Otra emisión del GIFF ha dado comienzo y la expectación, nuevamente, halla su acento entre los más jóvenes. Por el Teatro Juárez, símbolo del centro de Guanajuato capital, y entre los diversos recintos habilitados para este festival de cine (el Teatro Principal, el Centro de Convenciones y el Auditorio de Guanajuato, el Teatro Cervantes, entre otros) carretadas y carretadas de flacuchas figuras asexuadas con tupé, pantalones pegados a la piel y lentes de botella de colores se pasean envaneciéndose de las proyecciones que han visto y por los actores y cineastas con los cuales que acaban de cruzar una palabra.
Y es que ese es el ambiente que se respira en la ciudad de Guanajuato, tablado perfecto para escenificar la comedia de la cinematografía. Ante todo, se trata de un evento fundamentalmente por y para jóvenes (si bien no faltan los turistas extranjeros): jóvenes que ven cine (todas las funciones son gratuitas), jóvenes que hacen cine (como el Rally Universitario, una de las principales atracciones del GIFF deja ver, al convocar a cientos y cientos de personas, algunas de las cuales, quizá, estuvieran filmando unos momentos antes su corto entre las calles de la urbe, mezclándose con los propios pobladores), además de jóvenes que hablan sobre cine (los reporteros acreditados por medios de comunicación de toda la República, cuyo número rivaliza con el de los asistentes a los eventos especiales, son en su mayoría muy jóvenes, algunos ni siquiera tienen 22 años y ya escriben para periódicos o páginas de Internet nacionales).
Pero en esto radica lo más interesante del Festival Internacional de Cine de Guanajuato, que hace apenas unos años era conocido como Expresión en Corto, por brindar una oferta conformada principalmente por cortometrajes: a diferencia de los grandes festivales, como el de Morelia, donde todo te dice que la cinematografía es una disciplina de élite (sin que ello signifique que gracias a este evento haya dejado de serlo) en Guanajuato uno tiene acceso prácticamente a todo, incluso a directores como el coreano Bong Joon-ho (autor de Mother), Danny Boyle (realizador de Trainspotting y Slumdog millionaire) o Darren Aronofski (quien entre otras ha filmado Pi, el orden del caos, Réquiem por un sueño y El cisne negro), estos dos últimos, los pesos pesados de la edición XVI de 2013 del ahora GIFF.
Leyendo el texto “La industria cultural”, de Theodor Adorno, el filósofo alemán crítica duramente la estructura corporativa del cine y, por supuesto, descarta que éste pueda ser considerado un arte, por todos los intereses en juego que, para él, lo hacen más bien parte de una nueva forma de fascismo, un totalitarismo de la imagen que va en pos del entretenimiento estupidizante y el consumo de los llamados “objetos de cultura”. Con todo y aunque sea innegable su visión, aunque los organizadores de Guanajuato tampoco puedan sustraerse a esta dinámica, evidente sobre todo en el cine de Hollywood y su influjo tentacular en nuestro país y en el mundo, el GIFF es en cierto modo un nicho que pugna por otra clase de cine y otras vías para la formación de nuevos públicos.
Contrasta, por ejemplo, el número de cortos y películas que sobre la violencia y la penuria imperantes en México, pero también en otros lugares de la tierra, son exhibidos en Guanajuato: sin analizar la calidad de la cinta sobre el narco y la corrupción, Heli, del realizador guanajuatense Amat Escalante, inauguró el evento el pasado miércoles 24 de julio, dejándole un nudo en la garganta a la mayor parte de los espectadores (claro, luego de que Escalante ganara el premio como mejor director de Cannes este 2013); sin embargo, Hermano de sangre (2012) y La alfombra roja (2012), ambos compitiendo en la Selección Oficial de Documental tocan una realidad tremenda en uno de los países con máximo crecimiento económico y mayor número de pobres en el mundo: la India, donde el Sida y la inequidad social son el pan de cada día, escenas en de films en nada parecidas a las de los cafés de Guanajuato y las alfombras rojas por las que desfilan jóvenes actores y directores estos días de fiesta, a los que jóvenes periodistas y un público joven contemplan, unos para hacer su trabajo, otros por el gusto de acercarse a la atmosfera del cine.
Guanajuato es una fiesta que ha cambiado mucho desde hace diez años, cuando el festival daba sus primeros pasos, era más modesto y, su oferta, que permite y sigue permitiendo ver cómo se crea el cine, era menor. Con todo y pese a mínimos errores de logística que en nada alteran el espíritu del evento fílmico, la apuesta del GIFF por mostrar otro tipo de cine, atraer otro tipo de turismo y forjar nuevos públicos resulta más que loable. Tal vez si Adorno estuviera vivo y visitara nuestro país, y viniera a Guanajuato y presenciara este festival, continuaría pensando lo mismo que ya consignó en “La industria cultural”; sin embargo, al menos para mí, el festival de Guanajuato contribuye a cambiar en algo esa visión voraz y capitalista de un cine todo efectos especiales, pero sin narración, sin historia, sin experiencia, algo que sí está presente en casi todos los trabajos que uno mira en el GIFF. Más cine, por favor.