Por Gonzalo Trinidad Valtierra
Al caer la noche y bajo el resguardo de las musas del Teatro Juárez, fue proyectado el largometraje inaugural Heli, del director y guionista Amat Escalante, quien fue galardonado recientemente como mejor director en Cannes por esta cinta.
El GIFF apuesta por una película que explora la violencia que ha dejado regiones inhóspitas en México, muertos, colgados y gente desmembrada a manos de grupos que actúan con total impunidad. Es un vistazo a la vida, triste pero cotidiana, de miles de personas. Pero lo hace de manera inteligente, en el interior de jóvenes compungidos que tienen que sobrevivir, de alguna forma, a tanta violencia, a veces siendo parte de ella, lo cual recuerda la apuesta de este festival de cine cuando películas como Miss Bala también han sido teloneras del evento.
Amat Escalante explora la muerte como una espera interminable. Porque los parajes retratados por Lorenzo Hagerman, director de fotografía, recuerdan los espacios silenciosos cómplices de la muerte, que Rulfo retrató con su cámara. Las imágenes de Heli están compuestas de grandes extensiones de cielos azules y jirones de nubes blancas que crean silencio visual. Que enmarcan la destrucción de una familia. En el fondo, Heli es una película optimista, pues la vida continúa. Es una metáfora del horror y la esperanza, aunque sea difícil tenerla en un país tan desolado.
Cuando la realidad se vuelve insoportable de tanta muerte y miseria, el pensamiento se desmorona. Entonces lo irracional, lo impensable, lo inasible, se vuelven moneda corriente. Y el cine propone nuevas formas para creer en el mundo. Nuevos símbolos. El horror y la destrucción son ineludibles, ya sea un terremoto o una lluvia de plomo, no hay forma de escapar. Pero la vida resiste, y en ello hay un conato de esperanza.