ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Por Omar Arriaga Garcés
Al amante se le perdona todo por una especie de locura temporal: si permanece bajo la lluvia al pie de la ventana, como en la canción, no importa; si ríe y un instante después se echa a llorar: está enamorado, pobrecito (o pobrecita). No se ofrecen más explicaciones.
Así pues, existe una idealización del ser amado que se expresa de manera más o menos clara cuando se dice que está “fuera de sí mismo” a causa de alguien más. Francesco Alberoni lo llama “deslumbramiento”.
No obstante, no todo deslumbramiento implica amor, aunque en todo amor haya en principio deslumbramiento. Pero esta luz, que nos ciega transitoriamente, no es el enamoramiento.
Enamoramiento es “el estado naciente de un movimiento colectivo de dos… No hay que caer en el error de pensar que la experiencia extraordinaria se debe a las virtudes de la persona amada, sino al tipo de relación establecido entre nosotros y los que amamos”.
Aquí, el tiempo no es un factor determinante: esta relación puede darse de manera inmediata si todo marcha bien; sin embargo, como al cocinar, generalmente no pueden guisarse en un lapso menor ciertos ingredientes que se deben cocinar a fuego lento, a riesgo de que al subir la flama pierdan sus cualidades o estropeen el platillo.
Algo similar sucedería en el caso contrario: la comida quedaría cruda o no ganaría el sabor que a priori le corresponde, al menos en potencia. Por eso cocinar es una ciencia tan precisa. “El idilio no es el fruto natural de la atracción, sino el resultado de una dirección artística”.
Y, por si fuera poco, según el sociólogo italiano, hombres y mujeres, mujeres y hombres, perciben de modo diferente, gracias a sus distintas posibilidades corpóreas, lo que es el enamoramiento: “el instante de eternidad. No es un intervalo efímero. Es un estado sumamente especial, ajeno al tiempo. Cuando el instante de eternidad se desvanece, reaparece el tiempo. Pero el valor del instante de eternidad es superior al tiempo”. Esto por una parte.
Por la otra: “Cuando las mujeres dicen que a ellas les gusta la ternura, los mimos e incluso que los prefieren al acto sexual, no se refieren sólo al aspecto táctil, cenestésico de la experiencia. Señalan la necesidad de atención amorosa continuada, de interés continuado hacia su persona. La preeminencia de lo táctil no es sino la manifestación de esta preeminencia más profunda de lo continuo”.
Fragmentación y continuidad, totalidad e instante. Cuando en el encuentro se concilian estas dos posiciones de vivenciar el mundo ocurre eso que Alberoni denomina interludio luminoso. Pero esto apenas es el propio deslumbramiento. Si el hechizo se impone y resulta tan fuerte como para cambiar la vida cotidiana (la vida cotidiana es lo que alimenta en realidad este hechizo) puede entrarse en lo irreversible: el enamoramiento.
“Cuando existe, son muy pocas las fuerzas que logran apagarlo. Cuando se termina, no hay potencia capaz de hacerlo resurgir. Si un hombre deja de estar enamorado, ni las artes más sofisticadas de la seducción podrán reconquistar su amor, hacerlo brotar como el primer día”.
Y con la otra mitad del gigante platónico pasa de modo semejante: “Cuando llega a romper la relación, su ruptura es total… antes quería la continuidad absoluta, quiere ahora la discontinuidad absoluta… Aquello que antes se deseaba, se suprime ahora brutalmente de la vida, de la memoria”.
Arduo asunto el del amor, que llega a confundirse con el interludio luminoso. De hecho, dice Alberoni, en las separaciones y pérdidas hay un deslumbramiento que nos da la sensación de estar enamorados. Pero quién puede saberlo. Enamórense y apuesten, y pierdan.