“¿Realmente somos tan puros
cuando llegamos al mundo?”
Cadáver exquisito
Las distopías en tiempos actuales parecen todo menos eso: retratos inverosímiles e indeseables de las sociedades. Hoy pienso que cobra más vida aquella frase: “la verdad supera la ficción”; y los libros distópicos lejos de encasillarse en lo irreal, se constituyen como obras reveladoras y activas, generadoras de diálogo que disertan y retratan la condición humana.
Si la imaginación de autores como Ray Bradbury, George Orwell, Richard Matheson o José Saramago, por mencionar algunos, vaticinaron (o vaticinan) sociedades vigiladas, censuradas, extintas, despojadas de los sentidos… vaya, al límite de sus estados habituales; podría pensarse que es difícil encontrarse ya una imaginación que supere tales situaciones; sin embargo la argentina Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974) ha escrito una novela que no sólo condensa esos elementos, sino que los proyecta en un hecho poco convencional. ¿Qué ocurriría si un día nos viésemos impedidos a consumir carne animal? Bazterrica traza una sociedad que atávicamente pasa del consumo clandestino de seres humanos a su institucionalización, con toda la regulación y procesos industrializados que conlleva. La novela se concentra en Tejo, un hombre maduro, hijo de un carnicero de la vieja guardia, que se ve inmerso en la industria de la carne (humana) y que cuyas circunstancias personales y profesionales le hacen cuestionarse en cierto punto la vida que está llevando junto a la sociedad en la que vive. “Cadáver exquisito” es el nombre de este poderoso trabajo que pone sobre la mesa y sin pudor tópicos que son menester analizarse y que harán que a muchos, sin que sea el propósito de la autora, les tiemble la mano a la hora de llevar a la boca el tenedor con un trozo de un corte.
Ganadora del Premio Clarín de Novela en el 2017 y publicada por Alfaguara, he entablado con la autora un diálogo sobre su libro y que estoy seguro hará que al lector, si aún no ha leído la novela, le despierte deseos de, valga la expresión, devorarla.
El universo creativo es inexplicable y probablemente esta pregunta no debería hacérsele a ningún autor; sin embargo por el tema y el tratamiento que le das me es imposible no preguntarte: ¿cuál fue la génesis de “Cadáver exquisito”? En qué momento dijiste: “voy a escribir este libro”.
Fue un momento muy preciso que recuerdo perfectamente. Estaba yendo al taller literario al que asistía en ese momento, pasé por una carnicería y lo que vi fueron pedazos de cadáveres colgando. Me quedé alucinada pensando en cómo naturalizamos la muerte y la violencia de otros seres y pensé que podríamos naturalizar el hecho de comer carne humana y justificarlo como lo hacemos con tantas cosas.
Pero la idea se gestó mucho antes y como consecuencia de las largas conversaciones con mi hermano Gonzalo Bazterrica (a quien le dediqué la novela) en su restaurante Ocho Once. Gon es chef y trabaja con comida orgánica, pero sobre todo es un estudioso de la alimentación consciente, es uno de los representantes del movimiento Slow Food acá en Argentina y, a través de su cocina y su búsqueda lográs entender que la alimentación te puede enfermar o curar, que efectivamente somos lo que comemos. Como decía Hipócrates: «Nuestra comida debería ser nuestra medicina y nuestra medicina debería ser nuestra comida».
Gracias a mis propias lecturas sobre el tema fui cambiando gradualmente mi alimentación y entre ellas, dejé de comer carne. Cuando lo hice se corrió un velo y desnaturalicé su consumo.
Y es que suceden dos cosas Agustina, primero, cuando lees de qué va la novela, ya sea en la cuarta de forros o en alguna reseña, uno se siente seducido. Vaya, el canibalismo se ha retratado un montón de veces en el cine, la literatura, el arte en general; pero desde mi perspectiva, la mayoría de las veces el tema se ha desarrollado desde lo grotesco y lo tabú; y aunque tu libro tiene escenas que verdaderamente revuelven el estómago y trasgreden la “moralidad social mundial”, me parece muy humano. Lo segundo que ocurre es que tras terminar la novela, como lector o escritor, es inevitable pensar que es la novela perfecta y decir: “Carajo, lo que yo hubiera dado por escribir este libro”. No le falta nada, no le sobra nada. ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
Gracias por tus palabras. Es un enorme piropo que un escritor termine un libro y le surjan ganas de haberlo escrito. El proceso fue visceral, compulsivo, pero como soy obsesiva hubo una preparación previa. Tenía la historia bastante clara en la cabeza antes de sentarme a escribir. Lo que hice primero fue investigar, leer una cantidad formidable de manuales, instructivos, textos de ficción y ensayos sobre el tema del canibalismo, sobre el funcionamiento de la industria de la carne y sobre los derechos de los animales. También vi películas, documentales y videos. Esa fue la parte más dura del proceso, la que me costó abordar por la violencia de las imágenes. Ver a un cerdo retorcerse y gritar cuando lo están matando es desesperante. Ver cómo le sacan los picos a los pollos para que no se picoteen entre ellos por los efectos del hacinamiento te genera una gran impotencia.
Una vez que tuve la base me propuse escribir todos los días y así lo hice. Era muy consciente de que quería que la novela tuviese un lenguaje simple, aunque preciso, muy visual y narrativo. Me parecía que la temática era demasiado densa para usar un lenguaje complejo o barroco, cosa que sí hice en mi primera novela (Matar a la niña) porque así lo requería el personaje principal que es un crítico de arte bien pedante. Pero el uso del lenguaje sencillo implica una precisión rigurosa. Es por eso que, por ejemplo, para escribir tres páginas donde se desarrolla una escena de sexo leí Lolita, de Nabokov; El traductor, de Benesdra y releí El limonero real, de Saer; La Sierva, de Rivera, y Canon de alcoba, de Tununa Mercado. No quería caer ni en lo porno ni en lo cursi. Usé la misma lógica para el resto de la novela porque una de las reflexiones que me interesaba abordar era la del lenguaje y cómo con ciertas palabras podemos encubrir realidad o revelarla. Cómo el lenguaje nos constituye, cómo lo que decimos o dejamos de decir trasluce nuestra mirada del mundo. Por eso cada una de las palabras de Cadáver Exquisito está muy trabajada.
Hablábamos en otro momento sobre el carácter distópico de tu obra, decías, si no me equivoco, que durante la escritura no leíste novelas de estas características pero noto una poderosa, tal vez inconsciente influencia de grandes distopías, como 1984, de Orwell o Soy Leyenda, de Richard Matheson, pero sobre todo de Fahrenheit 451, de Bradbury. Esta última en especial me parece que tiene muchas similitudes sobre todo en lo contextual y en la psicología de los personajes. Veo en Tejo a Guy Montag. Tejo, el hombre que ha perdido a su hijo pequeño y que de pronto se cuestiona su quehacer en la industria de la carne humana y que poco a poco, tras ciertas decisiones va poniendo en riesgo toda su vida; en Cecilia veo a Mildred, la esposa de Montag, y en el Sr. Urami, el jefe de Tejo, veo a Beaty, el capitán de bomberos de ese ya clásico literario. Cuando me refiero a similitudes mi intención es halagar tu trabajo, Fahrenheit… publicada a mediados del siglo pasado fue reveladora y augurio de nuestro presente híper informado y censurado a la vez; vaticinaba el poder de la palabra y sus implicaciones. Cadáver exquisito pone sobre la mesa un tema importante, varios quizá: la sobrepoblación, la condición humana, la supervivencia, la indiferencia. Contigo, un virus que afecta a los animales y nos “obliga” a comernos unos a otros. Sin embargo, de alguna manera ya nos estamos devorando, destruyendo, cambiando las reglas de la vida tal y como lo conocíamos. ¿Es tu novela un vaticinio, una crítica o mera ficción?
Creo que la novela puede ser leída en distintas claves: como mera ficción porque, en definitiva, cuenta la historia de un personaje; como una crítica con múltiples capas con las que intenté trabajar (canibalismo simbólico, derechos de los animales, capitalismo salvaje, sobrepoblación, trata de personas, los derechos de las mujeres, la industria de la carne, lo que implica ser padres, cuál es el precio que tenemos cada uno de nosotros) y como vaticinio porque somos una especie con altas chances de autodestruirse. Te doy un ejemplo concreto: con los pesticidas estamos matando a las abejas y sin abejas, sólo podemos esperar una catástrofe ecológica.
Al momento de escribirla, de todas maneras, me cuidé mucho de no ser panfletaria. Si bien intento tocar infinidad de temas que me preocupan traté de no caer en frases moralistas, básicamente porque no creo en los fanatismos. Pero sí creo y esto espero que esté implícito en la novela es que somos hijos del capitalismo salvaje, que nos interpela a todos, y que el único resquicio que veo es el de ser solidarios con nuestros semejantes y con todos los seres del planeta. El lugar de soberbia en el que nos ubicamos como especie con respecto a otras nos habilita a animalizar, violentar y matar, también, a los nuestros. Es un círculo de violencia que nunca termina. Desde los niños que trabajan en las minas de cobalto y cobre para que podamos tener nuestros smartphones hasta la infinidad de animales que matamos porque nos resistimos a dejar de comer su carne.
Con respecto a Fahrenheit 451 es curioso cómo trabaja la mente. No sólo que no la tuve presente sino que leí la novela hace más de 20 años. Supongo que en algún lugar del cerebro esa información quedó. Pero más que basarme en una estructura distópica clásica quería escribir una novela sólida, con personajes creíbles y una historia verosímil y para eso necesitaba que el personaje principal formara parte de la industria de la carne. Como bien decís, en ningún momento pensé que estaba escribiendo una distopía. Sólo quería escribir la mejor novela que podía escribir en ese momento.
Decía que tu novela es muy humana no porque sea “sensiblera”, sino porque la humanidad, así como es amorosa es despiadada y tú lo retratas desde lo general a lo particular. Primero: la legalización del canibalismo, que pareciera impensable pero tus argumentos literarios son tan reales que dan miedo porque nos recuerdan que en la historia de la humanidad se han legalizado las peores atrocidades. Después, porque los seres que habitan la geografía de tus páginas son como en la realidad, con temores, pasiones, costumbres, dudas, algunos piensan por sí mismos, otros se dejan guiar por lo que hacen los demás: “las reglas”, las “instituciones”; pero también se rigen por los atavismos, por lo que no se puede explicar pero se hace de cierta manera: mientras unos se cuestionan si está bien comerse a otro ser humano, otros se preguntan: “¿A qué sabrá fulano o zutano?” ¿Cómo retrata tu novela nuestra realidad? Y vaya, cómo proyecta nuestro futuro.
Creo que las distopías hablan del contexto en el cual fueron creadas. Creo firmemente que en nuestra sociedad nos comemos los unos a los otros, de manera simbólica. Los planos en los cuales nos fagocitamos son múltiples y tienen distintos grados: la trata de personas, la guerra, el trabajo precarizado, la esclavitud moderna, la pobreza, la violencia de género como algunos ejemplos. La objetivación del otro, la despersonalización hace que lo corramos del lugar de humano (de par) y lo podamos violentar, matar, discriminar, lastimar, estereotipar. Porque no entendemos que el otro tiene tantas complejidades como uno, que está atravesado por una realidad, un contexto, oportunidades o la falta de ellas. Un ejemplo concreto: cuando permitís que una nena de 12 años viaje sola por la ruta para prostituirse porque no tiene para comer también habla de que hay una parte de la sociedad indiferente a esa situación, que realmente no le interesa, y otra gran parte que lo valida porque se beneficia y en el medio está esa chiquita que está siendo consumida por todos. Es parte del engranaje siniestro del capitalismo, sistema que todos alimentamos y sostenemos y del cual formamos parte. En definitiva, nos comemos los unos a los otros porque de manera general no nos hermanamos con el otro que siempre es una amenaza.
Es muy difícil pensar sobre el futuro. Quizás mañana nuestro planeta explote por los aires. Lo que pienso hoy arriesgando a equivocarme, por supuesto, es que por un lado somos una especie con una enorme resiliencia, nos adaptamos casi a cualquier cosa y por el otro, justamente por esta capacidad es que somos destructivos, no cuidamos lo que tenemos ni a nosotros mismos. Creo que en el futuro las brechas van a seguir agrandándose, que mucha gente va a sufrir para que unos pocos concentren la riqueza y los limitados recursos del planeta que nos quedan. Dicho lo cual, también creo, como dije, en ser solidarios los unos con los otros. Ver al otro como un par, como un hermano. Elinor Ostrom (la primera mujer que ganó el Nobel de Economía) estudió a sociedades que podían vivir en armonía con otras sin dilapidar los recursos, ni luchar por ellos. Creo que tenemos que reflexionarnos como sociedad y como individuos y a partir de eso van a venir los cambios que van a hacer que vivamos mejor. Ayudar, empatizar, en definitiva, amar.
Argentina es el símbolo del consumo de carne (por lo menos así lo vemos desde México) y en tu historia les quitas a los personajes uno de los mayores placeres que tienen. ¿Es una ironía o algo circunstancial?
AB. No creo que sea casual que la novela haya sido creada en Argentina y no la escribí como una ironía. Supongo que la novela surgió también como consecuencia de mi experiencia como vegetariana. Cuando dejé de comer carne experimenté (y experimento) lo que es ser una suerte de paria social. No sólo porque ir a un restaurante muchas veces es un suplicio porque todos los platos tienen productos animales, sino porque como vegetariana, he recibido muchas agresiones por mi decisión que, en el fondo, no afecta a nadie, pero sí genera cuestionamientos en los que comen carne. Los consumidores de carne se espejan en la decisión de los vegetarianos y eso genera o justificaciones (“como muy poca carne”) o rechazo (“yo mataré a los animales pero vos matás a las plantas”) o cuestionamientos (“seguro que te falta hierro, hacete ver por un médico”). No pasaría lo mismo si dejara de comer frutas, pero con la carne las reacciones siempre son las mismas.
Los vegetarianos y veganos, con su decisión, estamos cuestionando una industria millonaria y una tradición muy enraizada como es la de comer el asado (“sin el asado del domingo con los amigos, me muero”), sobre todo en Argentina. Y eso siempre genera una resistencia descomunal que se presenta en forma de chistes o de, directamente, darte para comer una lasaña de jamón y queso cuando decís que sos vegetariana, como si el jamón se cultivase del “Jamonal”. Por otro lado, existen muchísimos placeres culinarios que no incluyen comer carne.
Si nos detenemos un momento tras la lectura de tu novela existe algo muy cierto y triste, uno podrá escandalizarse por la forma en que en el libro se procesa la carne de las personas, cómo son sacrificados, procesados, comercializados seres que desde su nacimiento tienen como destino el consumo, vaya, son despojados de su condición humana; pero, como lo mencionas líneas atrás, así pasa con los animales.
Claro, pero no me interesa convertir carnívoros en vegetarianos con la novela. Sólo mostré lo que le hacemos hoy a los animales, paso por paso. Y esto lo hice porque no puedo dejar de reflexionar sobre el hecho de que nadie quiere morir. Ni la vaca, ni el cerdo, ni vos, ni yo. Pero sostenemos y, nunca cuestionamos, el hecho de que, por ejemplo, en la Argentina comemos carne de vaca, cerdo y pollo y tenemos a los perros y gatos como mascotas que forman parte de nuestra familia. Pero en China se comen a los perros y a los gatos y en la India la vaca es sagrada. Vivimos insertos en un sistema de creencias, en una matrix que nos dice que comer carne es saludable, es necesario y lo hacemos por costumbre, por indicación de los médicos (que no hacen cursos de nutrición) y la carne también va minando nuestra salud. Son pocos los que cuestionan esa matrix carnívora.
Incluso no pensamos en la locura que implica tomar leche de vaca. La leche de vaca fue concebida para un ternero no para un humano. Con ese criterio ¿por qué no tomar leche de rata o de oso o de jirafa? Además, cuando crecemos ya no tenemos las enzimas para procesar la leche, ¿por qué la seguimos tomando? Porque hay una industria que nos hace creer que nos va a proporcionar calcio entre otros beneficios. Es muy curioso que mucha de la gente que toma leche tiene problemas de osteoporosis, amén de que cuando tomamos leche estamos tomando los antibióticos que le inyectaron a la vaca y los pesticidas que comió de los cultivos adulterados.
Las grandes distopías (sin miedo a exagerar creo tu novela se ha erigido como la gran distopía de nuestra era) no pretendían serlo. Con el Premio Clarín poco a poco ha emergido y se ha colado entre los lectores. ¿Cómo fue ganar el premio, qué implica para ti y qué respuesta has tenido de la crítica en general y los lectores?
Gracias por tus palabras, ¡muchos piropos para Cadáver exquisito en esta entrevista! ¡Gracias
El Premio Clarín ha sido y es una enorme fuerza de difusión y comunicación con el gran público. Ayudó muchísimo a mi carrera de escritora en la medida en que me dio una enorme visibilidad que no tenía. Por otra parte, gracias a este premio, pude publicar en una editorial con un bien ganado prestigio, recursos y llegada masiva como es Alfaguara. Trabajar tu obra con editores tan lúcidos como Julieta Obedman es un lujo. Llegar al gran público, es una alegría. Conocer periodistas y profesionales de los medios es un privilegio. Toda esta experiencia es para mí un desafío y un permanente aprendizaje. Por eso, como lo dije cuando gané, en el discurso de agradecimiento, celebro que existan concursos como el Premio Clarín. Creo que sería una enorme oportunidad para muchos escritores y para poner en valor la cultura castellana, que comenzaran a crearse más concursos como este.
La respuesta del público y de la crítica es altamente positiva. Ya vamos por la tercera edición y eso es gracias a los lectores que recomiendan la novela. El boca a boca es clave. Me llegan mensajes todo el tiempo de gente que la leyó y me felicita. En líneas generales lo que les pasa al leerla es que sienten rechazo por el tema y su tratamiento pero, al mismo tiempo, sienten una enorme adicción por terminarla. Me han escrito amigos insultándome porque “por tu culpa llegué tarde al trabajo” o “por tu libro me pasé tres paradas en el subte”. Pero lo mejor es que cuando terminan de leerla, en general, no quedan inmunes. Algunas personas dejaron de comer carne, otras, quedaron aturdidas, otras reflexionaron sobre temas sobre los que nunca habían pensado. Este libro me está dando enormes satisfacciones.
Sé que también das talleres de lectura creativa, cosa que ponderando es ínfima a comparación de los cientos de talleres de escritura y análisis literario. Tú promueves esos talleres como formas gozosas de leer y, creo, alejados de esa consigna institucional de que hay que leer como si fuera un fármaco para los problemas del mundo. ¿Para qué leer?
Siempre digo que leer a Saer hace bien. A algún amigo deprimido le he dicho “Vos estás necesitando un Saer” y le mando Sombras sobre vidrio esmerilado que, en mi opinión, es uno de los mejores cuentos jamás escritos.
A mí leer me hace feliz. Sin libros, sin arte, sin cine, sin música la vida sería de un gris opaco, demoledor. Y esa felicidad la transmitimos en el taller que coordinamos con Agustina Caride. Quiero decir, se disfruta la lectura, pero también hay un trabajo intenso. Nos interesa construir mapas dinámicos de lectura, conexiones, intertextualidades. Por ejemplo, leímos el cuento Nadar de noche, de Juan Forn y lo relacionamos con el cuento Lisboa, de John Berger, para después analizar el corto de animación Padre e hija, de Michaël Dudok de Wit, porque los tres hablan sobre la muerte desde distintas perspectivas. O leímos Frankenstein para después ver la película de Branagh y para cerrar leyendo La mujer que escribió Frankenstein, de la escritora argentina Esther Cross a la que luego invitamos a hablar al taller. Es muy estimulante.
La lectura es la antesala a la escritura. En definitiva, creo que un taller puede ser un espacio de aprendizaje, respeto y compromiso vital porque esa fue mi experiencia en los talleres a los que asistí.
Aunque no tengamos la intención de escribir, todos podemos ser grandes lectores. Pero pienso que seguramente no hay un buen escritor que no haya sido primero un gran lector.
Por último, ¿cuál parte del ser humano crees que sea más deliciosa?
Comprás en la carnicería de tu barrio unas “human ribs”, y te las comés con una buena salsa de barbacoa. O bien te comprás un cerebro humano, que sólo se consigue en tiendas gourmet, lo sacás de la bolsa con cuidado de que no se resbale. Lo dejás marinando en limón y finas hierbas durante, mínimo, tres horas. Lo fileteás y sartenéas con un poco de aceite de olvida, ajo y cebolla y los servís en tus tacos favoritos con guacamole y mucho picante.