Iniciar una crítica cinematográfica diciendo que «el cine mexicano» es esto o aquello es automáticamente disparar las armas hacia un enemigo en que se esconde en la oscuridad pero que desconocemos por completo.
Empezando porque al hacerlo categorizamos al cine que se produce en México y lo convertimos en género. Es como decir «el cine de suspenso», «el cine de terror»… «el cine mexicano». Hacerlo implica negar una historia que en 10 o 15 años ha levantado un barco que desde hacía 50 no se veía flotar con tal valentía.
Desde hace décadas en México no se producían tantas películas. Más de 100 en los últimos años, según datos del IMCINE. A dónde van a parar estas películas es lo de menos, pero de que se producen, se producen. Así, mucha producción tendría que, casi por inevitable lógica, traernos una oferta diversa, variopinta, suficiente para que como espectadores tengamos una posibilidad de elección.
Empero, los últimos éxitos comerciales (los artísticos van en la bandeja de al lado) se han concentrado en lo que mejor nos sale después de los dramas familiares tele-noveleros y la sangre derramada por las calles: la comedia. Por lo tanto la comedia, que también es un género tan diverso que puede subdividirse en muchos, ha encontrado un nicho de mercado en el público cinéfilo mexicano, de forma que las comedias mexicanas, les guste o no a los críticos, comienzan a hacer la labor sucia que no ha hecho el resto de las películas mexicanas desde que «renació» nuestra cinematografía: traer el público de vuelta a las salas.
En este sentido, años de criar cuervos artísticos desde las escuelas cinematográficas subvencionadas por el Estado mexicano han sacado los ojos de la industria y por muchos tiempo el cine parecía hacerse solo para festivales cinematográficos. Y no es que esto sea malo (o bueno o qué sé yo, ¿quién es uno para juzgar el mejor rumbo de la cinematografía de un país?), pero los números, que son la más firme sentencia ante la pregunta ¿qué películas va a ver el público al cine? tienen como respuesta la misma en los últimos años: las comedias.
En el caso de El Infierno y La Dictadura Perfecta, ambas de Luis Estrada, la primera coquetea con la comedia y la segunda se encajonó en la comedia como por arte de magia, pero no pudieron hacerle cosquillas a No se aceptan devoluciones, Nosotros los nobles y ahora la entrega veraniega 2015 de Una película de huevos. Nos guste o no, con esos pocos datos podemos concluir algo que es más que elemental: la gente quiere irse a reír al cine.
Ella es Ramona, quinto largometraje de Hugo Rodríguez, cuenta la historia de una joven mujer con sobrepeso que aparentemente es acosada por ser gorda, pero que en realidad su sobrepeso es lo que dramáticamente menos importa en la película, si no fuera por los diálogos maniqueos que el mismo director escribió. Junto a Ella es Ramona, la segunda película de Mariana Chenillo, Paraíso, es una obra maestra. Y junto a Ella es Ramona, la olvidada Malos Hábitos (Simón Bross, 2007) parece un drama terrible.
Y tal vez lo es. El problema mayor en Ella es Ramona (de los tantos problemas que padece) es que justamente el personaje principal, Ramona, no tiene que esforzarse mucho para conseguir lo que quiere, que es casi lo que todo mundo quiere según los medios, la modernidad, el capitalismo y el «mainstream» comunicativo: la felicidad. Lo curioso es que Ramona, a lo largo de la película, nunca es realmente infeliz.
Tal vez se achicopala en uno que otro momento, pero jamás vemos a Ramona noqueada en la lona, ni tampoco la vemos levantarse ensangrentada (es una metáfora evidentemente) para noquear a su(s) rival(es) y, por lo tanto, no sentimos que tuvo que pelear por su «felicidad», que por cierto ya tenía. El guión, que es como la cimentación de la casa, no alcanza a sostener la segunda planta y ya para la mitad de la película la historia empieza a resquebrajarse sin que nadie o nada pueda ayudarle a levantarse.
Extraña combinación de efectos visuales televisivos con una sobrecargada dirección de arte, hacen que esta película no haga padecer visualmente al espectador, pero sí lo taladrea con una lista interminable de gotitas de sabiduría que probablemente Rodríguez co-escribió con Paulo Coelho, aunque el nombre que dicen los créditos es Beto Cohen.
Así, Ella es Ramona es una tonta, boba, fácil y pusilánime comedia que, nos guste o no, cumple con la única meta que tiene: hacer reír a los espectadores.