El primer mundo goza de una perenne fama. El imaginario nos susurra al oído que en el primer mundo no hay desempleo, no hay inseguridad y en general se vive una mejor vida. España, Alemania, Suecia o cualquiera de los países europeos goza de esta fama.
Esta fama, empero, existe entre aquellos que no leen los diarios, miran las noticias internacionales o conocen a alguien que conoce a alguien que ha vivido en Lisboa, Madrid o Atenas en los últimos años.
Europa nunca ha sido pulida con el mismo trapo pero sí ha sido barrida con la misma escoba. Algunos países como Alemania resistieron el embate llamado «euro» y otros, como España o Grecia, lo siguen padeciendo de una u otra forma. El precio de ser «comunidad europea» y de concebirse europeos, sigue siendo alto. En Madrid, como en muchas ciudades de España, hay desempleo. Y el desempleo, cuando sirve de pan para el emparedado hecho de mala o nula educación y familia rota (papá y mamá divorciados), tiene como resultado un efecto triste, catastrófico o trágico.
Aún así, Jaime Rosales (Barcelona, 1970) consigue en su cuarto largometraje Hermosa juventud, deshilachar lenta y sociopáticamente el tejido social español de la clase baja y hacernos seguir la historia de Natalia, una joven de acaso 20 o algo años que es novia de Carlos, probablemente de la misma edad, quienes no trabajan y viven «al día».
La llegada de un bebé cambia el rumbo del barco que no tenía rumbo y lleva a una inevitable deriva, que se aletargará en un montaje lento pero necesario, con cámaras sostenidas al hombro como quienes sostienen el peso en la espalda y comienzan a temblar, acercándose precautoriamente pero guardando una distancia tal vez moral, pero también maquiavélica.
Rosales, a diferencia de su gran obra La Soledad (2009), no juega con el espacio quebrado como inevitable acercamiento a (una vez más) el tema de la familia rota, sin embargo inserta un par de paréntesis en los que vemos un montaje atinado de cómo la vida se resume a través de las fotografías tomadas con un teléfono móvil. Natalia, triste heroína que al parecer encontrará su esperanza en la Berlín del siglo XXI, se convierte en la madre que fue su madre: lejana al marido, viviendo de lo poco que deja vivir un país (o un continente) que tiene que regirse por las reglas del mercado y lejos de la dignidad.