DESDE AQUÍ
Cartas desde el autoexilio
Por Xoch Tavera
La mayoría de las personas siempre estamos esperando el momento en que algo verdaderamente increíble nos pase. Sacamos la mecedora y la colcha y nos instalamos en la puerta, como un domingo en cualquier pueblo y observamos el viento arrastrar la tierra, las hojas caerse de los árboles e incluso el vapor que levanta el calor desde el suelo y lo lleva hasta lo más alto del cielo.
Creo que así soy yo. La chica “Safety Zone”: Que nadie me moleste mientras soy la espectadora de mi propia vida; a veces como palomitas (que por cierto no me gustan mucho) con Valentina mientras lloro viendo cómo soy incapaz de sostenerle la mirada a alguien, de pelear por lo que quiero realmente, por esforzarme día con día buscando la aprobación ajena.
Por eso un buen día de hace algunos meses, busqué el pretexto perfecto para cambiar radicalmente mi visión. La manera más fácil y rápida por increíble que parezca fue obtener una beca para mudarme todo un mes a estudiar a España. Tomé la decisión a la brava. No se trataba de poner tierra de por medio sino un océano entero para que la magia verdaderamente hiciera su efecto.
A la gente le tomó tanto tiempo comprenderlo que incluso yo ya estaba arriba del avión saltándome los meridianos pintados con tinta invisible y dejando atrás los husos horarios, cuando todos entendieron por fin, que yo ya no estaría por un buen tiempo viéndoles las caras.
Incluso estando arriba de las nubes mi sensación general era de incredulidad. Sentía a ratos que en verdad no estaba ahí y que en cualquier momento la imitación pobre de Javier Bardem que fue asignado como mi compañero de junto, se transformaría en una bestia de dos cabezas y me haría despertar de un sueño agitado…
Alguna vez un amigo me preguntó que qué era lo más aventurero que había hecho en mi vida hasta entonces. La respuesta fue un vago y escueto: “Nada.” La vergüenza de decir esto fue tal, que comprendí que realmente estaba tomando la mejor decisión y era justo eso lo que venía pensando cuando me despertaba a ratos durante el vuelo.
“No soy una mujer extraordinaria”, reflexionaba. Nunca he hecho nada por mi cuenta, siempre he dependido de otras personas, siempre buscando no sentirme sola, siempre huyendo a lo que se supone debía estar acostumbrada desde pequeña en mi condición de hija única. Recuerdo que entonces la soledad no me incomodaba, me permitía crear y desdibujar el mundo a mi antojo. Podía ser un día una anfitriona preparando una elegante cena o una rockera fantástica con un estadio lleno de gente gritando por mí. También era capaz de escribir canciones, poemas, cuentos y todo tipo de garabatos coherentemente y sin prejuicios ni nada que nublara lo que yo quería decir.
Todo eso ya se me había olvidado. Por eso quise recuperar el tiempo sola. Para volver a ese punto. Retar a mi capacidad y asegurarme que el rumbo que tome mi futuro tiene sentido porque yo soy capaz de diseñarlo, por muy poético que esto suene.
Y fue así que en este estado mental (medio loco y medio desparpajado) sin mucho miedo a lo desconocido y con unos cuantos euros y mucha ropa cargando, (FATAL ERROR POR CIERTO) supe cuando leí el letrero “Aeropuerto Internacional de Madrid” que estaba en lugar correcto y que aquí se abría el primer punto y aparte que enderezaría mi vida. (…)
Foto: Jesús Ángel López