Enrique Vila-Matas, nacido en Barcelona en 1948, es un escritor español contemporáneo muy aplaudido por la crítica internacional, aunque en España el reconocimiento le llegó algo más tarde. «Historia abreviada de la literatura portátil» fue la obra por la que empezó a ser conocido. El autor que navega entre la autoficción, la intertextualidad y el ensayo, dejando a su paso miles de referencias acaparables para los devotos, nos platica sólo un poco de esa apasionante enfermedad llamada literatura.
¿Por qué ser escritor?
Generalmente a los escritores les hacen esa extraña pregunta de por qué escriben. Ya se sabe que es una pregunta que no se hace a un arquitecto, un ingeniero, médico o farmacéutico. En realidad no lo sé. He decidido contestar escuetamente: para que me lean. Tuve una fascinación en la adolescencia del personaje de Marcello Mastroiani en «La noche» (1961), de Michelangelo Antonioni, que era escritor y estaba casado con Jeanne Moreau.
Yo quería ser alguien en la vida y pensaba que ser escritor podía ser algo interesante. Por otra parte, buscaba novia, o mujer, y no tenía. Sin embargo, yo no tenía idea que para ser escritor había que escribir. Me di cuenta, como dice también Truman Capote en un prólogo famoso, que hay una distinción entre escribir y escribir bien. Luego descubres que hay una distinción entre escribir bien y escribir muy bien, o genial, etcétera. Para escribir hay que dejar de ser escritor.
¿Qué puntos de referencia hay en la literatura de Vila-Matas?
«El viaje vertical» (Anagrama, 1999) no se parece en nada a «Sostiene Pereira» (Anagrama, 1994), de Antonio Tabucchi, pero cuando se escribe, al menos en mi caso, siempre tengo algún punto de reflejo al que intentar orientarme. Algún libro que me sirva de orientación, sabedor siempre de que no por mucho que intente sea seguro, y tener en el punto de mira un libro concreto o dos, después el libro mío será distinto por completo, pero naturalmente saldrá la personalidad que cada uno tiene y es distinta a la de los demás.
Juan Ramón Jiménez
Lo que tuve más a mano en mi adolescencia al escribir, de mi realidad literaria, es la poesía española, la Generación del ’27, y Juan Ramón Jiménez. Mis primeros textos literarios salen un poco de estas lecturas de esta poesía. Eso me condujo a escribir poesía; esa poesía no se ha publicado nunca. Mi iniciación en la literatura es poética.
La esencia de escribir o cuántas misas vale el oficio
Lo esencial, en cualquier caso, para un escritor es descubrir pronto que lo importante no es ambicionar la fama o el ser escritor, sino escribir. Es decir, encadenarse de por vida a un noble pero implacable amo; un amo que no hace concesiones y que a los verdaderos escritores les lleva por el camino de las frases, casual o misteriosamente relacionadas entre ellas, como esta misma que ahora estoy escribiendo y que ignoro adónde habrá de conducirme.
Tal vez me lleve a terminar escribiendo el nombre de Pereira y a saber entonces que el fragmento ha terminado. Un implacable amo que no hace concesiones y que a los verdaderos escritores les lleva por el camino del desasosiego como muy bien puede verse en frases como esta, de Marguerite Duras: “escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiéramos”.
La actividad periodística o cuando escribió de Nabokov sin haber leído nada
Yo entré a la revista Fotoramas, una revista de cine muy famosa en España. Tenía 18 años y dije que sabía inglés para poder conseguir el trabajo, pero uno de los primeros trabajos fue traducir una entrevista con Marlon Brando comprada a Estados Unidos en inglés y se suponía que yo tenía que traducirla en la Redacción. Para no perder el empleo, le dije a la directora de la revista “de acuerdo” y la inventé entera, de arriba abajo.
Al ver que no había sido descubierto, me animó y luego tuve que entrevistar al bailarín soviético Rudolf Nuréyev y no fui a verle. Me inventé una entrevista. Recuerdo que puse que a Nuréyev le gustaban los toros, “ME ENCANTAN LOS TOROS Y LOS TOREROS”, decía el encabezado. En un bar de Barcelona, escuché una conversación a mi lado; era el escritor Terenci Moix que decía a su acompañante: “¿has visto qué cosas más raras y estúpidas dice Nuréyev en esa entrevista?”.
Naturalmente, yo me ofendí porque me sentía el autor de la entrevista. Seguí con las falsas entrevistas, como a Patricia Highsmith, que en vista de que ella sólo me contestaba “sí” y “no” y cuando contestaba algo más largo, ya lo había dicho en entrevistas anteriores que conocía de ella.
Cuéntenos de la exploración del suicidio ejemplar
La investigación sobre el suicidio era en realidad para saber cuál era mi posición real frente a la vida, frente a la muerte y frente al hecho mismo del suicidio, con riesgo añadido de que me identifico mucho con los temas que trato y con los que soy muy obsesivo cuando estoy escribiendo un libro. De modo que corría el riesgo, ya que vivo en un sexto piso en Barcelona, y tengo una ventana que da a la ciudad, de tirarme por esa ventana a mitad de la investigación. Como eso no ocurrió, salí indemne de la aventura y me sirvió para conocer cuál es mi posición respecto al tema. Aplacé cualquier idea de suicidio por el momento.
¿Era Juan Rulfo el Bartleby mexicano?
Le preguntaban a Juan Rulfo por qué no escribía más, y él contestaba: “porque se murió mi tío Celerino, que era el que me contaba las historias”. Esto es real; lo saqué de una conferencia que dio Juan Rulfo en Caracas, Venezuela, en 1961, y que está documentado. El tío Celerino al morir dejó de contarle historias y lo utilizaba como pretexto para excusarse de no escribir más. Intentaba escribir otros libros, lo sé por Augusto Monterroso, que era muy amigo suyo, que muchas veces empezaba un libro y de repente a su mujer le decía: “pues mira, me volvió a salir Pedro Páramo”.
Cuando sale «Bartleby y compañía» (Seix Barral, 2000) en México, le preguntaron a la mujer de Rulfo por el tío Celerino y dijo que el tío Celerino seguro era un invento más de su marido. Sólo faltaba que dijera que de su “insoportable marido”. Por suerte, tengo la conferencia de Caracas. Hay que pensar que la mujer de Rulfo, o no le leía, o bien, quizás, tenía razón y que se lo inventó. Yo me baso en un documento real. Todo escritor o Bartleby tiene a su tío Celerino.
La autoficción
Para desconcertar a los biógrafos, lo mejor es inventarse tu propia vida. En realidad, aunque no nos hemos enterado todavía, en el siglo XXI, lo que será una constante de la literatura es la autoficción, lo que otros llaman la nueva autobiografía. De modo que uno habla de sí mismo sin hablar de él. O hablando de él, pero no sólo de lo que pasó sino de lo que podría haber pasado, de lo que pudo pasar, de lo que pasará.
El mal de Montano
Escribí un libro, «Bartleby y compañía», luego tuve el problema añadido de que no podía escribir más después de haber escrito ese libro. Me inventé a un hijo que se llama Montano, que tenía el problema mío; le traspasé a ese hijo inventado el problema. De modo que solucioné inmediatamente el problema para poder seguir escribiendo.
¿Qué hay de la realidad?
Nadie conoce la realidad. Marcel Proust decía que si lográramos atravesar la barrera de nuestra mirada, que es muy limitada, encontraríamos una pared brutal que es la realidad misma.
Visca Barça: ¿siempre del Barcelona?
Nací y ya era del Barça, por cuestiones familiares. Antes de bautizarme me hicieron del Fútbol Club Barcelona. Tenía familia muy ligada a la presidencia del equipo, en 1948. Posteriormente asistí a la inauguración del Camp Nou, con Francesc Miró-Sans de presidente, que era un tío lejano, pero suficientemente de la familia como para que me sintiera involucrado también en el club. También han existido periodos en los que me olvidaba del Barça, por ejemplo, cuando estaba en París, y no me importaba nada. Sin embargo, tenía una radio y escuché el 0-5 de los comandados por Johan Cruyff en la temporada 1973-1974 en el campo del Real Madrid. Periodos de entusiasmo, periodos más bajos, pero siempre un sentido de pertenencia; sentimos la necesidad de pertenecer a algo.
Garrincha, figura en sus obsesiones
La leyenda de Manuel Francisco dos Santos, mejor conocido como «Garrincha» me gustó mucho. Me gustaba mucho la idea del extremo derecho. Me gustaba jugar de extremo aunque era muy malo; en realidad era para quedarme solo y no ser del equipo. Por otra parte, lo único que sabía hacer era centrar, porque me entrenaba solo en un patio; no sabía desbordar, sólo tomar el balón y correr por la banda. La leyenda de «Garrincha» es muy interesante, y que era mucho más genial, posiblemente, que «Pelé», por su juego.
Ha dicho que Julio Ramón Reibeyro está en su cabecera
Lo siento un autor próximo a mí desde hace muchísimos años, salvando todas las diferencias, también porque lo traté en un momento determinado, en una situación muy extraña, en la que apenas nos cruzamos dos palabras, de tímido a tímido, en París.
La editora Beatriz de Moura me encargó desde Barcelona, cuando yo vivía en la capital francesa, que le entregara a Ribeyro, del que yo no había oído hablar nunca, la galerada de «Prosas apátridas» (1975), un libro maravilloso que publicó Tusquets. La galerada es la composición final del libro realizada por el maquetista sin la inclusión de los elementos gráficos y sin compaginar, es decir, sin detallar instrucciones como el número de líneas por página, las notas al pie, la ubicación del índice, etc.
De modo que tuve que buscar en el plano de París la Place Folie donde vivía el escritor peruano. Llegué a través del metro de la ciudad, el Placa Monge. Arribé al edificio, subí por la escalera, llamé al timbre y abrió Julio Ramón, que estaba justo al lado de la puerta jugando con su niño. Con mi timidez total le dije: “aquí te traigo la galerada de «Prosas apátridas» que te manda Beatriz de Moura”. Él hizo un gesto como de querer hablarme, pero no sabía qué decir ni yo sabía qué añadir; entre timidez y timidez, bajé las escaleras sin más.
La relación con el rapero Tote King
Me han dicho que yo, autor de culto, soy amigo de un rapero, como si fueran dos cosas distanciadas. No va por ahí. No somos dos muñecos de feria extraños, como amistad. No sé él, pero yo me refiero con todo tipo de músicos. El rap no es nada misterioso, para mí es una música que nace en Chicago pero que inventa también Bob Dylan en «Subterranean Homesick Blues». No hay nada extraño en que nos conozcamos en esta relación, más allá de que Tote me tome como referencia en dos o tres de sus canciones. Lo que nos une es la obsesión, no las citas. La obsesión. Trabajamos en torno a obsesiones que son normalmente muy creativas.