El Festival Internacional de Cine de Morelia llegó a su fin y a diferencia de casi todas sus ediciones, la de este 2015 me deja un agrio sabor de boca.
Parece que el cabalístico número 13 les cayó mal, una maldición que inició cuando dos días antes de su arranque, el realizador Guillermo del Toro les dijo que siempre no, que no venía “por problemas de agenda”. Cabe preguntarse quién acepta la invitación a uno de los festivales más importantes de México y después se acuerda que ya tenía otros compromisos. ¿Y el otro del Toro? En estas mismas páginas electrónicas les aseguramos que Benicio, el puertorriqueño, era otro de los invitados especiales con motivo de la película Tierra de nadie, pero todo indica que se les cayó desde antes de la conferencia de prensa para anunciar los pormenores del festival, pues ya ni siquiera lo hicieron público. ¿Y cómo es que sabemos que lo invitaron y no vino? Porque en el libro oficial del FICM lo dice, así que primero imprimieron y luego les avisó que mejor no.
De esta forma, los Del Toro (que no son primos ni nada) dieron un golpe severo al Festival, pues sin ellos la agenda se vino abajo desde el jueves, cuando ya no había tantas actividades por cubrir por parte de la prensa acreditada, cuando los fans se acercaban al centro y descubrían que la mayor novedad era ver pasar al elenco de Las Aparicio, película tan olvidable como todas las series producidas por Epigmenio Ibarra.
Claro que hubo cosas muy positivas, empezando por la programación de películas (que es lo más importante del Festival), invitados de lujo como Peter Greenaway, Laurent Cantet, Tim Roth, Isabelle Huppert, Stephen Frears, Jerry Schatzberg y Barbet Schroeder; secciones reconfortantes como la de ciencia ficción que incluyó las joyas de 2001 Odisea al Espacio y Blade Runner en su corte final; el ciclo de cine gótico a la mexicana que permitió ver bellezas como El esqueleto de la Señora Morales, Drácula y Alucarda, con la presencia de la señora Tina Romero.
También es de celebrarse que el FICM haya reunido a los cineastas latinoamericanos que se trajeron todos los premios de Europa: Michel Franco, Lorenzo Vigas, Gabriel Ripstein y Michael Rowe, sumados al joven Jonás Cuarón y toda la familia.
Todo eso fue muy bonito, pero regresando a mis quejas, me pregunto quién diablos selecciona para competir en la sección de Largometraje Mexicano a películas como Bictor Ugo, una cosa que no merecería ni pasar un examen de nivel universitario; o por qué carajos los del FICM aman tanto a Elisa Miller, a quien premiaron por su aburrida película El placer es mío, relato que se le cae a los pocos minutos de haber comenzado. O cómo es que jurados con un currículum tan abrumante eligen como mejor actor a un no-actor que actúa muy mal (disculpen el trabalenguas); o cómo le dan el máximo premio a una película reprobada por prácticamente toda la prensa y los pobres cinéfilos que la vieron.
Sobre la sección michoacana, tampoco entiendo cómo pudo ganar un corto con tantos clichés, diálogos acartonados y argumentos tan inocentes como Donde nunca morirás, que tendrá sus méritos de efectos en computadora, pero de ahí en fuera, languidece con frases tan pobres como “un buen periodista nunca descansa”.
El FICM debe mejorar muchas cosas: debe tener a gente más preparada y con mayor experiencia en el área que atiende a los medios de comunicación; debe permitir que más gente vea ciertas películas que por extrañas razones son proyectadas solo para un público VIP; y no debe olvidarse de que las proyecciones gratuitas merecen más difusión, pues a diferencia de otros años, lugares como la Casa Natal de Morelos y el Aula Mater lucieron semivacíos.
Y por cierto, dejen de glorificar y santificar a las fiestas del festival, que en este año fueron tan mediocres como lo que se escucha en un bar promedio de Morelia; eso sí, con todo gratis y sin límite de tiempo.
Larga vida al FICM, pero a un mejor FICM.