«Comed, bebed y divertíos,
porque mañana moriremos”
2 Nefi 28:7–8
Por Chava Munguía
Hace poco leí una estadística sobre los alcoholímetros: debajo de los ingenieros, los abogados eran los más detenidos en la nefasta prueba. Eso tiene mucho sentido, los ingenieros son borrachos por la ausencia de mujeres en las aulas, las pocas mujeres que hay son demasiado machos, los ingenieros son estudiantes reprimidos, la falta de hembras los vuelve tristes y no les queda de otra que ampararse en el trago, una vez que concluyen la escuela se casan con la mujer más fea de la colonia. La vida de los ingenieros es trágica, beben creyendo que el destino será menos miserable.
En lo que respecta a los abogados, ellos beben desde el primer día de clases, son estudiantes corrientes, comunes y salvajes, beben cuando aprueban un examen, lo hacen cuando reprueban, beben por el día de la virgen, por el día de la madre, pero sobre todo, beben por el futuro degenerado, corrupto y ordinario al que se enfrentarán. Llevan una vida laboral turbia, inmoral, peligrosa. Imposible cambiar el rumbo.
No comencé bebiendo en la facultad de derecho como se pudiera haber previsto. Lo hice un poco antes, una vez que tuve la mayoría de edad. Si antes no lo hice fue porque alguna vez soñé convertirme en futbolista profesional. Vaya pérdida de tiempo. Paradojas de la vida, fue ahí, entre aspirantes a futbolistas profesionales mis primeras borracheras. Si nunca llegué a debutar y ganar miles de pesos fue porque en las aburridas concentraciones el tiempo pasaba lento, o dominabas el balón el día entero, o veías pornografía el resto de la tarde, o bien, bebías ron o tequila, varios preferimos la tercera opción, los que nunca debutamos, por cierto.
Hasta la fecha, no comprendo cómo el deporte y algunos hermosos vicios no han podido mantener una cordial empatía. ¿A quién se le ocurrió inventar que los deportistas son un ejemplo para la sociedad? Está comprobado que Lance Armstrong no ha sido ni será el único que ha usado sustancias prohibidas durante las ediciones del Tour de Francia, ni tampoco Diego Armando Maradona será el único que haya usado cocaína, y mucho menos que el golfista –literal- Tiger Woods se haya acostado con una docena de mujeres. Los tres han sido por mucho los mejores en sus ramos, pero no son personajes ejemplares como tampoco seres de otro planeta, insisto, son de carne y hueso, seres humanos con debilidades, miedos y flaquezas. Pero, ¿quiénes somos nosotros para juzgar a personas de carne, semen y huesos? Vivimos en una sociedad santurrona, moralina, que juzga por envidia, por amargura, por joder. El que esté libre de pecado, que arroje la primera grapa.
George Best, uno de los mejores futbolistas del Manchester United, declaró en 1969: “Dejé las mujeres y el alcohol. Fueron los peores veinte minutos de mi vida”. Un año antes, Best había ganado el balón de oro como el mejor jugador del orbe. Quiere decir que entre 1963 a 1974 Best jugó en el ManU a su máximo nivel. Metía goles y se bebía todo lo que le ponían enfrente. Lo contrataron para meter goles y eso hacía, cumplía a pesar de que cada vez que entraba a un pub, hubiera 70 personas que lo invitaran a beber y no supiera decir que no. Hace algunas temporadas, el Monarcas Morelia contrató un brasileño que parecía más cargador del mercado de abastos que jugador de futbol, Claudio Da Silva Pinto, «Claudinho», tenía tres aficiones: meter goles, ponerse borracho y gastarse el dinero en putas. Uno de esos entrenadores de disciplina alemana lo quiso poner en cintura y el chico moreno de ojos saltones, dejó de meter el balón en las porterías contrarias.
El alcohol ha formado parte de la historia de la humanidad. Durante 13 años, la Ley Seca en EUA provocó el contrabando de licor y la violencia en ciudades como Chicago. La mafia en Estados Unidos cobró un poder significativo, la corrupción se hizo presente en cada rincón a causa de la Ley Seca. La prohibición de alcohol provocó el auge del crimen organizado, personajes como Al Capone aparecieron en escena para convulsionar aquella época. La prohibición contra el alcohol era un atentado contra la civilización, contra la hermandad, contra el ritual sagrado. Épocas oscuras, como las actuales. Las prohibiciones han demostrado corrupción, violencia, sangre, persecución, crimen organizado, por mencionar sólo algunas.
Un estado busca “el bien común de sus ciudadanos”, para eso fueron escritas las leyes, las normas, los reglamentos, pero ¿hasta dónde éstas pueden intervenir en nuestro comportamiento, en nuestra vida privada, en nuestros placeres, vicios y excesos? Se nos imponen reglas como mandamientos divinos. Es una equivocación que el estado prive, persiga y castigue a sus ciudadanos por consumir sustancias espirituosas, del tipo que sean. La solución es la legalización. La obligación del Estado es la prevención y la educación. Nos pueden quitar todo, menos las ganas de beber. Debemos recurrir a las palabras de Faulkner, “La civilización empieza con la destilación”. Y echarnos un trago es por excelencia el mejor acto democrático del ser humano. Se bebe para acercarnos y hermanarnos. Hombres y mujeres se arrancan las máscaras, los calzones y las pantaletas. Se despojan de todos esos atavismos que suelen dividirnos; color, raza, sexo, religión, etc. ¿Cuántas amistades, compadrazgos, amores, nacen, crecen, mueren y se desarrollan en estados etílicos?
En gran medida, gracias al alcohol existe la buena literatura. Ha servido como lubricante de inspiración. Quizá, los litros de whisky que se tomó William Faulkner ayudaron para emplear los recursos literarios con lo que deslumbró al mundo literario, los saltos en el tiempo y en el espacio dentro de la narración, el monólogo interior, los múltiples narradores o puntos de vista, fue indirectamente responsable del boom latinoamericano. El whisky provocaba en la cabeza de Faulkner este tipo de charlas: “Tengo la plena certeza de que las mejores, las más deliciosas charlas acerca de perros que he escuchado en mi vida tuvieron lugar en torno a una botella de whisky, tal vez en torno a dos o a tres”. Malcolm Lowry escribió Bajo el Volcán con desesperación y claridad, una verdadera joya, donde se manifiestan los temas recurrentes en su obra: el alcohol, la soledad y la muerte: “La única esperanza es el próximo trago”, decía el escritor inglés seducido por México. El creador de Moby Dick, Herman Melville, era un bebedor malhumorado, agobiado por sus deudas y la crítica literaria, sus escritos giraban en torno las fantasías de la conducta y los sentimientos. Contrario a Herman, el escritor Raymond Chandler era un borracho muy divertido y aunque se le pasaban la copas a menudo mantenía la compostura, alguna vez llegó a declarar: ”El alcohol es como el amor. El primer beso es mágico, el segundo es íntimo, el tercero es rutina”. Raymond creó al detective Philip Marlowe seguramente bajo estados etílicos, y lo dejó hablar con formas coloquiales de un realismo sarcástico poco común en la novela policiaca.
La vida es de por sí dura, y el alcohol aligera la carga a través de la ingesta. Se bebe por infinidad de motivos: por una mujer, por educación, por necesidad, por protección, por ocio, por angustia, por tristeza, por placer, por no saber bailar. Hay mil razones para hacerlo, el punto está en saber comportarse y tener un sentido de la responsabilidad, de ser así, su vida podrá ser normal y productiva. Cada quien puede hacer con su hígado un papalote. Incluso podría afirmar que un beodo tiene más posibilidades de triunfar que una persona sobria. ¿Cómo poder confiar en una persona sin vicios? Imposible tarea. El choque de vasos y copas no es un acto en vano, gracias a ese hermoso gesto han surgido camaraderías, cofradías y hermandades. Se han firmado tratados, se han otorgado empleos, se ha conciliado conflictos, se han perdonado deudas y traiciones, incluso, se han engendrado críos. Quizá de otro modo la humanidad no hubiera prosperado. “El vino es la cosa más civilizada del mundo” –decía el escritor Ernest Hemingway.
Y para ser un bebedor civilizado se debe aspirar a dos cosas fundamentales: seriedad y responsabilidad. Es preciso saber siempre qué –y con quién- beber. Un bebedor civilizado sabe con precisión cuál bebida lo acompañará por los trances más complejos de su vida. Ese trago que reanima los buenos sentimientos y que sirva también como aliciente y consuelo frente a la tristeza. Me refiero a una bebida con carácter, fuerza y elegancia, como el whisky, el ron, el tequila, el mezcal, la ginebra, el vodka. El paladar de un hombre serio y responsable está plenamente acostumbrado y preparado; vino tinto durante las comidas, cerveza a medio día y antes de acostar. Un hombre con convicciones odia los cocteles, odia los digestivos empalagosos, esos que se han inventado para satisfacer otros paladares, el de las señoritas por ejemplo. El bebedor civilizado sabe que debe mantenerse alejado de cualquier bebida que tenga más de dos colores, rechazar con firmeza tragos con nombres exóticos. El bebedor civilizado tiene la obligación llevarse bien con el cantinero. Uno de los peores errores de un borracho es confrontar a un cantinero: puede arrojar escupitajos, vaciar orines o veneno para ratas en la bebida. No se debe confiar nunca en un cantinero. Un bebedor es serio y responsable porque jamás toma con popote, mucho menos en un vaso de plástico, su boca y su mano debe estar acostumbrada al contacto con el vidrio. El bebedor civilizado no baila, bebe. Ordena la bebida de su compañera, a veces paga su cuenta, otras deja que ella tomé la iniciativa. Nunca bebe menos que la dama que lo acompañe. Se asegura de haber bebido más de cinco bebidas fuertes antes de decirle que la quiere. Y si la mujer se excedió en copas, habrá que llevarla con su mejor amiga, dejarla en la cruz roja, o bien, llevarla a su casa, las mujeres borrachas son un estorbo y un albur para el hombre liviano. Una mujer muy borracha se convierte en un cheque al portador, y cargar con la chequera siempre es peligroso. El bebedor civilizado es agradecido siempre que una mujer lo arrastre a la bebida. Un bebedor civilizado y recio prefiere la cantina sobre el bar de moda, la cantina es el hogar que nunca tuvo. Un bebedor civilizado sabe que beber puede ser parecido a boxear; puede balancearse un poco, sujetarse y hasta recargarse en las cuerdas, pero nunca tocar la lona.
El problema de algunos bebedores radica cuando se transita hacia el lado oscuro de la fuerza, ahí donde la voluntad y la palabra se sustituye por la discusión sin argumento, por el insulto, por el pleito, por la estupidez, por la falta de responsabilidad. Es por eso que existen los malos bebedores, los mala copa, esos seres que después de cagarla se arrepienten, es gracias a ellos que la cruda moral existe. La cruda moral, esa lucha contra la resignación, ese dolor inflingido por nosotros contra nosotros mismos. La cruda moral dependerá de qué tan irresponsable hayas sido, puede durar un día, un mes, toda la vida, puede ser el antídoto contra la borrachera. Y la cruda sin borrachera previa es igual a un interruptus sin coito. Habrá que ser fuertes para, la mañana, la tarde o semana siguiente, evitar el mensaje de arrepentimiento, el perdóname, no lo vuelvo hacer y demás lloriqueos. Un bebedor civilizado debe enfrentar con dignidad la resaca: sin lamentos ni gemidos de dolor. Sabe que la resaca es el contacto más cercano con la muerte, pero sabe también que son formas de ir resucitando a lo largo de la vida. La resaca no es para cobardes ni pusilánimes. Frank Sinatra afirmó: “Pena dan los abstemios, que al despertar ya no pueden aspirar a sentirse mejor en lo que resta del día».
No perdamos el tiempo, vayamos a beber, yo espero que algún día puedan convertirse en bebedores civilizados, no es tarea fácil. Mientras tanto, bebamos para enfrentarnos a la insipiente realidad. Qué razón tenía el brillante novelista y destacado bebedor Ernest Hemingway: “La realidad es una horrenda alucinación ocasionada por la falta de alcohol”.
……..
Como abogado he seguido mis instintos, he procurado salir siempre con la constitución bajo el brazo, una pachita de ron en el saco y la bendición de Dios. Aún no soy un bebedor serio ni tampoco responsable, pero todos los días me esfuerzo.
@chavamunguias