Es curioso cómo en el contexto actual, en que los cárteles de la droga han dejado de ser vistos como algo lejano, casi de fantasía, sus esbirros puedan sentirse orgullosos de lo que son a sabiendas de que no son más que vulgares delincuentes.
Con las redes sociales llegó la expansión del ego, del culto al yo, donde cada quien muestra de sí mismo sólo lo que quiere mostrar a fin de resultar admirado, interesante, refinado o revolucionario, según la personalidad de cada quien. En contraste, hasta hace algún tiempo quienes se dedicaban a labores de la delincuencia organizada preferían mantener un perfil bajo, ser vistos lo menos posible y no ser reconocidos a menos que fuera inevitable. Ese bajo perfil hizo que capos de la vieja guardia duraran tanto tiempo en activo. Pero ahora, en que, como lo digo, el culto a la personalidad es un vicio contemporáneo, los pequeños esbirros saltan a las pantallas de las computadoras o los celulares y se muestran sin pena alguna, sin recato alguno.
Lo anterior se debe a que hace algunos días, en Blog del Narco, que es como un combo de Alarma!, Vanidades y Caras para los interesados en temas de delincuencia organizada, se publicó un artículo titulado “100 fotos, Somos sicarios y no nos da miedo mostrar nuestra cara para que vean puro Cartel del Golfo”. Al parecer un cártel filtró 100 imágenes de sus empleados con todo el riesgo que ello implica.
Sabemos que mucho del material que se publica en esa página es hecho llegar por las propias organizaciones delictivas a fin de mandarse mensajes entre sí, y por ello ahí podemos atestiguar el grado de descomposición social a que hemos llegado, por lo cual resulta intrigante la publicación que les comentaba.
Siendo el cártel más antiguo de México saben el costo de la exhibición, tan es así que han procurado mantenerse sin una cabeza visible, y eso hace que resulte aún más rara esa muestra de exhibicionismo, casi de denuncia de sus propios testaferros. Imagine usted lo que organizaciones rivales aprovecharían las fotografías de esos matones, es sentenciarlos directamente. ¿Y si todos ellos ya están muertos? Asusta pensarlo.
Ahora bien, en un país que de por sí ya se ha convertido en un sembradío de cadáveres, donde las cifras de desaparecidos son escalofriantes, donde a diario hay notas de ejecuciones y tiroteos, la falta de valores, más que de oportunidades, hace que el sector juvenil sea el más propenso a enrolarse en el crimen organizado, pues esa falta de valores hace que se idealicen los modelos erróneos y se vea el heroísmo en la gente equivocada, y no es que el rezago económico no sea un factor en este escenario, pero hay que admitir que ni todos los pobres se meten al narco ni todos los narcos tienen un origen humilde.
No, es la falta de principios lo que hace que los adolescentes sean reclutados tan fácilmente y basta ver esas fotografías: todos jóvenes de entre 15 y 25 años, hombres y mujeres, orgullosos de las armas que portan, de las fornituras, los radios de comunicación, las camionetas en que se desplazan, la droga con la que evaden el golpe moral que sería reconocer la calidad de sus acciones, reconocer lo que son.
¿Será que de verdad estos jóvenes piensan que algún día serán capos como El Chapo o mafiosos de ficción como Tony Montana?, ¿no saben nada del negocio a pesar de estar dentro?, y es que al ver esas fotografías en las que abundan los rostros de realización personal y orgullo pareciera que ignoran las estadísticas que indican que la vida útil de un sicario, cuando mucho, es de cinco años, pues cae abatido por el gobierno, es ejecutado por un grupo rival o en el mejor de los casos es aprehendido, y que lo que ganan no es como para erigir un imperio ya que si de las ganancias de cualquier cártel descontamos lo que se paga a funcionarios de diferentes niveles y policías corruptos, operadores de distinto rango y actividades, armas, mantener campamentos de entrenamiento, casa de seguridad y diferentes conceptos, en realidad a esos jóvenes les tocan las migajas, les pagan con la fantasía de que son mafiosos.
Al ver esas fotografías no voy a negar la sensación de desesperanza que tuve, porque yo a la edad de esos chavos estaba en la escuela, tenía novias, de repente me emborrachaba y a lo mejor me agarraba a madrazos con alguien pero hasta ahí, y ellos andan levantando, extorsionando y ejecutando gente, sembrando más cadáveres y posiblemente terminen igual: con cinta en las manos y la cara, con el tiro de gracia, desmembrados o desintegrados o en una de tantas fosas que hay por todo México.