En una de las primeras cúspides de su carrera, justo después de Dancer in the dark, Lars Von Trier pidió a su maestro Jorgen Leth que volviera a filmar su icónico cortometraje El humano perfecto de cinco maneras distintas, proponiendo en cada una considerara una obstrucción que le llevara a reescribir su cortometraje y, por tanto, volver a empezar. La restricción, como idea central de la película, es todo menos restrictiva. Las restricciones, más que muros, son diques que conducen la corriente hacia otro lado. La obra, como la vida, encuentra su propio camino. Y es justo el haberse restringido lo que me hizo pensar en dejar a Kaufman. Pero antes, vino la elección de la novela que adaptó.
La novela debutante de Ian Reid empieza con líneas poderosas, aunque repetitivas: “Estoy pensando en terminarlo todo. Una vez que pienso en esto, la idea permanece. Se queda ahí. Circula. Domina. No hay mucho que pueda hacer. Créeme. No se va. Está ahí, quiera o no. Está ahí cuando como. Cuando voy a la cama. Está ahí cuando duermo. Está ahí cuando despierto. Siempre está ahí.”
El problema es que, si bien cae en frases clichés que hacen que uno se preocupe por lo que pasa en cierta literatura inglesa, que una y otra vez repite frases como “Nunca había visto algo así (I’ve never seen anything like this)” o “Esto está mal (This is wrong)” o “¿Cómo fue que llegué aquí? (How did I get here?)”, la novela crece como un atractivo futuro oscuro y promete engullir al lector, como si uno fuera adentrándose en esos túneles que imaginó Kaufman y que lo dejarán a uno más que enlodado.
Sin embargo (spoiler), la novela da un giro tremebundo que hace dar cuenta de lo terrible que puede ser la elección maniquea del escritor frente a la organicidad que creció frente a sus ojos y no fue capaz de ver. Ian Reid, evidentemente quiere ser fiel a su maqueta estructurada previamente, más que a dejarse conducir por el propio flujo y las voces y acciones de sus personajes.
La protagonista, novia de Jake (sin nombre en la novela), aunque con una voz en ocasiones demasiado insistente, vuelve al lector partícipe y hace que uno busque desesperadamente llegar al final. No tiene otros nombres, como ha sido tan necesario en Kaufman últimamente. El problema de quién es quién, vuelve a acosarlo. Lo difícil de la novela consiste en llegar al final. (spoiler) El peor de los clichés se apodera y, como dice Charlie Kaufman en voz de su personaje homónimo en Adaptation: la única idea más sobreutilizada después de los asesinos seriales son las personalidades múltiples. Yo agregaría: todo fue un sueño/todo fue imaginado.
Por fortuna, Kauman no ha buscado ser fiel (jamás lo ha sido) a la novela. No habría adaptación, en todo caso. El tercer acto de la película es infinitamente distinto a la novela y, alá, la solución es más placentera. Sin embargo, no sabemos si es Kaufmaniana del todo, y eso nos hace pensar en dejarlo.
A diferencia de sus películas anteriores como director, Kaufman explora con nuevos puntos de vista y en general la puesta en cámara. En momentos acertado, en otros no tanto. Y si bien ha privilegiado, una vez más, la narración superpuesta (voice over), afortunadamente no estamos ante el hombre desesperado que sufre (Being John Malkovich, Human nature, Adaptation, Eternal sunshine…, Synecdoche, New York, Anomalisa) y que buscaba compasión. Afortunadamente, Kaufman ha dado nombre a la protagonista sin nombre, y le ha pues a Louise, Lucia, Louisa. Una vez (spoiler) que Luisa entra a la preparatoria, Kaufman se desprende del todo de la novela y empieza el propio Kaufman. Y de tanta libertad, se queda perdido en los pasillos de esa misma preparatoria.
Justo el gran problema de la última película de Kaufman es no haberse limitado. Kaufman reinterpreta y reescribe el famoso último acto (el mismo que le advierte el ficticio McKee en la película Adaptation) para volver al escenario alegórico que a su vez lo devuelve como autor consecuente de las recurrencias a su primer escenario, el de Being John Malkovich y a la obsesión dela baile ya no como expresión corporal, sino como metáfora del baile al servicio del pensamiento. Y es por eso que estoy pensando en dejar a Kaufman: seguirlo es como acompañar a una persona indecisa a través de un bosque en invierno, sin herramientas o instrumentación necesaria para sobrevivir. Kaufman quiere que el espectador muera con él, congelado.
Afortunadamente, hay rasgos Kaufamnianos que aún persistieron y que logran dar un poco de esperanza para no dejar a Kaufman del todo. Las mutaciones de los padres, por ejemplo, que van de viejos a jóvenes; la búsqueda formal, con una relación de aspecto 4:3 que hace más humana la historia y una fotografía impecable de Lukasz Zal (Cold war, Ida). Y, ante todo, una magistral dirección actoral que, como en todas sus películas, logra alcanzar. Si algo es siempre permanente en el universo Kaufmaniano es que los personajes no son hermosos ni asertivos, sino errantes, feos y con cabezas demasiado grandes para sus cuerpos. Y por ser tan fiel a su cercanía con la vida real y su lejanía con Hollywood, es que es muy probable que siga con Kaufman, aunque todo el tiempo haya pensado en dejarlo.
TAMBIÉN LEE