El día en que Alfonso Martínez Alcázar dejó su cargo como presidente municipal de Morelia para ser relevado por el morenista Raúl Morón Orozco, el diario estadounidense The New York Times publicó un reportaje firmado por Paulina Villegas al que encabezó “Para alejar la violencia, una ciudad mexicana transformó su policía”.
La narrativa comienza con lo que parece un día rutinario de la comandante Marcela Muñoz, quien, asegura la reportera, se acerca a un grupo de vecinos para preguntarles cómo están, qué necesitan (o qué ocupan, como decimos los morelianos) para enseguida darles su número de WhatsApp y ponerse a sus órdenes. Es tal el carisma de la mujer policía, que los ciudadanos la despiden con aplausos y la invitan a regresar con la promesa de que le harán tamales.
Marcela Muñoz es directora del Centro de Atención a Víctimas de Morelia y tal vez lo que narra la reportera del NYT sea verdad, sin embargo, al menos en redes sociales nadie se ha tragado la historia de que la capital michoacana cuenta con policías amables, al servicio de sus ciudadanos. Esta crónica de guardianes del orden impolutos se contrapone a videos y notas que se han viralizado en Internet, como el que circuló en plena campaña electoral, cuando un joven fue detenido con violencia en el Centro Histórico por estar patinando sin precaución. O uno más reciente, en el que otro hombre es sometido y esposado por pasarse un alto a bordo de su bicicleta.
La corresponsal del Times nos informa que este esfuerzo policial es encabezado por Bernardo León Olea, quien además es profesor y escritor (acá ignoramos si es poeta o narrador, becario del Fonca o ganador de los Juegos Florales). Su estrategia, afirma la reportera Villegas, comienza a dar resultados, y entonces quienes leen la nota no pueden más que escupir el café mañanero que intenta despertarlos.
Morelia es esa ciudad donde ya nadie anda tranquilo, porque si no te toca un asalto a mano armada, alguien le romperá el cristal a tu auto para sacarle el estéreo; porque te pueden robar aunque solo traigas los 10 pesos para la combi; porque puedes ir a comer al lujoso Altozano y tal vez lleguen a acribillar al tipo que come mariscos a tu lado; porque puedes ir a que te afeiten la barba y un comando armado demolerá a un hombre que parecía como cualquier otro; porque si eres mujer, el acoso es cotidiano y la sensación de ser violentada no es paranoia. En Morelia, los que asesinan a alguien huyen y nadie los captura, pero si un policía te mira sospechoso porque tienes un tatuaje en el cuello, es probable que pierdas tu libertad, al menos por unas horas.
El reportaje del diario norteamericano aduce que Morelia ha visto disminuir el porcentaje de homicidios y para ello se basa en un documento del Sistema Nacional de Seguridad Pública: Incidencia de delitos del fuero común, 2017. Es una fuente equivocada, pues en ningún momento desmenuza los índices por ciudades, sino que se remite a dar cifras estatales y la sumatoria del país. ¿De dónde saca entonces la reportera su dato? No lo sabemos, pero además remata asegurando que “los sondeos del gobierno indican que la población reportó sentirse más segura”. Es una cifra algo tramposa, al estilo de los informes de gobierno. Aunque no cita ninguna fuente, tal vez, solo tal vez, se refiera a la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana publicada por el Inegi, con datos a junio de 2018. Ahí observamos que, efectivamente, hay una ligera disminución en la percepción de inseguridad entre los morelianos, pero los números son aterradores: en marzo de este año el 72% se sentían inseguros, y para junio el porcentaje cayó a… 68%. No, ¡pues qué gran logro!
Este canto de sirenas es el clásico instrumento de los gobernantes, quienes siempre encontrarán cifras oficiales que los hagan quedar bien. Ahí está el Sexto Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto, o los números mostrados por el propio Alfonso Martínez, quien en su último día en funciones juró haber invertido en tres años lo equivalente a una década en materia de bacheo, declaración temeraria cuando Morelia se ha convertido en una réplica lunar, en una puesta en escena de ciudad bombardeada cual país en guerra.
Dice Bernardo León que la policía local no puede resolver el problema del crimen, pero sí se puede acercar a los ciudadanos para conocer sus problemas en el barrio. Suena bonito, suena a una historia que el policía-escritor podría plasmar en un libro, pero acá el problema es que la gente no ve a ningún policía acercarse para darle su número de WhatsApp, o pregúntenle al ciclista esposado por pasarse el alto.
No se trata de verlo todo en blanco y negro. Es probable que, como se dice en el reportaje, haya un significativo esfuerzo de la policía local para mejorar su relación con los ciudadanos, a lo mejor es cierto que Bernardo y un grupo de élite conformado en su mayoría por mujeres estén dando atención psicológica a víctimas y que hasta cuiden a los niños mientras sus papás levantan una denuncia. A lo mejor es cierto, pero todo ello palidece cuando un amigo nos cuenta que lo acaban de asaltar y nadie llegó a ayudarlo, cuando un pariente nos pide prestado porque ayer le robaron todo el dinero que acababa de sacar del cajero, o cuando nos enteramos que otro comando asaltó el bar que visitamos los viernes y luego de meses de investigación nadie sabe nada.
Don Bernardo le contó a la reportera del Times que los policías a su cargo ganan mejor, que portan con orgullo sus uniformes nuevos, que tienen becas, vales de despensa, prestaciones y que hasta una comandante se pinta las uñas de azul y blanco para combinar. Qué bueno que así sea, y qué malo que en Morelia cuando te preguntan por la policía más bien te acuerdes de ese épico enfrentamiento que tuvieron con vendedores ambulantes en el Mercado Independencia, donde cual escena de Star Wars, salieron a relucir espadas de palo y lanzamiento de ostentosos aguacates.
Tanto Alfonso Martínez como el escritor-policía vieron terminar sus encargos con la entrada del mes patrio. Al primero se le sigue recriminando la aparición de cientos de baches en la ciudad, de hacer negocio con obras públicas y de no mejorar las condiciones de seguridad para los habitantes de esta urbe. Llegó al poder como candidato sin partido y, para muchos, su gobierno fue peor que el de los partidos, tanto así que no logró reelegirse en el puesto.
El reportaje del Times, tristemente, parece un publirreportaje.
PD
Quien esto escribe vive cerca de una tienda de abarrotes que, cuentan algunos vecinos, es administrada por vendedores de droga al menudeo. Suelen hacer ruidosas fiestas por la madrugada, con un volumen tan alto que se puede escuchar a muchas cuadras a la redonda. Alguna vez llamé a la policía local para pedirles que al menos llegaran para solicitar que le bajaran un poquito a los narco-corridos, pero la policía local, esa que dice acercarse a los barrios para preguntar a los vecinos si están bien, nunca llegó. Desde entonces se han hecho muchas más fiestas, y ya no le llamo a nadie, mejor me pongo a leer, o a ver una serie, hasta que me gane el sueño, o hasta que la fiesta se acabe. La semana pasada no hubo ninguna fiesta, pero un auto se estacionó frente a mi ventana y del interior parecían sonar más canciones del movimiento alterado. De pronto, alguien accionó su arma y mis vidrios retumbaron como si estuviera temblando. Fueron unos ocho disparos, pensé que estaban matando a alguien. Cuando escuché que el auto arrancó, me asomé con la idea de ver un cuerpo si vida, pero por fortuna fueron detonaciones al aire.
Y obviamente no le llamé a nadie, pero ya no pude conciliar el sueño.