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Expediente Vegetal 19: ¿A qué edad podemos escribir como viejos sin molestar a alguien?

Este será un Expediente breve. En seis partes muy cortas y empieza así:

PARTE UNO

Ciertos Expedientes Vegetales provocan en algunos de mis amigos y lectores reacciones vinculadas a la hipótesis de ser (yo) un sujeto no sólo “preso entre las redes de un poema”, sino de la depresión, el bajón, la tristeza. Creo tienen la idea de que el ánimo generador de mis apuntes sobre personas ubicadas en el área de frutas y verduras (vejetes pues) es la queja por sí misma.

Pero yo vengo manejando otros datos y de eso versará este Expediente.

De entrada, no ando lamentando, ni romantizando ni celebrando ni promoviendo mi condición de “adulto en plenitud” ni la de otras personas, pero sí -lo confieso- intento restarle estupor a esta fase de vida. Ser parte del club de vejetes es un asunto de pura suerte porque, al final, la frase de uno de los hermanos Marx es la neta del planeta: “Si sigues cumpliendo años, terminarás por morirte”.

Pero bueno ¿quién es uno para andar incomodándose con las reacciones que un texto genera en los lectores? Eso, generar opiniones, es la muestra prístina de la independencia con la cual los artículos, crónicas o ensayos adquieren vida propia. Incomodarse por las reacciones de los lectores con algunos textos soltados a su suerte es no entender “la naturaleza de lo público”. Para evitar que los autores de un texto se incomoden por las reacciones que sus palabras suscitan, hay una solución: si no quieren ser criticados por sus opiniones, propuestas e intimidades… pues no las hagan públicas. Así de fácil.

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Pasa de todo una vez liberado el texto. Uno siente rete bonito con los generosos comentarios de algunas personas. Lo mismo ocurre con los lectores pudorosos, quienes mandan por inbox o whataspp sus lindos puntos de vista y claro, también menudean opiniones en contra. No a todos les gustan nuestros deslices discursivos.

El objetivo básico de los Expedientes Vegetales es hablar desde la condición de vida en donde radico desde hace algunos años. Lo mismo hice cuando era un joven guapo y poderoso: escribía como joven guapo y poderoso; luego escribí como hombrecillo maduro y feble y ahora… pues como vejete. Jamás he sido capaz de crear mundos fantásticos ni tramas elaboradas. El tema de mis ocurrencias -para entendernos y ser serios- es mi vida. De ahí no paso pues. Soy nomás un escribidor.

PARTE DOS

Escribir desde el departamento de verduras y hortalizas no sólo fue un asunto administrativo (a los sesenta años) sino de crudas realidades aplicadas de manera empírica en algún tramo del sexto piso. Me refiero al clásico viejazo.

Ocurrió cuando entendí -luego de más de casi dos años de sutiles y educados desdenes- que la indiferencia de Usnavy, mi mujer de maduros cincuenta y tres años, no era sólo la carga de trabajo en su área de trabajo, ni que el tiempo “apenas le alcanzaba” y que su vida no giraba en torno a mí. No, no era eso, sino el momento de hacer los deslindes tan de moda en la actualidad: le empecé a valer madres y me aplicó la más extrema de las medidas para mandarme a la verdolaga: el ghosting.

¡Ay, no, eso está bien feo!

Cuando mi súper amiga Miri (fresquísimos cincuenta y siete años) me explicó ese terminajo me quedé como siempre me he quedado cuando no le entiendo al instructivo para armar una mesa: perplejo. La Miranda (o sea, Miri) me explicó con detalle y profundidad los alcances de ese vocablo con sus bochornosas consecuencias y, para que amarrara su disertación, deslizó un sibilino comentario: “En una de esas, la Usnavy ya anda con algún garañón de cuarenta años”. Fue el momento exacto en que me dije “no, pos ora sí ya di el viejazo, me cae”.

Usnavy, morena, de pelo ensortijado, cintura breve, con 1.75 de estatura, una maestría en literatura comparada avalada por la Universidad Estatal de Moscú, una grupa portentosa y fan irredenta de la fuerza naval gabacha (de ahí su agraciado nombre), simplemente me ghosteó y se fue con su música, cuerpecito y credenciales académicas a otra parte. Cuando le pregunté por whatsapp si podía darme una explicación, fue breve: “Me aburres bien cabrón ¿es suficiente?”.

La mera verdad sí sentí feo porque la amaba … bueno, la sigo amando… es más, creo la amaré por siempre, carajo.

Así fueron las cosas… pero no se alarmen, luego de cierta edad, las tragedias son menos trágicas y uno sale airoso de experiencias que, treinta años atrás, hubiesen sido devastadoras. Dejemos el tema amoroso para otra ocasión.

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PARTE TRES

La cultura, pero sobre todo las teorías más avanzadas en la ciencia gerontológica y la paremiología (“viejos los cerros y aun así reverdecen”, por ejemplo) pero sobre todo la tradición de los cuidados a los vegetales, prescriben que todo viejo o vieja digno de ese apelativo debe permanecer, en teoría, activo, atento, feliz y dándole de comer a las palomas en una plaza, pero en la práctica se le obliga, de la manera más atenta y amorosa, a mantener un perfil bajo… y si es bajísimo, mejor.

Hace unos tres días leí una entrevista a un geriatra ilustre y muy respetado en España: José Manuel Ribera, de ochenta y cuatro años y bien simpático: “Te jubilas un martes y el miércoles ya no te conocen. Personas que antes te saludaban con entusiasmo, ahora apenas te ven”. La entrevista salió en el periódico La Vanguardia y les dejo aquí el link.

O sea, “se normaliza” que el vejete deje de figurar. Mi temeraria afirmación la baso únicamente en el universo al cual tengo acceso: mis amigos lectores agrupados en mi feisbuc. O sea, no pretendo sentar jurisprudencia ni un precedente sociológico, pero sí rechazo la tradición a la que todo vejete respetable es sometido de manera amable, afectuosa: “ya deja de decir pendejadas y compórtate como lo que eres, dignifica tu triste estampa y cállate”.

Si alguien un día amanece y se percata de ser un viejo, los usos y costumbres recomiendan el prudente retiro a los cuarteles de invierno… y eso no lo acepto. Veamos: ¿por qué cuando era un escribidor joven nadie se incomodaba de mis salidas de tono e irreverencias? Hasta me las celebraban, pero hablar desde la viejetud y de la viejetud parece una cosa de mal gusto, ¿verdá? Pues “perdónenme pero discúlpenme”: no puedo hablar de otra cosa. Mi vidita pitera -como lo expuse en la Parte Uno de este artículo- es la materia prima de mis escritos y hasta creo estos Expedientes le resultan divertidos a muchos vejetes y no vejetes.

No está chido hacerse viejo, pero serlo tiene sus parcelas de pequeña felicidad intransferible (otro día abundaré en ello). En el entorno social donde transcurro, veo a los jóvenes de sesenta sacados de onda, sin saber cómo se debe actuar en un ecosistema nuevo y creyendo que es broma que están viejos.

Otros empiezan a entender que si antes todos querían ser sus amigos, se reían de sus chistes pedorros y el teléfono no paraba de sonar para invitarlo a desayunar o ser padrino de algunos escuincles, NO era porque fueran importantes por sí mismos, sino por el cargo que regenteaban. De este tipo de ingenuos hay miles cada año. Se les puede ver desayunando en McDonald´s los fines de semana. Los desayunos ahí están sabrosos. Se los recomiendo. Son ligeros, económicos, aptos para vegetales.

PARTE CUATRO

Me informan que de los setenta en adelante (ya les estaré dando cuenta) una significativa mayoría empieza a enfermarse, a quedarse más sola, a victimizarse y a morirse. Esto último es la opción más demandada y las agencias funerarias u hornos crematorios están en permanente repunte de ventas de sus servicios.

De los ochenta en adelante tengo pocos amigos pero, curiosamente, son los más alivianados, los menos quejicas. Una de esas amiguitas me dijo, cuando pregunté por los motivos de su buen ánimo a los ochenta y tres, me dijo, con esa sabiduría sólo asequible a las brujas (en este caso, ella es doctora): “pues ya qué hago, mejor me la paso bien”.

Cuando estaba por mandar este texto a la Revista Revés, un amigo vegetal de viaje por la gran manzana, me mandó un artículo, pero salió en El País y ya se la saben: no pain, no gain. El País no da nada gratis, pero si les interesa y como un servicio a mis lectores, se los puedo enviar en el formato copy/paste a su inbox, e-mail o whatsapp. El artículo se llama “Su soledad es nuestro negocio: así es la industria multimillonaria del aislamiento social”.

PARTE CINCO

¿Cómo terminaré siendo si la vida me da crédito otros quince años? Ni idea. Espero seguir con buen humor hasta donde los padecimientos me lo permitan.

Creo en los milagros porque los veo encarnados en Laurencio, un vilipendiado vejete que a sus rotundos setenta y cinco tuvo la fortuna de encontrar a Norma, una gacela de treinta y siete. Todos le dicen que sólo anda con él por interés y es una lagartona, pero Lawrence (así le decimos de cariño) lo sabe y más: llegaron a un acuerdo y si ella cumple su parte del trato, terminará con un departamento y una casa a su nombre cuando el vegetal caduque (y, según los galenos, no le falta mucho).

El beneficio de la herencia estuvo al alcance de sus pillastres, pero estos canijos ni se molestaban en visitar al papá. Creyeron que por ser hijos heredarían los bienes inmuebles nomás por existir, pero no. Esto se trata de negocios solidarios, como las estancias de adultos mayores, pero en un esquema de operaciones más apegado a la realidad, moralmente intachable y con réditos tangibles al mediano plazo. Ese esquema rinde más que los Cetes, para que me entiendan.

Los tiempos han cambiado y si me preguntan les digo: la Normis se merece los bienes inmuebles. De hecho, la suya debería ser una actividad reconocida socialmente y regulada por alguna institución decente y responsable, pero esas características reducen las opciones a cero y es mejor que sea a través de acuerdos interpersonales. Esto vale para los hombres que hacen la misma labor solidaria, interesada y noble con sus contrapartes femeninas.

FINAL: PARTE SEIS

Los Expedientes Vegetales son una rebeldía ingenua y de escasa repercusión social. No se pongan punketos. No son leídos por más de sesenta personas y casi todos son mis amigos o conocidos en la vida real. Ese fue el tema del Expediente Vegetal 18: la esencia de ese texto no era la queja, era el realismo feliz de saber que tengo alrededor de sesenta lectores (o cuarenta; ya no me acuerdo) y con esos me basta… aunque si salen más no tengo problema.

No me parece adecuado entrar en retiros obligados sólo por ser una hortaliza en liquidación. Ese retiro obligado no va conmigo. Por último: son muchos los retiros voluntarios; yo me he hecho cargo de varios y los disfruto.

Y ya.

Eso fue todo por hoy. Los dejo descansar.

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