y sólidas narrativas como Lluvia en los ojos, de Rita Basulto; Tierra seca, de Ricardo Torres, y Un día en familia, de Pedro Zulu González (sobre todo este último). Mismo caso que en la Sección Michoacana, donde el cortometraje Tiempos supermodernos, de Lubianca Durán Becerra, venció a la favorita Enero, de Adrián González Camargo, primer largo del cineasta con una producción de casi un millón de pesos; un trabajo mucho más elaborado que el del resto de los cortos que competían. Este tipo de cosas causan una sensación extraña, como de no saber bien a bien qué es lo que pasó.

Algo similar debe suceder con la gente de Morelia cuando por las calles ve que cierran tal o cual vía, que muchos hombres y mujeres con gafetes se desplazan por todo el Centro Histórico y que, por el contrario, ellos no tienen acceso a lo que ahí se desarrolla, cuando decenas o cientos de personas se arremolinan en torno a algún automóvil estacionado en el primer cuadro de la urbe, porque está Paz Vega. “¿Quién está ahí, por qué hay tanta gente?”. “No sé, vi que había mucha gente y quiero ver qué pasa”, escuchas.

El siempre amable Tarantino

“Uy, tiene un gafete, mira cómo camina, va solo y quiere que le hablen”, le decían las personas a un compañero de la prensa mientras caminaba por las mismas calles del Centro por las que camina todos los días al hacer su trabajo, pensando que como traía el gafete de reportero debía ser algún director o actor o productor, o alguien que estaba más allá de lo que conocen y ven diariamente.

El FICM suscita eso. Hay una especie de animadversión o de rencor por una parte de quienes viven en la ciudad; no se acercan al evento, preferirían no saber nada él pero está desarrollándose frente a sus ojos en los mismos espacios públicos que habitan; no obstante, y quizá eso sea lo más terrible, si se acercan al festival tal vez no puedan tener acceso, al menos a lo que les gustaría.

Esta semana he oído quejas y alabanzas en ambos sentidos: quienes se sienten hasta cierto grado ofendidos por la opulencia del evento, y alegan que el dinero sale del erario público, indicando que deberían poder entrar a todo y que todo debería ser gratuito; y quienes se refieren a él como a una buena plataforma que sirve para exhibir películas que de otro modo no podrían verse. Incluso, platicando con una periodista de Barcelona, ésta nos dijo que no hay nada parecido en la metrópoli de Catalunya, y eso que Barcelona es Barcelona, como dijera Maradona sobre el futbol: “el futbol es el futbol”. Por lo que con todo y las críticas y defectos que el FICM tiene: “El FICM es el FICM”. Aunque la gente se te queda viendo con mala cara cuando vas a entrar (algunos, no todos, como supongo que debe mirarse a un político cuando publica las fotos de sus vacaciones en Monaco o El Vaticano, y uno aquí sentado en las bancas de la Plaza de Armas, como si se tratara de otro mundo).

Still del corto La Casa Triste

Y eso que la gente no sabe lo que es tratar de acceder a las fiestas del FICM. Y sobresale un rasgo del que ya todos se habían dado cuenta: para los reporteros foráneos es mucho más fácil conseguir invitaciones e inclusive tener entrevistas con los organizadores del evento, pero para los medios locales no hay por lo general ni invitaciones ni acceso ni entrevistas con Daniela Michel o Alejandro Ramírez. Es entendible, los medios nacionales e internacionales son los que posicionan a un evento de tal envergadura; a quién le importa si a fulano del periódico El rayito de Zamora le gustó o no la película equis, o si quiere entrevistar a la directora del FICM para saber su opinión sobre tal o cual detalle. Es quizá la misma marginación que sienten aquellos que no pueden ingresar a ver las películas.

Pero la política es así, hay jerarquías en todas partes y la vida es vertical, no horizontal, aunque el arte no lo sea y un filme como La jaula de oro esté al nivel del último de Woody Allen o por encima de él (aunque no haya ganado), con todo, este filme no es el mercado ni la política ni los amarres ni las ganas de querer salir en la foto por parte de los pudientes ni la parafernalia que suscita alrededor (como demuestra el hecho de que no haya ganado), la cual hace un tiempo que rebasó al propio FICM. Y ni siquiera los amigos entienden eso, tal como los organizadores, que uno va a cubrir el evento y que no es posible hacer un buen trabajo (sin mencionar las fiestas, claro) si hay tantas trabas y esto parece El proceso o El castillo de Franz Kafka. Ya Dante Medina, el escritor jalisciense-michoacano, decía en un texto que Kafka debió haber sido mexicano.

Llamadas aquí, llamadas allá, quién tiene pase, quién tiene invitación; déjame ver si te consigo una, y uno telefoneando, quizá porque quiere ver lo que ocurre adentro de las fiestas más privadas para escribirlo, quizá por esa misma sensación no querer sentirse marginado. Y pasa que fulano del medio Z de la Ciudad de México te dice que podrá conseguirte una pulsera para entrar y que vas y te sitúas afuera del recinto, y que no trae el pase, pero que al final sutano del medio Y sí, y es cosa del azar en estas ligas si pasas o no.

Y ya adentro, en la Casa de Sam, ves a los actores del cine mexicano, hombres de traje y mucha chaviza, los pudientes de México, Guadalajara y Morelia, tal como comentaba una reportera local, muchas chicas guapas que parecen tener la cara de las Jeans, como si se hubieran multiplicado, y alcohol, mucho alcohol gratis, un vecino tuyo que es mesero y que cuando te ve y te sirve un whisky le da por agarrar un genio de los mil diablos, y la música electrónica y los DJs, y atrás de los DJs la zona VIP de la fiesta VIP, adonde ni siquiera entran los propios invitados.

Y ahí una escena: esperas a que te sirvan una bebida, pero llega alguien, que no sabes quién sea, y le grita al mesero, un whisky, rápido, con Coca-Cola Zero; el mesero se pone nervioso y lo sirve a toda prisa, soslayando las órdenes previas. ¿Lo serviste con Coca-Cola Zero? Dice que no el mesero con la cabeza. Tíralo al suelo y sírvemelo bien. Una grosería luego de la frase. El mesero empina el vaso, ahí, en medio de la habitación, con música a todo volumen y sobrecupo de gente, derrama el contenido. Lo vuelve a servir y se lo pasa al tipo. Hazlo bien, le dice. Y otra grosería. Y uno pensando, ¿pues en dónde estoy?

Los famosos hangouts

Es una desorganización total querer entrar a una fiesta, pero también lo está empezando a ser el propio FICM. Para quienes proyectaron trabajos de parte de Michoacán, un amigo me comenta que no hubo nadie del festival para hacer la presentación de los mismos. Lo cual es una descortesía muy grande y un como decir, no me interesa lo que pase en el estado, ni si hay o no una sección michoacana. Y es que cuando uno va a Guanajuato, voy de nuevo con la comparación entre ambos eventos, todo es gratuito allá y se ve que los realizadores de aquella entidad están bien cobijados. Habría que preguntarle a Gerardo Naranjo si así lo tratan en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF, por sus siglas en inglés). Uno puede argüir: lo hacen porque se les salió de las manos, pero no quieren ser inciviles; o decir, por el contrario, no les interesa mucho. Con cualquiera de las dos posturas debería tomarse el asunto por los cuernos.

Hace un rato que las salas de Cinépolis del Centro Histórico son poco funcionales para el número de personas en busca de boletos, así como para las propias presentaciones y ruedas de prensa a que se convoca. El FICM precisa de foros más amplios, de más sedes, y no sólo trasladar unas cuantas películas a Las Américas. Quizá lo mejor fuera sacar el evento del primer cuadro de la urbe, aunque esto sería contraproducente para el turismo que visita la ciudad, pero algo tiene que hacerse porque ya no cabemos.

Aunque con todos los detalles que aquí señalo, es innegable que el FICM se ha ganado su lugar a pulso, así sea con una gran inversión, porque también hay que saber moverse para conseguir esa inversión. Ver las caras de los realizadores mexicanos que terminaron ex profeso sus cintas para venir a competir a Morelia es más que elocuente, como en el caso de Somos Mari Pepa, de Samuel Kishi, y González, de Christian Díaz. Deja de paralizarse la zona del Centro Histórico ubicada en torno al Jardín de las Rosas, regresa la calma, se cierra el telón y, con ello, los amigos que vinieron de otros puntos del país a ver el festival toman sus cosas y se marchan; asimismo, los cinéfilos parten y a uno le queda la sensación de que es increíble que lo más viejo del mundo (las historias, las anécdotas, los cuentos, las narraciones), mezclado con algo más nuevo, como son las tecnologías, tengan tal nivel de convocatoria y susciten tantas pasiones, tantos desaguisados, tanta alegría, tanta inequidad y tantas experiencias de lo más distintas.

Se acaba el FICM, tiene muchos detalles, muchos peros que podrían achacársele no sólo al evento, sino a la estructura social y política de nuestro país, aunque una cosa es incontrovertible: luego de esta semana y días el FICM nos ha enriquecido, ha provocado un diálogo con quienes hacen cine y quienes lo miran, y con eso es con lo que me quedo. Hasta el año siguiente, a ver si el evento mantiene su nivel.

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