Con apenas unos días de diferencia se estrenaron en México las dos más recientes películas de Pablo Larraín: Jackie (2016), basada en un periodo muy específico de la vida de Jacqueline Kennedy, así como Neruda (2016), que toma como personaje central al afamado poeta sudamericano, ambos completan la lista de siete largometrajes que forman parte de la filmografía del cineasta chileno.
La película se estrenó en Cannes, en la sección paralela La Quinzaine des Réalisateurs (tercera película de Larraín que tiene esa distinción), en donde fue ovacionada, de acuerdo a los reportes de prensa. Después de un extenso recorrido por el circuito de festivales, llegó al de Morelia en octubre, en donde fue la película que inauguró el FICM y recién ahora pasa a cartelera por parte de Cinépolis Distribución.
El filme se sitúa en 1948; Pablo Neruda en ese entonces era senador de la república y militante del Partido Comunista, justo en esos momentos entra en conflicto con el presidente Gabriel González Videla, a quien acusa de haber traicionado los intereses de las clases populares. El régimen decide entonces perseguir al vate chileno, utilizando para ello a uno de sus más destacados elementos policíacos, Óscar Peluchonneau. Desde ese instante comienza un complejo juego del gato y el ratón hasta que el poeta decide escapar del país atravesando la cordillera de los Andes.
Hacer una película sobre una de las figura centrales de la literatura latinoamericana del siglo XX (premio Nobel de Literatura en 1971), era una labor sumamente complicada. Larraín confiesa que no se hubiera atrevido a escribir un guion para semejante personaje, por lo que recurrió a un texto de Guillermo Calderón (autor del guion de El club, filme llevado a la pantalla hace un par de años por el cineasta chileno). En todo caso, el resultado no puede describirse como una película biográfica, sino más bien como un acercamiento libre, una obra “nerudiana”, una “antibiografía”, como la ha descrito el propio director.
La libertad con que aborda a su personaje le permite desacralizarlo, ofrecer una visión más humana del poeta: lo muestra mujeriego y bebedor, comprometido con las causas sociales y al mismo tiempo aburguesado. Su contraparte es mucho menos interesante, un detective de orígenes confusos, fanático del orden y tan terco como vanidoso. Acaso son dos caras de una misma moneda: Neruda necesita un perseguidor para hacer de su escape un acto heroico y el inspector necesita al literato para dar vida a sus delirios grandilocuentes.
Larraín recurre a un grupo de actores con el que ha trabajado previamente, muchos de ellos en pequeños papeles, pero todos basados en personajes reales, aunque moldeados no para representar hechos históricos sino para servir a la ficción creada por el guionista y llevada a la pantalla por el director. Destaca sobre todo Luis Gnecco, no solo por su notable parecido físico con el poeta, sino por presentar a un Neruda complejo y difícil de asimilar.
Funciona mejor en su primera parte, antes de que el personaje interpretado por Gael García Bernal tome por completo las riendas del filme, antes de que su tono político matizado de policial, se convierta en una especie de drama surrealista. Esta especie de dualidad permea al Neruda de Larraín: por una parte tenemos su obra más conocida, la lírica amorosa (de la cual el poeta recita un tanto hastiado fragmentos a petición del público), mientras que del otro lado nos muestra su faceta idealista, reflejada en su poemario “Canto general”. Es un trabajo arriesgado y estimulante, aunque decae en su trama final, en donde acusa cierta monotonía y un desenlace tan lento como la muerte del propio Peluchonneau.