Con Víctor Rodríguez nos conocimos en los noventa del siglo pasado. Él era reportero en un periódico que fue muy importante por un breve lapso (Cambio de Michoacán) y yo andaba metido en asuntos de tipo literario. Ya saben: presentaciones de libros, conferencias y asuntos de ese tipo.
Al Víctor tal vez lo recuerden por su paso en oficinas periodísticas en el área de la cultura. Él era el machín de la sección cultural cuando La Voz de Michoacán vivió su mejor momento en materia de difusión de esos quehaceres.
Cada quien tendrá su acontecimiento o anécdota relevante de esa etapa. Para mí fue cuando se configuró un suplemento llamado “La Red”, cuya misión fue cubrir el Mundial de Francia 98 y aglutinó un montón de plumas, alas y graznidos de calidad. Les doy algunos nombres —aunque éstos, para la frágil memoria, poco signifiquen en los tiempos actuales: Mauricio Lira en primerísimo lugar. Tania Ruiz, Jazzmine Aburto, Manuel Quintans, Sergio Monreal, Vicente Tapia, Netza Ávalos, Alex Zamora, Juan García Tapia, Gustavo Tovar Arroyo, el recordado Arnulfo Martínez (Labrocha), Gustavo Ogarrio… toda esa banda bajo la férula y augusta mirada de Víctor Rodríguez en la sección cultural de La Voz de Michoacán).
Esa fue una etapa significativa en el periodismo local cuya memoria, como todo en esta región del bajío, se perderá.
A La Voz le pasó lo mismo que a la mayoría de los diarios de papel en el mundo: no supieron leer los tiempos que se venían y devinieron en cualquier cosa… cuando pudieron ser la gran cosa a escala regional.
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Con el burgués compromiso de conseguir la chuleta, Víctor hizo la tarea de todo ciudadano normal. No sólo pasó su vida en redacciones de periódicos. También la roló como burócrata en el Instituto Electoral de Michoacán; fue profesor en la Universidad Latina de América; colabora con entrevistas a personajes del mundo cultural en La Voz y, recientemente, se desempeña —en la modalidad de freelancer— como comunicólogo, diseñador, editor y periodista cultural. Ustedes comuníquense con él y él acude a donde se requieran sus servicios.
La amistad con Víctor no ha sido ajena a las tensiones y los desencuentros. Sobre todo por la rispidez social generada por las preferencias partidistas (polarizadas adrede) y el daño que les hicieron a tantos afectos en los años recientes. A la fecha, me resulta difícil aceptar que amistades y hermandades se hayan terminado o lesionado por asuntos tan pestilentes y vulgares como las preferencias electorales, pero ocurrió.
Este tema, el de los distanciamientos, Víctor lo aborda en alguna parte de la entrevista; de hecho, todos los vegetales entrevistados se dieron tiempo de tocarlo aunque fuese tangencialmente. La selección de compañeros de viaje es algo normalizado en casi cualquier etapa de la vida, pero adquiere una importancia especial en la tercera edad. En ese tramo, la calidad de las relaciones resulta esencial
Al final, con Víctor logramos zanjar ese diferendo y las cosas se compusieron. Mis amigos pueden ser guadalupanos, priistas, jacobinos, ateos, morenos, panistas, marxistas, budistas… lo que quieran.
La amistad debería estar por encima de las convicciones o necedades políticas… y creo que la necedad y esa macana de “tener convicciones” son lo mismo.
Cuando lo conocí era un mocetón de menos de treinta años; hoy está a punto de convertirse en un joven vegetal de sesenta… y se nota: muy claro en sus conceptos, muy definidor, muy entusiasta, muy positivo y propositivo; como todo jovencillo de sesenta años.
La juventud senil (ya lo verán) es también un divino tesoro.
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Como les comenté cuando se iniciaron estas entrevistas pachiches, la idea era poner a tres vegetales mujeres y tres hortalizas hombres, pero los machines son rete rejegos a la hora de hablar desde la condición de vejetes porque ninguno se siente vejete. Al final decidí que, si conseguía al menos a un joven de sesenta años, el cierre sería interesante y sólo había dos candidatos: mi hermano Fer y Víctor. Ambos a punto de cumplir seis décadas.
A mi hermano lo descarté por un claro conflicto de intereses y para evitar caer en el nepotismo. Me quedó Víctor. ¿Aceptaría?
Pues ya ven: aceptó.
Acordamos vernos en un café en la Plaza Morelia. Concretamente en uno insertado a la entrada de “La Comer”. Se llama Xpressa. Un lugar donde se expende un café de alto nivel y nada económico, pero, seamos sinceros: si alguien quiere un buen café, los oferentes en esta ciudad son pocos.
Uno de ellos es Xpressa, en donde tienen el detalle de poner, en un platito adjunto, dos panecillos bien sabrosos para acompañar la infusión.
En fin, a Víctor no le molesta cumplir sesenta porque aún no los cumple y uno cumple años el día de su cumpleaños. No antes. Por eso a la pregunta que le hice para abrir el tema (“¿te preocupa llegar a los sesenta?”) fue como darle “enter” y se puso en “modo monólogo”.
Les dejo sus palabras.
Sostiene Víctor:
Hasta este momento no me causa ninguna angustia cumplir seis décadas. Tampoco me provoca felicidad. Llegar a los sesenta, en las condiciones en que lo estoy haciendo, me satisface.
En mí se está dando una circunstancia que me da ánimos: la inminencia de mi jubilación luego de más de cuarenta años de trabajar por la sobrevivencia. Visto así ¡qué bueno que cumpliré sesenta! Eso me permite pensar seriamente en empezar una nueva vida. Pensar en que no “tengo que” volver a trabajar por obligación me genera diferentes reflexiones, pero llego con expectativas, cortes de caja, ilusiones, anhelos.
Tengo tres buenas amigas y amigos que pasan de los setenta. Con ellas y ellos he ido aprendiendo muchas cosas sobre el paso del tiempo y al recordarles me viene a la mente el tema de la edad… y eso me lleva a recordar a mi madre.
Ella murió hace cuatro años y atenderla —junto con mis hermanos— fue el punto de partida de reflexiones en torno a lo jodido que es estar viejo y desvalido. Mi mamá estuvo, los últimos cinco años de su vida, postrada en cama. Eso no es vivir y ella era consciente de ello. Dos veces me dijo “Víctor, ya me quiero ir” e incluso pensé en qué podía hacer yo para paliar su sufrimiento. Mi madre estaba agotada y lo externaba. Por fortuna no padeció de dolores graves. Aun así, fue una NO vida, pero con mis hermanos le dimos las condiciones que estaban a nuestro alcance para que sobrellevara esa situación de la manera más digna posible. La dependencia es triste.
El cuidado a los adultos mayores espero que termine siendo una prioridad de Estado porque el interés público ya lo tiene. Pienso en mi hermana, quien se echó en la espalda la parte más pesada del cuidado de nuestra madre. Sacrificó su trabajo y se puso a cuidarla. La práctica del cuidado a los otros es esencial. Quienes hacen esa labor merecen todo nuestro respeto y admiración.
Ese tema, el de los cuidados, si me atemoriza un poco ¿Quién va a cuidar de mí? Pues bien, no tengo problema en considerar, desde ahora, la opción de ingresar en una estancia de adultos mayores.
Mi mamá vivió ochenta y tres años. Eso me hace suponer que probablemente yo viviré hasta esa edad. Tengo sesenta… en ese escenario hipotético, viviré otros veintitrés y de inmediato pienso que es muy poco tiempo… o quizá mucho, pero no estoy atemorizado ni muy feliz. No tuve hijos y como no tuve esa responsabilidad, eso me permite poner más atención en mí. Poner atención en mi vida.
Me siento privilegiado de llegar a esta edad tal como estoy. He pasado por múltiples renuncias y pérdidas, por cambios muy radicales en relación a “los otros”. Muchos de los cambios recientes se relacionan con la pandemia, pero también por asuntos políticos como la polarización que se generó en el país. En mi caso he visto, en los últimos años, cómo algunas buenas amistades se me han roto por ese tipo de temas.
La pandemia, además, definió una nueva forma de relacionarnos. Ahora vivimos más alejados uno de otros. A veces recuerdo la frase de García Márquez. La que dice que la soledad es un pacto honrado con la soledad. Yo lo creo. Es esencial aprender a estar solo y que ese “estar solo” no sea algo impuesto. También he sufrido un vacío en términos sentimentales, pero sé lo difícil que resulta establecer relaciones duraderas en estos tiempos.
Vivir solo me ha llevado a aprender a disfrutar lo que tengo y no me cuesta trabajo dejar de lado los vínculos que no son correspondidos. Ante la inminencia de la sexta década, ya no tengo problema para dejar atrás relaciones a las cuales no les encuentro sentido o carecen de reciprocidad. Eso lo tengo muy claro.
Uno de los primeros síntomas de esta nueva etapa es eso: cada vez me cuesta menos trabajo tomar decisiones difíciles o radicales. Si algo no funciona, lo dejo de lado. No me voy a detener. Soy alguien que goza de buena salud, con curiosidad. Ni me faltan ni me sobran cosas. Tengo claro que esos veintitrés años que hipotéticamente me quedan, los debo vivir a tope y en ese lapso ir construyendo una serenidad que necesito y mirarme desde una quietud que me merezco. He tomado decisiones que me han convertido en lo que ahora soy y no me arrepiento de nada.
Con “mis buenas amistades” hemos establecido un pacto (a veces expresado; a veces tácito) y que, en mi caso, implica ser lo más atento que sea posible con los otros.
Tengo amigos de diferentes edades, pero pocos de mi edad. En general son un poco más jóvenes y luego están los que andan cerca o en pleno séptimo piso. Circular entre generaciones enriquece mucho la vida.
Para mi es un pequeño misterio saber qué voy a hacer con tanto tiempo disponible cuando me jubile. Por mucho que he estado atento a las experiencias de amigos ya jubilados, no parece algo sencillo, aunque sí creo que “ocuparme” en algo es un acto de voluntad.
También me queda claro que jubilarse te aleja de ciertos entornos sociales, pero también es verdad que uno se aleja por decisión propia de esos entornos. Uno se empieza a excluir. Yo, cada vez me alejo más de círculos relacionados con la fiesta. La idea de andar en la calle muy tarde ya no me atrapa. Prefiero estar en mi casa y que una reunión sea, de preferencia, en la tarde para poder llegar a mi casa antes de las diez.
Cosas como las que mencioné me ubican como alguien no dispuesto a desgastarme tanto, como en el pasado. No me preocupa la pregunta sobre lo que haré con tanto tiempo libre. Como lo mencioné antes, soy una persona curiosa. Tengo dos perros y espero tener más, me gusta leer, ver series, escribir, cuidar mi casa, caminar por la ciudad, charlar con mis amigos… no está mal esa vida. Todo eso, espero seguir disfrutándolo en paz. Con mucha calma.
No pienso dejar el periodismo porque es parte de mi vida. El hecho de pensar en la próxima entrevista, documentarme sobre el tema a desarrollar con alguien, me motiva. Tengo fe en que mi vida de jubilado será feliz e interesante.
Por ahora tengo buen ánimo frente a lo que venga. Soy optimista. En este momento me resulta difícil pensar en la muerte o lo que será de mí cuando ya esté muy viejo. Soy una persona que sabe vivir sola. No me invade el desánimo. Soy una persona mayor, madura. Un hombre que no se permite cursilerías como decir que “la juventud es un estado de ánimo”.
Estoy en el momento justo para transitar a una etapa que me va a cambiar la vida y le dará sentido a mis últimos días o años.
Si llego a la edad de mi mamá, espero que esos años sean felices hasta donde ello sea posible.
Eso espero, a eso aspiro.