Por: Sebastián Rangel
¿Libro o libreta? ¿Leer o escribir? He ahí el gran dilema, por un lado anhelo el conocimiento, lo busco con pasión, siento el deseo de ignorar hoy un poco menos que ayer, porque soy consciente de que no sé más que una increíblemente pequeña parte de lo que se puede saber. Soy un crío. Pero busco la sabiduría. Sé que la vida no me alcanzará jamás para leer lo que se ha escrito o saber la mitad de lo que se ha descubierto y eso me empuja a leer más, desde que sale el sol hasta que tengo que hacer uso de luz artificial, desvelarme, clavarme en un texto con anhelo pero siempre con satisfacción.
Pero por otro lado, si no escribo, la locura se vuelca en mí, mis emociones se vuelven en contra mía, necesito sacarlas, necesito plasmar las letras que no sé si provienen del corazón o de la razón, pero que me hacen hervir la sangre, necesito escribir porque así la agonía desaparece, el sufrimiento cesa, el abrumador peso de la razón se hace liviano, antes era el desamor el motor de mis letras, el rechazo, el amor o la falta de él.
Ahora lo es todo, todo provoca letras, es mi concepción del mundo, este curioso alfabeto que incita ideas, que une sentimientos y me hace feliz, en el momento, vivo el ahora, me hace hombre, me une con la naturaleza y me separa de mi razón, de mi martirio. Leer o escribir. He ahí el dilema. Las dos caras de una misma moneda, no se tiene una sin la otra. Poesía, cultura. Mis manos duelen de tanto escribir, la intimidad de la tinta y el papel, como únicos testigos de mis adentros, espectadores silenciosos, pero sabios, porque la pluma vuela, me dicta las letras y los libros, los libros se leen solos, más aún cuando están bien escritos.
Me gusta criticar, debatir, opinar, cuestionar, saber, aprender, enseñar, me gusta tanto que es inevitable emocionarme al pensarlo, lo amo con pasión, siento en mi interior que nací para ello. Aunque puede ser también que no tenga propósito alguno, que sea solo una casualidad molecular, química, parte de un universo de la misma índole, sin sentido ni destino.
Lo que hay en mi mente sobrepasa la velocidad de mis manos, hay infinitas combinaciones de letras, palabras, ideas que fluyen de mí como sangre en venas y arterias. La locura me alcanza, me abraza y me rebasa, siento que no puedo con tanto, escribirlo, vomitarlo, es mi única salvación, me libera del yugo en el que me encuentro, aplaza la agonía, como si fuera adicto, me eleva, me enfrasca en esta noble tarea. ¿Qué es ser escritor? ¿Qué es ser lector? ¿Qué es locura? ¿Cuándo un loco se da cuenta de su locura? ¿Acaso nunca lo ha sabido? ¿O siempre? ¿Acaso elige no contar o se enorgullece?
Tantas preguntas, todas subjetivas, las hay más profundas, más filosóficas. ¿Qué soy? ¿Quién soy? No espero responder a éstas ahora pero quizás algún día. No muy pronto, espero. Eso significaría mi muerte, mi falta de propósito. Tal vez el sentido de la vida es descubrirlas, conocernos, deconstruirnos, sigo escribiendo, lo seguiré haciendo.
Te amo letra, tinta, libro.
Soy escritor, soy lector.
Así, sin títulos, sin experiencia, sabiduría, de forma banal tal vez, pero eso soy.
Imagen: Ádám Tomkó
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