Egresado de la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana, Iván Sánchez es uno de los fotoperiodistas más activos en el estado. Su aguda visión es capaz de llevarnos a sentir que estamos en un concierto, que corremos para esquivar las balas en tierras áridas o que nos estamos burlando en la cara de un político dormido en el Congreso.
Nada escapa a su lente, ni una justa deportiva ni tragedias cotidianas que nadie quisiera ver, pero que ahí están, registradas por un observador social en toda la extensión de la palabra. Para continuar con nuestra serie sobre los mejores fotógrafos del México bravo, charlamos ampliamente con quien es conocido entre sus amigos como “El Morro”, aquel que por un tiempo, en complicidad con otros colegas, incendió las redes sociales gracias a la página de El Cazador Gráfico, dedicada a evidenciar las miserias de los políticos.
¿Cómo descubriste tu pasión por la fotografía?
Fue en la universidad, en el tercer año de la Licenciatura en Artes Visuales en la Escuela Popular de Bellas Artes, ahora Facultad Popular de Bellas Artes. Comencé con la fotografía análoga, utilizábamos rollos fotográficos de color y también de blanco y negro, los cuales se revelaban en minilab, lo que hacía que la expectativa fuera grande hasta el momento en que me entregaban las fotos. Con los compañeros que compartíamos el gusto por la fotografía salíamos a los alrededores de Morelia en busca de motivos, panteones, capillas antiguas, calles, baldíos, día de muertos, azoteas del centro de Morelia y lugares por el estilo, además de hacer retratos de las y los compañeros de la EPBA.
El plan de estudios de la licenciatura en ese entonces contemplaba la asignatura de Fotografía como optativa y solo se impartía durante el tercer año. Al ser una carrera nueva (mis compañeros y yo formamos parte de la primera generación), había muchas carencias, no había laboratorio fotográfico; tuve dos profesores de fotografía, uno con perfil artístico y otro de comunicador: Alejandro Delgado y Carlos Melgarejo, respectivamente. Las clases eran teóricas y prácticas, sobre todo teórica en lo que a comunicación se refería. Fue hasta el siguiente año, una vez terminado el primer edificio construido en CU ex profeso para la EPBA y sus 4 disciplinas artísticas, que finalmente tuvimos el espacio del laboratorio fotográfico.
Ese último año que estuve en la EPBA el fotógrafo Guillermo Wusterhaus estuvo al frente de la asignatura, felizmente pude tomar de nuevo la clase. Si bien el año anterior se estuvo gestando en mí ese gusto por la fotografía, fue en ese último año que la fotografía terminó de cautivarme. No sólo el aprender a manejar mi cámara análoga, también la apreciación del trabajo de otros fotógrafos; conocer y dominar la técnica de revelado e impresión fueron decisivas en mi gusto y pasión por el oficio.
Cuando asistes a fotografiar un concierto, ¿qué aspectos son los que más te interesa captar?
Me interesa captar la plasticidad de la imagen, es decir, captar una imagen que pueda causar placer estético en el observador. Eso lo puedo encontrar en el escenario o en el público, todo radica en observar. Hay producciones muy costosas y ambiciosas de las cuales puedes obtener muy buenas fotos, hay otras que son austeras, que incluso puedes obtener hasta mejores imágenes, todo dependerá del diseño escénico. Sin embargo, los músicos siempre serán el centro de atención.
¿Una foto de un político puede decir más que todas sus palabras?
Por supuesto. Los políticos en general no son percibidos con buenos ojos por los ciudadanos, existe un prejuicio bien ganado por la clase política; las acciones y decisiones que llevan a cabo en perjuicio del país sólo alimenta esa animadversión hacia ellos. Recuerdo una fotografía de José Antonio López, en 1995, cuando en San Lázaro la bancada priísta encabezada por el diputado Humberto Roque Villanueva celebró efusivamente el aumento de 10 a 15 por ciento del impuesto al valor agregado: ese gesto que hizo pasó a la historia como la “roqueseñal”.
Podemos ver muy buenas fotografías de políticos en diferentes medios impresos y digitales, desde los legisladores que se quedan dormidos hasta los excesos y la opulencia en que viven muchos políticos. También existen las famosas selfies o fotos que algún acompañante les toma, que sin querer, en ocasiones llegan a captar el momento preciso, el instante justo, en el que queda plasmada diáfanamente su personalidad y además lo hacen público en las redes sociales. Recuerdo aquella imagen de una senadora que andaba “iguaneando en la Romurosa”, cabe mencionar que antes de ser senadora fue funcionaria del gobierno del estado, por lo que fue muy fotografiada por El Cazador Gráfico, y no sólo ella, varios políticos y funcionarios los cuales fueron retratados de manera jocosa y con mucho humor negro.
¿Por qué puede llegar a ser tan fascinante el blanco y negro para un fotógrafo?
En el blanco y negro, sobre todo en el análogo, encontramos texturas que en el color no aparecen con la misma sensación visual. Actualmente las cámaras digitales tienen la opción de captar imágenes en blanco y negro, en las que se puede controlar el nivel de contraste y la nitidez. A mí en lo particular me gusta el alto contraste en el blanco y negro, como el que encuentro en las artes escénicas dentro de un teatro, acentúa el dramatismo. Me gusta la plasticidad que se logra, además exige un conocimiento amplio de la técnica. Los recursos técnicos bien encaminados dan resultados extraordinarios. También considero que el blanco y negro da una sensación de cierta melancolía, evoca otros tiempos.
¿Existe la censura hacia el fotoperiodismo en México?
Por supuesto, todos los días. Las redes sociales son la mejor vía para mostrar fotografías que los medios de comunicación al tener compromisos con la iniciativa privada, con instituciones políticas o con cualquiera de los tres niveles de gobierno no pueden publicar de manera libre.
Varios periódicos están despidiendo a sus fotógrafos profesionales para sustituirlos, literalmente, por un celular. ¿Qué futuro a corto plazo le ves a esta situación?
Considero que esta situación va a durar algunos años más; el “boom” por las fotografías tomadas con celular llegó para quedarse, por lo menos un buen rato. A partir del inicio del siglo XXI se ha hecho cada vez más “común y normal” la violencia, violencia generada por el mismo Estado o por el crimen organizado. En ocasiones ni siquiera se puede identificar quién es el perpetrador, si es uno u otro o ambos como sucede en Veracruz y con los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Para los medios de comunicación la sangre vende, no importa si las imágenes de video o fotografía sean tomadas por un profesional con una cámara adecuada o por alguien que no tiene ninguna noción de fotografía, lo que importa es vender. La premura por ser el medio con la foto exclusiva de ejecutados o hechos sangrientos, políticos en situaciones comprometedoras, acontecimientos meteorológicos que dejan muertos y damnificados o cualquier situación sensacionalista que cause revuelo mediático no importa como se documente el hecho, lo importante es tener la imagen.
Sin embargo, algunas situaciones de estas que son registradas gráficamente con teléfonos inteligentes tienen un valor como documento o un valor antropológico visual, por lo que tampoco se puede desdeñar totalmente a la fotografía hecha con celulares. Fuera del tema sensacionalista, el reportero gráfico cuenta historias gráficamente, historias más profundas, historias con temas diversos, con preocupaciones diferentes. Seguramente después de un tiempo, una vez que cumpla su clico el “boom”, los medios de comunicación recurrirán nuevamente a los profesionales de la lente.
¿Qué ha representado para ti cubrir hechos tan trágicos como los granadazos, o tensos como lo que ha sucedido en Tierra Caliente?
Cuando aconteció lo de los granadazos llevaba poco más de cuatro años laborando en La Jornada Michoacán, el primer medio para el cual he trabajado. La línea editorial no contemplaba la nota roja, sin embargo ya había hecho la cobertura de algunos hechos violentos como ejecutados, enfrentamientos entre maestros y el intento de desalojo de los mineros de Sicartsa en el puerto Lázaro Cárdenas. El hecho de los granadazos fue impactante para mí; fue una escena de sangre, dolor, desesperación y miedo. Por un momento no sabía si auxiliar a alguien o tomar fotos. No estaba cubriendo un accidente carretero, un terremoto o un incendio, estaba siendo testigo de un ataque premeditado contra los ciudadanos, busqué algún conocido o familiar entre los heridos y los fallecidos, no encontré a ninguno. Me preguntaba qué pudo llevar a alguien a cometer un atentado de esa manera.
Después de eso podía pasar cualquier cosa en Michoacán, y así fue. Finalmente han sido hechos históricos; los reporteros gráficos y escritos documentamos esos hechos que van conformando la historia de nuestro estado.
Y sin embargo, Michoacán parece una tierra fascinante para cualquier fotógrafo, ¿no?
Bastante creo yo, desde la variedad de los paisajes o climas como los lagos, la presa de Infiernillo, la Sierra Costa, la Meseta Purépecha, el volcán Paricutín o Tlalpujahua, pasando por los movimientos sociales como la CNTE, los normalistas, Cherán, entre otros. Hasta las variadas manifestaciones de cultura popular a lo largo y ancho del estado como el Día de Muertos en la ribera del lago de Pátzcuaro o la representación de la Pasión de Cristo en Tzintzuntzan, sin dejar de lado los festivales, por ejemplo el de Música de Morelia y el de Órgano, el Festival Internacional de Cine de Morelia o el de Video Indígena, o el de la Cerveza, o cualquiera que te imagines. Hay mucha tela de donde cortar para hacer fotografía en Michoacán.
¿Y hablando de cine, por qué algunos cineastas serán tan mamones para dejarse tomar una foto?
Casi todos los cineastas se sienten tocados por un dios, ergo, son mamones.
¿Qué concierto te gustaría cubrir?
Obvio me gustaría cubrir conciertos de músicos de mi agrado o por lo menos no de banda. El último concierto al que asistí y tomé fotografías fue a la presentación de Los Capoteños de Turicato y Los Cojolites del estado de Veracruz, fue singular y muy agradable. A pesar de que fue un público reducido en contraste con los conciertos de música pop, la gente de edades muy variadas, emocionadas disfrutaban de la música. Zapateaban alegres en parejas hombre-mujer o mujer-mujer; cantaban y solicitaban alguna pieza musical a los artistas, quienes prestos la tocaban si la tenían en su repertorio. Había personas que pasaban por ahí de casualidad y se quedaban a contemplar el espectáculo. La música invitaba a quedarse para disfrutar placenteramente aquella exhibición de colores sonoros y festivos. Creo que me gustaría cubrir todos los conciertos que me hagan disfrutar aun más mi trabajo como fotógrafo.